Con el título de este artículo parafraseamos la novela de Mark Twain “Un yanqui en la corte del Rey Arturo”, pero esto va más allá de un juego de palabras. Como el protagonista de la mencionada obra literaria -que llega a la Inglaterra medieval cargado de los adelantos del siglo XIX- los cubanos y el mundo esperan que con la visita de Barack Obama, el siglo XXI arribe de una vez por todas a Cuba.
No es poco el revuelo mundial que ha causado el progresivo descongelamiento de las relaciones entre Estados Unidos y la mayor de las Antillas. Un anacrónico barco a la deriva de la Guerra Fría, con más de 50 años, mantenía en punto muerto el vínculo entre ambas naciones vecinas.
Y por supuesto, el acercamiento ha traído polémica. Lo primero que temen –no sin razón- los defensores de los derechos humanos es que la presencia del inquilino de la Casa Blanca sirva para legitimar la tantas veces denunciada persecución a la disidencia de la isla. Y adicionalmente, para dar un visto bueno a las prácticas alejadas de la democracia que son conocidas del mundo entero.
Lo primero que hay que decir, es que lo peor que puede suceder es la inacción. El juego ha estado trancado por décadas, todo lo hecho hasta el momento no ha servido para levantar la derruida economía de la isla y por lo tanto, la gente sigue padeciendo la penuria como forma de vida. En esta situación, aplica aquella sabia máxima: “Si siempre haces lo que siempre has hecho, siempre obtendrás lo que siempre has obtenido”. Era urgente intentar algo nuevo.
Hay quienes aseguran que Obama se lanzó la arriesgada jugada porque quería pasar a la historia. No es algo ilegítimo, siempre y cuando esa ambición personal –y hasta egoísta, sí- se concrete a través de una acción que deje al mundo mejor.
No está de más recordar al muy republicano y conservador Ronald Reagan dándose la mano con el líder soviético Mijaíl Gorbachov y ayudando con un empujoncito a la caída del oprobioso Muro de Berlín y de toda la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Y no es que Reagan haya generado tal desenlace. Toda esa estructura cayó sola, por su peso, por su ineficiencia, por estar en la antípoda de las más elevadas y legítimas aspiraciones humanas que se reducen a una palabra: libertad. Lo destacable es cómo Reagan supo leer los tiempos y ayudar a la historia en la dirección correcta. Cosa que por cierto, también hizo Gorbachov.
Sobra decir que la Casa Blanca no da puntada sin dedal y que también debe estar leyendo entre líneas cosas que para el común de los mortales están vedadas. Esta vez es un demócrata quien hace una jugada audaz. Jugada que, por cierto, anticipamos desde estas líneas y no con dotes sobrenaturales, sino simplemente deduciendo que un presidente que va de salida y a quien no le toca reelección siempre apuesta por una despedida grandiosa, aunque sea polémica, ya que no deberá afrontar de nuevo el juicio de los votos.
Del otro lado, hay que tomar nota del pragmatismo de Raúl Castro: la bandera proscrita por casi 60 años, hoy ondea tranquilamente por toda la isla; las barras y estrellas están en el atuendo de los ciudadanos y se han convertido en un fetiche de moda.
Tras ello, no hay mucho que decir: el agotamiento del improductivo modelo cubano, que llevó ruina no solamente a la propia patria de Martí, sino a toda latitud donde fue exportado. Al castrismo no le queda sino abrirse. ¿Cómo, cuándo, hasta qué límite? La respuesta la dará el tiempo; pero la ruta es esa.
¿Llegarán las inversiones? ¿El internet libre? ¿Qué sucederá con los presos de conciencia y con agrupaciones disidentes como las Damas de Blanco? ¿Se podrá detener la tragedia de los balseros?
La cubana Yoani Sánchez apunta en su blog Generación Y, que es enorme la esperanza que llega con el emisario de Washington. Entre otras cosas, por tratarse de un mandatario de color, en una isla donde hay todos los matices de piel y con una elevada población mestiza.
Ante el estamento habanero que está cercano a arribar a seis décadas –y que adicionalmente es de piel blanca-, no puede menos que producirse una enorme identificación de la gente, según Sánchez.
En Estados Unidos en 1955, Rosa Parks fue arrestada por no ceder su puesto a un blanco en un autobús. Y 53 años después, Barack Obama se convierte en presidente, demostrando cómo ese país es capaz de evolucionar y transformarse. Algo que quieren los cubanos para ellos: cambio.
Lo que deben tener presente de aquí en adelante tanto Obama como sus detractores, es que lo que importa es la gente. La calidad de vida de los cubanos es un asunto largamente postergado y definitivamente prioritario. Demos un voto de confianza a esta vuelta de tuerca y confiemos en que sea para bien de todos.
David Uzcátegui