El expresidente de Instituto Nacional de Deportes, que dejó de existir este miércoles en Caracas, fue una estrella en el voleibol y el básket
Oswaldo Borges fue un gran voleibolista. El mejor del país en algunos momentos. Lo vimos y escribimos de él desde sus inicios, a finales de los 50, cuando debutó en primera división con el Dos Pilitas. También alternar en el baloncesto con el Pérez Bonalde, al mismo tiempo que lucía en el beisbol, llegando hasta la categoría A de un amateurismo con buen nivel.
No le fue difícil integrarse a un grupo de su deporte favorito con el que hizo historia en Venezuela, pues con disciplina y dedicación especiales convirtió en altamente competitiva, en lo internacional, una disciplina popular por lo que importaba como recreación,
También fue entrenador. Y su vocación de educador, su naturaleza franca, su personalidad, le permitieron llegar a los adolescentes con su ejemplo de deportista y hombre de bien, dejando huella profunda en el largo tránsito por instituciones como el liceo Luis Ezpelosín y el Colegio La Concepción Montalbán.
A la dirigencia entró “por arriba”, cuando el presidente Luis Herrera Campins le designó para manejar el Instituto Nacional de Deportes. Y cumplió su cometido pasando por encima de dificultades como la controversial presentación en Venezuela de los Juegos Panamericanos de 1983.
Vale consignar que tan alto cargo no varió en absoluto su natural humilde, bondadoso, ni le impidió seguir como un hombre más del deporte y asumir la presidencia de la Federación de Tenis de Mesa, que últimamente compartió con la condición de ejecutivo del Comité Olímpico.
No obstante, si toda esa trayectoria le vale reconocimientos, lo más notable fue su calidad humana. Que le valió ser uno de los deportistas más admirados del país y cosechar amigos por doquier, incluso entre quienes alguna vez tuvieron críticas para su gestión como dirigente.
Es, por supuesto, miembro del Salón de la Fama del Deporte Venezolano, entre muchos reconocimientos. Entre los cuales quisiéramos destacar dos, en momentos cuando los actos de su velatorio estamos seguros rebosan cualquier local y lamentamos no poder acompañarle por estar fuera del país: el premio al mejor voleibolista cuando el Círculo de Periodistas Deportivos elegía anualmente por disciplinas, y el Premio Buen Deportista que otorga la YMCA, distinción que exige inobjetable comportamiento ciudadano.
Los destacamos porque simbolizan lo que fue “Papelón”: un venezolano ejemplar.
Armando Naranjo
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