Una Asamblea independiente, dispuesta a cumplir sus facultades constitucionales, sobre todo las de control político y administrativo, es absolutamente incompatible con el tipo de régimen que se fue montando en Venezuela
La hegemonía despótica y depredadora que todavía impera y desgobierna puede que desconozca, desacate, intente neutralizar e ignore a la Asamblea Nacional, y por los momentos no pase nada trascendente. Pero no puede hacer lo mismo con la mega-crisis socio-económica. Es decir, puede soslayarla, tratar de desvirtuarla, mentir descaradamente al respecto de ella, pero nada de eso hará que mengüe; todo lo contrario, como una hidra enfurecida, esta mega-crisis se lo está devorando todo, incluyendo a la hegemonía misma, y por eso es tan importante que la Asamblea, con todo y los porrazos que reciba, permanezca, siga existiendo…
Ya hemos escrito que una Asamblea independiente, dispuesta a cumplir sus facultades constitucionales, sobre todo las de control político y administrativo, es absolutamente incompatible con el tipo de régimen que se fue montando en Venezuela, paso a paso, durante el siglo XXI. Otra cosa es que se cumplan algunas formalidades, como la supuesta presentación de la “memoria y cuenta” del señor Maduro ante la Asamblea, y otras actividades de ese tenor. Pero la hegemonía hará todo lo que esté en sus manos para impedir que la instalada Asamblea se consolide, se torne en un poder constitucional con plenas y efectivas atribuciones.
Mientras la hegemonía cuente con el sostén del TSJ y de la FAN, que en realidad, hasta ahora, forman parte de la hegemonía como tal, puede salirse con la suya en su decisión de no reconocer, en la práctica, a la Asamblea Nacional.
Y quizá sin mayores consecuencias a corto plazo. Y recalco, a corto plazo, porque el reloj de la mega-crisis está sonando su tic-tac, y cada vez con mayor ruido.
La crisis humanitaria -alimentaria, sanitaria y de seguridad- en la que ha entrado Venezuela no puede pasar por debajo de la mesa y no puede dejar de tener consecuencias trascendentes.
La mega-crisis es de una profundidad y extensión sin precedentes en los anales documentados del país, y los que la catalizaron no tienen ninguna oportunidad de encararla, y mucho menos de superarla. El “Decreto de Emergencia Económica” ya lo demuestra, una vez más.
Luego, la conflictividad de la crisis humanitaria puede hacer posible que los grandes cambios políticos de la población, verificados el 6-D, modifiquen de manera decisiva la configuración del poder, y se logre abrir un camino de reconstrucción nacional.
En un proceso de esta naturaleza, el papel de la Asamblea Nacional sería de suma importancia. Su presidente, Henry Ramos Allup, ha hablado de seis meses, como el plazo para el cambio de fondo. Su veteranía vaya por delante en esas cuentas. Puede ser más o puede ser menos. No lo podemos validar. Pero tampoco podemos subestimar la creciente gravedad de la crisis que asola al país.
Un país en la ruina socio-económica, y la ruindad ético-política. Un país depredado por un tinglado de carteles oficialistas, que lo han dejado en la lona fiscal, y con una deuda himaláyica. Un país transmutado en una de las sociedades más violentas del planeta.
Un país con una creciente escasez de comida, de medicinas, y de cualquier producto básico para la vida cotidiana de las personas, las familias y las comunidades. Un país sin divisas para hacer frente a sus necesidades más elementales.
Un país defraudado por la mentira oficial de una pretendida “revolución” transmutada en delincuencia organizada. Un país que, de seguir así, suscitará una ruptura socio-política de pronóstico reservado.
Y para que todo ello no termine de desembocar en un finiquito de Venezuela como país viable, independiente, y con capacidad de salir adelante, a pesar de todos los pesares; para que todo ello, repito, no termine así, es de vital necesidad que la Asamblea logre sobrevivir las presentes embestidas y pueda desempeñar un rol de articulación y apertura, incluso en la hora undécima, a fin de que en medio del maremagno, se mantenga un potencial de autoridad constitucional que, de ser actualizado, pueda convertirse en un cauce para superar la tragedia venezolana. Se trata, desde luego, de un desafío muy exigente. Pero la situación de Venezuela lo es todavía más.
Fernando Luis Egaña
flegana@gmail.com