Su contrincante era conocido por provocar convulsiones, ataques cardíacos, incluso la muerte. Pero Jason McNabb lo miró con calma y se sentó cara a cara con él.
Sonó el silbato y comenzó el asalto, una carrera caótica de ojos llorosos, labios hinchados y transpiración.
Pero no era una competición ordinaria.
McNabb ostenta hoy un récord mundial: es el que más pimientos bhut jolokia ha comido en 2 minutos.
«Sentí como si tuviera la boca llena de avispas y como si me estuvieran picando todas a la vez. Francamente, fue un infierno», cuenta.
Los bhut jolokia o los «pimientos fantasmas» pican entre 200 y 400 veces más que los jalapeños.
Es una de las variedades más picantes del mundo y cualquiera que la pruebe probablemente sufrirá un dolor insoportable.
Así que, ¿cómo es posible que alguien quiera por su propia voluntad pasar por lo que pasó McNabb?
El sentido común nos dice que la gente busca el placer y huye del dolor. Pero esto no siempre es así.
Y es que muchas actividades voluntarias, algunas más cotidianas que otras, implican dolor: correr, los masajes calientes, los tatuajes, los piercing, o el bondage, el sadismo, el masoquismo y otras prácticas sexuales.
Así, para McNabb comer chiles tan picantes puede producir una sensación similar a las drogas o el sexo.
«El dolor se me pasó bastante rápido y sólo me quedó la adrenalina y la euforia», recuerda Jason.
La relación entre el placer y el dolor está profundamente arraigada en nuestra biología.
Como la morfina
Para empezar, todo dolor hace que el sistema nervioso central libere endorfinas, unas proteínas cuya función es bloquear esa sensación.
Y al hacerlo, también producen euforia, de la misma manera que opiáceos como la morfina.
Para los que corren habitualmente esto no es ninguna sorpresa.
El ejercicio intenso libera ráfagas de ácido láctico, un subproducto que nace de la descomposición de la glucosa cuando hay poco oxígeno.
Este ácido altera los receptores de los músculos, y estos comunican la situación al cerebro por medio de unos mensajes eléctricos que envían a través de la médula espinal.
Las señales se interpretan como calambres en las piernas.
Y esta sensación hace que el corredor aminore el ritmo o pare.
Esto es así hasta que el centro de control del sistema nervioso, el hipotálamo, entra en acción.
Esta sección del cerebro tiene la forma de un caballito de mar, y como respuesta a las señales de dolor ordena al cuerpo que genere sus propios narcóticos, las endorfinas.
Estas proteínas influyen sobre los receptores del cerebro y evitan la liberación de los químicos implicados en la transmisión de las señales del dolor.
Así que esto ayuda a bloquear esa sensación.
La misma zona del amor apasionado
Pero las endorfinas van más allá: estimulan las regiones límbica y prefrontal del cerebro, las mismas que se activan con el amor apasionado y la música.
Y todo esto lo hacen de una forma similar que la morfina y la heroína.
Además, mientras tanto, el dolor producto del ejercicio intenso también provoca un aumento súbito de los otros analgésicos del cuerpo: las anandamidas.
Conocidas como los «químicos de la felicidad «, se unen a los receptores del cerebro para bloquear las señales de dolor e inducir un cálido placer, emulando a la sensación que provoca el fumar marihuana.
Pero entonces, ¿por qué no todos los dolores vienen acompañados de sensaciones placenteras?
Solo los humanos
Una de las teorías que trata de explicarlo habla del «masoquismo benigno«.
Se trata de la búsqueda del dolor a sabiendas de que no va a tener consecuencias graves.
Y es algo que ningún animal es capaz de hacer.
El gusto por el chile es uno de los ejemplos de esa búsqueda intencionada de sufrimiento.
El ingrediente activo de los pimientos picantes, la capsaicina, es inofensivo.
Pero cuando los receptores sensibles a la temperatura de nuestra lengua coinciden con este compuesto químico, alertan al cuerpo de la presencia de un calor potencialmente doloroso.
La señal que emiten es similar al que transmitirían si nuestra lengua se estuviera quemando con fuego.
Por ello, a la mayoría de los niños no les gusta el chile. Pero aprenden a apreciarlo con el tiempo, cuando lo comen una y otra vez. Y lo hacen porque terminan disociando la hortaliza del dolor físico.
Pero esta capacidad es sólo humana. Los científicos han tratado repetidas veces de inducir a los ratones el gusto por el chile en laboratorio, y nunca lo han conseguido.
Los animales han sido entrenados para soportar el daño que ellos mismos se infligen, pero sólo si hay recompensa de por medio.
«Generalmente cuando un animal experimenta algo negativo, lo evita», explica Paul Rozin, de la Universidad de Pennsylvania, Estados Unidos.
Dolor y orgasmos
Esta teoría también pretende explicar por qué buscamos otro tipo de experiencias en un principio desagradables, como subir a una montaña rusa o ver películas tristes.
«Si un animal se subiera a una montaña rusa estaría aterrorizado, así que no lo volvería a hacer», asegura Rozin. Mientras, los aficionados al bondage y otras prácticas sexuales similares entenderán perfectamente lo del masoquismo benigno.
Mistress Alexandra, una sádica profesional con base en Londres así lo explica: «Diferenciamos el dolor bueno del malo. El malo indica que algo anda mal, algo a lo que debemos prestar atención de forma inmediata«.
«Y luego está el dolor bueno, el agrabable«, añade.
«Así que si el hombro amenaza con dislocarse durante el bondage, como es potencialmente peligroso, lo dejamos a un lado».
Pero la relación entre el sexo y el dolor no es exclusiva de este tipo de prácticas.
Así concluyó un estudio cuyo objetivo era explicar lo que ocurre en el cerebro cuando las mujeres se estimulan ellas mismas hasta alcanzar el clímax.
Éste descubrió que 30 áreas del mismo se mantienen activos, incluidos aquellos que se ponen en marcha con el dolor.
Y otro halló que los pacientes que superan el cáncer y tienen los nervios de la espina dorsal dormidos para que no sufran dolor abdominal pierden la capacidad de tener orgasmos.
Pero si vuelve el dolor, regresan también los orgasmos.
Barry Komisaruk, investigador de la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, EE.UU., y encargado del estudio, cree que que hay una relación fundamental entre las vías del dolor y las del orgasmo.
«Otra de las observaciones es que los rostros de quienes están experimentando un orgasmo son en muchas ocasiones indistinguibles de los de aquellos que están sufriendo dolor», dice.
Además, otra investigación sobre cómo el paracetamol afecta a las emociones descubrió que este analgésico alivia también el dolor emocional, y aun más, crea sensación de placer.
A los voluntarios que participaron en estudio les fue administrado indistintamente paracetamol o un placebo.
Después se les pidió que calificaran la intensidad de lo que sentían escogiendo entre una serie de fotografías provocativas.
El fármaco nivelaba las subidas y las bajadas emocionales, un indicador de que opera tanto en las vías del dolor físico como en las del placer.
Por lo tanto, pareciera que para el ser humano el dolor y el placer siempre han estado entrelazados.