A pesar de los temores de los más aprensivos, y frente a los pronósticos más agoreros, la nueva Asamblea Nacional venezolana, ya está sesionando. Su mayoría pertenece a la Mesa de la Unidad Democrática y se pudo instalar sin contratiempos ni violencia.
Toca hoy, cuando vemos la meta cumplida, felicitar a los venezolanos que nunca perdieron la fe, a quienes no tiraron la toalla en el camino y a quienes apostaron a la perseverancia de lo que se ha llamado la ruta democrática.
Y para quienes insistan en ver el vaso medio vacío, les insistimos en que hemos completado uno de los pasos más trascendentales en el camino hacia el cambio para que podamos vivir en un mejor país.
Desde este espacio hemos insistido en las particulares virtudes del ámbito parlamentario para reencontrar a un país. Y, aunque veamos sesiones de tono encendido y palabras altisonantes, creemos que eso ya se está desarrollando ante nuestros ojos.
Allí está ya presente una representación de los dos sectores mayoritarios del país, y los llevaron hasta ese lugar ciudadanos con sus votos, con lo cual se refrenda la avasallante y mayoritaria apuesta de la gente por la institucionalidad, quedando fuera de juego cualquier tentación de violencia.
Si hay algo que celebrar en particular de esta nueva Asamblea, es el hecho de que los medios de comunicación nacionales e internacionales puedan entrar nuevamente el Hemiciclo. Para quienes hemos seguido los debates celebrados hasta el momento, ha sido motivo de aplauso el poder hacer “zapping” entre distintos canales de TV para ver los distintos ángulos de la sesión y contrastar las visiones de cada televisora.
El interesado seguimiento de las sesiones legislativas actuales a través de los medios de comunicación tiene un innegable antecedente que no podemos dejar de traer a colación por su similitud, a pesar de la cantidad de años transcurridos y las enormes diferencias tecnológicas. Fue la Asamblea Constituyente celebrada en Venezuela entre 1946 y 1947.
En las elecciones de aquellos constituyentistas, el 27 de octubre de 1946, se registró una insólita participación del 92% de los venezolanos hábiles para votar, por lo cual fue con una elección parlamentaria que pudimos ver el nacimiento real de la votación masiva y popular.
Aquellas sesiones tuvieron entre sus oradores a varios de los más agudos intelectuales venezolanos de todas las filiaciones políticas, como Andrés Eloy Blanco, quien presidió la Asamblea, Rafael Caldera o Gustavo Machado. Todos los colores del arco iris político nacional de aquellos tiempos estuvieron representados y al final se dieron la mano para refrendar el nuevo texto constitucional, proclamado el 5 de julio de 1947.
Y quizás lo más admirable de la anécdota histórica, sea la pasión con la que muchos venezolanos siguieron aquellos debates de tanta altura a través de la radio. El único medio que ofrecía inmediatez, un portento para la época, copó la atención de todos, como hoy lo hacen la TV e internet.
También es un ejercicio de democracia el hecho de que podamos ver en periódicos y portales web fotos y reseñas de los entretelones de la vida legislativa. Son las piezas que nos faltan del rompecabezas, y que nos sirven para pintarnos el rumbo que estos nuevos parlamentarios están recorriendo.
Justamente, en esos apretones de manos y sonrisas de pasillo entre las dos bancadas que se enfrentan en los debates es donde descubrimos una clave para reconstruir al país. La vida diaria en el Capitolio creará acercamientos y entendimientos entre los voceros de estas dos visiones de nación que hoy conviven.
Y una vez más, hay que reivindicar a quienes dijeron que la solución para Venezuela era el voto masivo, la única forma de legitimar a los elegidos. Con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas semanas ha quedado así confirmado.
Así como la creación de la luz eléctrica terminó espantando a los fantasmas –si es que alguna vez existieron-, el ejercicio multitudinario del derecho al sufragio desalojó también al “coco” de destinos más oscuros para nuestra nación.
Recordemos hoy que Venezuela es uno de los países con mayor historia parlamentaria en el continente, la cual se inició el mismo año de 1811 y que, a pesar de los turbulentos vaivenes de nuestra vida republicana, se ha mantenido siempre viva, como testimonio de nuestra vocación democrática.
Toca ahora a la ciudadanía vigilar el accionar de sus parlamentarios, pedirles cuentas y propiciar con su interés que en ese foro se debatan los asuntos más urgentes de la vida nacional y se encuentre allí solución a las legítimas aspiraciones que todos tenemos a una mejor calidad de vida.
David Uzcátegui