Verdad es sostener que llueve de arriba hacia abajo; mentira es insistir en afirmar lo contrario: que llueve de abajo hacia arriba
Antonio Sánchez García
@sangarccs
A nuestros mártires.
A nuestros presos políticos, combatientes por la verdad.
La verdad no es de goma, un chicle que se mastica a conveniencias de cada dentadura: para escupirla una vez que nos haya servido a satisfacción. Dicho hegelianamente: la verdad es la adecuación de lo real con su concepto. O, si se lo prefiere: la realidad mediatizada por el concepto. No por gracia divina, por iluminación adquirible mediante un cheque en dólares o por antojos personales. Sino por un esfuerzo intelectivo que requiere experiencia, educación, cultura y sabiduría. Nada de lo cual se adquiere en el mercado o se arrebata en agavillamientos partidistas.
Es así, aunque, como ya decían los griegos, la verdad, la aletheia, fuera la primera sacrificada en tiempos de guerra, se la distorsione y manipule a voluntad por la bastardía política y se la envíe a los depósitos de desechos y basurales en tiempos totalitarios. Cuando reina la mentira, su antónimo, como nos ha sido abundantemente demostrado durante estos 17 años de falsía, de estafa, de engaños tras el asalto irracional y totalitario del Poder por el caudillismo analfabeta, militarista y autocrático. Esta sí, una verdad incontrovertible, pues hace a la esencia de un país, sólo verdadero a medias. O el saberlo se encuentre demasiado distante para pobres de espíritu y débiles mentales. Lo que, en la arena política, suele tener enorme relevancia.
Lo que sí tiene relevancia es desvirtuarla, maquillarla o acomodarla a los fines, rencores, caprichos y ambiciones de algunos políticos, empujados al liderato por razones ajenas al talento y la vocación. Acercados al poder gracias a la obsequiosidad de sus familias o al poderío de sus intereses. Lo que ya es otro cantar.
Para explicarlo brechtianamente, verdad es sostener que llueve de arriba hacia abajo. Mentira es insistir en afirmar lo contrario: que llueve de abajo hacia arriba. Verdad es decir que esto ha sido una farsa impuesta por la fuerza del engaño, la seducción, la violencia de las armas, la corrupción y la ignorancia. Mentira es sostener impúdicamente que esto ha sido una revolución socialista, marxista leninista, incluso castrocomunista. Verdad es decir que ésta ha sido una oclocracia –un gobierno de maleantes sostenido por la marginalidad y la plebe -; mentira es afirmar que ésta ha sido un revolución democrática y liberadora. Verdad es demostrar que éste ha sido un gobierno de hampones. Mentira, que ha sido un gobierno de demócratas revolucionarios. Por cierto: un oxímoron.
Pero la verdad no se limita a la teoría, al análisis, a las percepciones. La verdad, como también lo afirmara el idealismo alemán –Kant, Hegel, Fichte– e incluso Carlos Marx, el más grande de los discípulos de la izquierda hegeliana -, se hace auténtica verdad en la práctica. Verdad es oponerse en la práctica a la mentira. No conciliar con ella. Verdad es combatir la mentira. No aliarse a ella. Verdad es enfrentar la mentira. No compartirla. Y luchar, incluso con las armas en la mano, por defender e imponer la verdad. No sentarse a esperar al buen Dios para que, cuando le suene la hora, interceda por nosotros. Pues la verdad y la mentira representan fuerzas vivas, actuantes, capaces de imponer la verdad como proceso de encuentro de la identidad, la emancipación, la felicidad de los ciudadanos, o de la mentira, como imposición esclavizante del sometimiento y la auto mutilación a manos de los mentirosos, los hampones, los dictadores y tiranos. Favorecidos por la pusilanimidad de los débiles.
De allí las complejas, arduas e inmensas dificultades, primero: por descubrir la verdad y asumirla a plenitud; segundo: por unir a todos quienes la han descubierto; tercero: por luchar e imponerla venciendo, derrotando y extirpando del cuerpo social al hamponato mentiroso que gracias al engaño, la violencia y la burla han devastado a una Nación. Lo cual, créaseme, es tan difícil como luchar contra un cáncer, si bien inmensamente más complejo, pues generalizado a todo el cuerpo social. Pues el mal también se trasmina, se infecta y se contamina.
Visto todo lo anterior: ¿qué poderes extraterrestres, divinos y plenipotenciarios le dan autoridad a quien se atreva afirmar que la revolución de febrero del 2014, el acorralamiento del régimen con el levantamiento popular de estados enteros, como Mérida y Táchira, su desnudamiento ante el mundo como una satrapía oprobiosa, asesina y dictatorial al servicio de la tiranía cubana, hasta conmover e indignar la conciencia de la verdad de la opinión pública mundial, levantar en protestas a 35 ex presidentes de repúblicas hispanoamericanas y darle el más feroz de los golpes de opinión a una dictadura que se creía invencible fue un fracaso? ¿Qué legítima autoridad a afirmarlo poseen quienes cargan con sus propios fracasos?
Ante el rencor, la soberbia y la ambición de quien se atreva a tamaño despropósito sólo me cabe volver a recordar una vez más la contundente afirmación de Antonio Labriola, el filósofo italiano maestro de Antonio Gramsci, quien anticipándose a Albert Einstein expresó una verdad del tamaño de una catedral: “sólo tú, estupidez, eres eterna”.