Discursos disparatados, amenazas sin sentido, ofensas gratuitas al por mayor tienen como supremo protagonista a quien debería ser la cabeza de la necesaria rectificación para corregir el rumbo
Poca gente se opone a la necesidad de un cambio profundo, serio y urgente en Venezuela. Esto no da para más, como se dice popularmente. Las siete plagas de Egipto se están quedando cortas ante la avalancha de males y dificultades que se afrontan. El régimen no reacciona. Ciego, sordo, pero no mudo, sigue sin asumir las responsabilidades fundamentales que le corresponden.
Discursos disparatados, amenazas sin sentido, ofensas gratuitas al por mayor tienen como supremo protagonista a quien debería ser la cabeza de la necesaria rectificación para corregir el rumbo. También otros, de menor peso e importancia, pero tratando de equipararse a sus superiores se van de boca en cuanto a insultos y groserías.
A estas alturas uno se pregunta si Maduro es bruto, no sabe explicarse o si todo forma parte de un plan ideologizado, previamente concebido desde los lejanos tiempos del castro-chavismo, pero ejecutado con suma torpeza e ineficiencia, en medio de la corruptela mayor de que tengamos noticias históricas. Sin embargo, ni siquiera ante estos males a la vista ha tenido el coraje de actuar con firmeza y coraje. Todo se derrumba, incluido el propio régimen.
La acción oficial se concentra en limitar, sabotear o silenciar a la recién electa Asamblea Nacional, máxima depositaria de la soberanía popular, integrada por una alta mayoría opositora que refleja la voluntad general de la nación, trabajando en la dirección del cambio reclamado por un pueblo ansioso y harto de cuanto está viviendo.
La Asamblea deberá actuar con prudencia y firmeza, sin prisa pero sin pausas como ha sido dicho infinidad de veces, especialmente frente al Tribunal Supremo de Justicia que como caricatura de lo que debería ser, avanza aceleradamente hacia el desprecio colectivo.
Para quienes hemos sido formados en el Derecho y actuado apegados a sus normas básicas, nos generan lástima y compasión imperdonables sus integrantes. Son expresión suprema de un poder judicial, de una administración de justicia, al margen y en contra de sus obligaciones constitucionales. Es hora de actuar.
No basta con la renuncia de Maduro. Sería un paso, pero no suficiente. Hay que cambiar al régimen y reconstruir la institucionalidad de la República. He analizado todos los caminos posibles. Existen varios. Cada día me inclino, una vez más, por la Asamblea Constituyente por iniciativa popular o convocada por la propia Asamblea Nacional. Ésta podría, desde ahora, asumir las funciones constituyentes e impulsar la refundación que aspiramos.
Lo que me parece absurdo es un cierto debate opositor sobre lo que debe de venir: una transición o una transacción como parecieran preferir algunos calificados “opositores”. ¡Por Dios!
Oswaldo Álvarez Paz
@osalpaz