“…Y si se hallasen allí diez justos… se salvará Sodoma…”
Génesis 18:23-33
La palabra resurrección significa levantarse, resurgir y renacer a una nueva vida y en el ámbito religioso del cristianismo, judaísmo e islamismo, la resurrección es morir en Dios para la vida eterna. Día a día y todos los días resucitamos en Cristo.
Todo ser humano lleva consigo la aspiración natural y religiosa de la inmortalidad celestial. En el cristianismo, la resurrección de Cristo es la piedra angular de la fe en que se volverá a nacer, resucitar, celebrada en la Pascua al romperse lo material liberando el espíritu.
La resurrección no es únicamente morir para resucitar, porque el alma muere temprano día a día por nuestras obras y conductas y resucitamos en Cristo día a día con el “aleluya” dando gracias a Dios “de las cosas que me hacen olvidar” al renacer a una nueva vida con buenas acciones, con sentimientos nobles y amor fraterno.
Todas las religiones monoteístas tuvieron sus orígenes en el Dios único, omnipotente y justo, en el mismo Dios de Abraham, de Cristo y de Mahoma, pero el amor al poder, pretendiendo ser el ungido de Dios y del Rey o reinar detrás del trono con ambiciones terrenales, tornaron la armonía y la paz en guerras y odios para sucumbir en doctrinas económicas y sociales extremistas propugnando el ideal social, pero subyugando conciencia y convirtiendo a sus seguidores en la esclavitud más indigna e indignante al cercenar el libre desenvolvimiento de la personalidad; ello no es solo en el socialismo marxista y tiránico, sino también en la democracia capitalista y salvaje, perdiéndose la justeza de la vida en la sana convivencia social y la resurrección en Cristo.
La búsqueda de los diez justos no ha concluido desde el Génisis. No se debe castigar al justo por el pecador, porque es la voluntad de Dios.
Vivir por vivir no es vivir, vivir en paz es vivir. La paz es el verdadero ideal social, porque la paz es servicio, armonía, fraternidad, es conciliación y es perdón para que todos los seres humanos cristianos, islámicos y judíos, al aferrarnos en cumplir con la palabra de Dios en nuestro yo interno y con verdadero sentimiento humanitario, resucitemos todos los días en Cristo.
Es impropio solicitar indulgencias odiando. Dios ni es bueno ni malo, es justo.
La sociedad reclama evolución de conciencia en la relación capital y trabajo. Toda revolución política permanente conlleva indefectiblemente al odio, al sufrimiento y a la muerte, por lo que sus autores o dirigentes aunque besen el crucifijo, no admiten reconciliaciones perdiendo su vida interna, su alma, para poder vivir en paz y resucitar en Cristo.
Cesáreo José Espinal
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