Que siga yendo bien Brasil, pues, porque es lo mejor no solo para ellos sino para toda América Latina”
Teodoro Petkoff
En el principio fue Fidel y su discípulo, el sindicalero metalúrgico pernambucano Lula da Silva. Quien lo dude puede revisar la foto publicada hace unas horas en El País, de España. Verá un mulato fornido, de barba, enfranelado y con una gorra de fogonero estilo Lenin, de esas gorras Mao que hicieran furor luego de mayo del 68.
Había sido un comunista de toda la vida, fiel a los designios bolcheviques de su familia, toda de porfiada militancia en el Partido Comunista brasileño. Pero él, más astuto que comunista y más ambicioso que ideólogo, castrista de uña en el rabo, ultraizquierdista y medio trotsko pero absolutamente decidido a agarrar el poder, sabía que sin disfrazarse la cola y los cuernos de diablo marxista no llegaría a ninguna parte.
De allí que ocultara sus verdaderas intenciones, pasara de bajo perfil ante las fuerzas armadas, la derecha brasileña y el Departamento de Estado y se cobijara a la sombra del palacio de la Revolución. Sin hacer mucho ruido.
El primer paso fue reagrupar a los desconcertados bolcheviques de la región, desperdigados tras la caída del muro de Berlín, golpeados en el plexo por la derrota de las guerrillas y el aplastamiento del socialismo con rostro humano de Salvador Allende, preparándose para una década que se prometía prodigiosa: asaltar el poder con un proyecto aparentemente socialdemócrata -la llamada “Nueva Izquierda”, que engrupió a más de un ingenuo aspirante a presidente de la pervertida Venezuela-pero con la clara intención de asaltar las instituciones y forzarlas a decapitar el capitalismo, copar las instituciones y terminar por cuadrar el viejo sueño de Fidel: invadir y someter América Latina.
Asociados los Castro con Lula y su grupo de trotskistas brasileños -“yo te conozco mosco, y aunque de rojo vistáis, no me pitáis”, le decía Cantinflas al cardenal Richelieu- en veinte años estaban a punto de culminar la faena: Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Perú, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, y México y Honduras casi que por un pelo, se habían apoderado hasta de la OEA. Bien podían celebrar los Castro y Lula alzando sus copas y brindando por la misión cumplida.
El gordo financiamiento en dólares de la plataforma de asalto la puso un tropero venezolano que se apoderó de un ex gran país y lo convirtió en un burdel minero y una letrina petrolera: nuestro inefable Hugo Rafael Chávez Frías, quien absolutamente desinteresado en su propio país, optó por nacionalizarse cubano y fregarle el piso a los Castro.
Al frente de la mafia cívico militar más voraz, prostituida y ladrona que hayan conocido los territorios al sur del Río Grande. Ese encuentro celebrado luego del brutal desliz de Rafael Caldera y la complacencia de un pueblo deteriorado a sus máximos extremos, en La Habana en 1995, entre Chávez y Castro, no encuentra mejor definición que la ocurrencia venezolana: “el hambre con las ganas de comer”. Chávez puso la carne, Fidel el hambre.
Han pasado más de veinte años desde entonces. Y crujen las resistencias del Foro ante la debacle universal.
El padrino llanero y multimillonario de la criatura fue descuartizado en La Habana y su país de origen se desangra en la mendicidad y la inopia, después de haber recibido en sus últimos diez años más que lo que recibiera en sus doscientos años de historia patria. Venezuela, posiblemente, no volverá nunca jamás a ser lo que un día fuera. Y los facinerosos que la violaron no le han dejado hueso bueno.
Ni siquiera está en capacidad de alzarse y sacar a patadas a los forajidos que continúan usurpándola por orden de los Castro. Brasil va por su tercer año consecutivo de caída de su Producto Interno Bruto.
El kirchnerismo castroforista se derrumbó. Y éste puede ser el annus horribilis del Foro de Sao Paulo: Dilma fuera del gobierno y Lula da Silva encarcelado.
Ni siquiera la izquierda chilena, tan seria e introvertida ella, se salva de los escándalos, los latrocinios, los saqueos. Su inveterado prestigio de país serio yace por los suelos. Evo no será reelecto. Y el odio hacia los latinos suramericanos comienza a hacer mella en la campaña presidencial norteamericana.
Es la caída de nuestro muro, el muro de Sao Paulo. ¿Qué vendrá? Latinoamérica no se caracterizó jamás por su espíritu racionalista, previsor y anticipatorio.
Siempre gustó de desbarrancarse en los abismos del inmediatismo y la emotividad. Si bien, con dos siglos basta y sobra. Provoca reclamar como lo hiciera Goethe al borde la muerte: quiero luz, más luz.
Antonio Sánchez García
@sangarccs