Todos los pronósticos mínimamente serios coinciden en señalar que, de seguir por este camino, lo que hoy vemos es solo una pálida sombra de la oscuridad que puede venir
1. Después de la bonanza petrolera más grande de la historia, en Venezuela parece habernos caído la maldición de las siete plagas. La crisis que atraviesa la sociedad venezolana ha sido retratada hasta la saciedad por propios y extraños. No hace falta describirla de nuevo.
Los habitantes de esta tierra, unos más y otros menos, de una manera u otra, la padecemos todos.
La conocemos bien y sabemos de qué se trata, en sus múltiples facetas, como un monstruo de mil cabezas que nos ataca en los momentos más inesperados: a la hora de buscar alimento o de requerir asistencia hospitalaria, o bien en medio de cualquier calle en la forma de un delincuente que nos monta una pistola en la cabeza.
Y mientras más pobre se es, peor; la monstruosidad de la crisis embiste con mayor crueldad, a pesar de que, desde hace diecisiete años, al país lo embaucaron con esta “revolución” en nombre del pueblo.
2. Ante el caos que se vive, cuesta imaginarse que podríamos caer más bajo. No obstante, sin ánimos de dramatizar, todos los pronósticos mínimamente serios coinciden en señalar que, de seguir por este camino, lo que hoy vemos es solo una pálida sombra de la oscuridad que puede venir.
La situación podría deteriorarse a niveles mucho más calamitosos. No en vano se encienden las alarmas a escala mundial acerca de una posible crisis humanitaria en Venezuela. De allí la contundencia de la frase que sintetiza la encrucijada en que se encuentra la sociedad venezolana: “Si el gobierno no cambia, hay que cambiar el gobierno”.
3. ¿Cambiará el gobierno? A pesar de la inminencia de la crisis, el presidente la república no pareciera inmutarse ante la terrible desgracia.
Prevalece su interés en mantenerse aferrado al poder. No transmite la voluntad de cambio que se requeriría para encarar la situación y dar el giro de última hora al borde del abismo. Por el contrario, persiste en continuar por el mismo camino que nos ha traído a este desastre.
Al menos en el discurso, llega al extremo de amenazar con apretar el acelerador a fondo. Ni lava ni presta la batea.
4. Ante la renuencia del gobierno a la rectificación, la oposición democrática plantea los caminos lógicos previstos en la Constitución para producir un cambio de gobierno. Las alternativas, bloqueadas por el Ejecutivo utilizando los poderes públicos que maneja a su antojo, presentan enormes dificultades. ¿Y si ninguna funciona? ¿Y si tampoco puede ser cambiado el gobierno?
5. El país marcharía ineluctablemente hacia una catástrofe social. El fantasma del hambre recorre ya las calles de las barriadas populares, con todas sus consecuencias sobre la malnutrición y la salud. Clínicas y hospitales no disponen de los insumos necesarios para detener la fatalidad. Ni hablar de la destrucción del aparato productivo y de la infraestructura de servicios.
¿Aceptaría sumisamente la sociedad venezolana esta situación? ¿Nos acostumbraríamos a vivir al borde de un estallido social? ¿Estarían los cuerpos armados del Estado dispuestos a reprimir a un pueblo que se rebela por comida y medicinas? ¿Tenemos que llegar hasta ese punto? O el gobierno cambia o hay que cambiar el gobierno.
La oposición trabaja por un cambio dentro de los cauces democráticos y pacíficos por la reconciliación de los venezolanos, para evitarle al país un trauma que se vislumbra muy doloroso.
Aún estamos a tiempo de que fuerzas dentro del oficialismo entiendan y abran las puertas para retomar el camino de la democracia y ahorrarle a la sociedad venezolana una situación que a todas luces sería catastrófica. Cualquier otra opción sería una tragedia que no distinguiría entre oficialistas y opositores.