Hay quienes sostienen que la entrada de la humanidad al siglo XXI tuvo que ver con los atentados ocurridos el 11 de septiembre de 2001, cuando las torres gemelas de Nueva York se desplomaron ante la atónita mirada de todo el planeta.
Casi tres lustros después nos preguntamos cómo habrá de recordar la historia a la negra noche que padecieron París y el mundo el pasado 13 de diciembre. Casi 130 muertes y medio centenar de heridos, recordaron cuán vulnerables somos los seres humanos ante la maldad de, nada más y nada menos, que otros seres humanos.
Los antecedentes son múltiples y complejos, aunque un hito fue sin duda el aún reciente atentado a la publicación Charlie Hebdo, un semanario de humor que fuera objeto de otra acción de sangre con ribetes propagandísticos el pasado mes de enero.
Estos hechos luctuosos fueron sin duda antecedentes de los que hoy nos ocupan, que se tradujeron en seis tiroteos y tres explosiones, que fueron reivindicadas por el grupo Estado Islámico, el cual señala que los ataques fueron llevados a cabo por ocho de sus miembros.
El espíritu del terrorismo es justamente ese, quebrarnos en nuestro centro, hacernos sentir que jamás volveremos a estar seguros, aspirar a que ni siquiera podamos salir a la calle a hacer una compra sin sentir miedo, como reza una frase que corrió por allí justamente a propósito del horror que Francia acaba de padecer.
Como dijéramos tiempo atrás, este es un problema de toda la humanidad. Estamos hiperglobalizados desde hace ya tiempo y avanzamos en profundizar cada vez más esa condición. Y vale también citar aquella metáfora del aleteo de la mariposa en el otro lado del mundo tendrá alguna consecuencia donde nos encontramos nosotros.
Y se abre un gran abanico de retos ante el futuro inmediato de nuestra raza. Uno de ellos, cómo seguir conviviendo en este planeta, un delicado equilibrio que parece verse puesto al límite con más frecuencia de lo que sería deseable.
Viene una tarea muy compleja para las autoridades europeas, quienes deben separar la paja del grano y tener en cuenta que no pueden cerrar la puerta en la cara de miles y miles de seres humanos que huyen presas del pánico, la violencia y el hambre; pero obviamente también deben extremar, no sin motivos, las medidas de seguridad del continente, que teme el ingreso de militantes extremistas con las peores intenciones entre ceja y ceja.
Y para todo el planeta, el reto de convivir con un extremismo que considera que quienes no compartan su fe, deben ser exterminados. Como comentáramos líneas antes, es una diferencia de creencias tan radical, que escapa a toda posibilidad de entendimiento. No hay respuesta para esta difícil confrontación. Entramos a un tiempo incierto, en el cual las respuestas las irá dando la misma circunstancia.