Lo que debería ser un país de vida, de progreso, de respeto a los derechos humanos y a la propiedad, se ha convertido en el imperio de la muerte, del atraco, de la mentira y del desconocimiento de los derechos fundamentales de la persona
En Venezuela estamos atravesando una pentacrisis. Es decir, una crisis que tiene cinco lados. Esos cinco lados son: político, económico, social, cultural y ético.
Hoy quiero referirme a la crisis ética, que tal vez representa la mayor y más preocupante de las manifestaciones de la crisis.
La crisis ética se pone de manifiesto por la ausencia de valores, de principios, de normas. El más grande y más importante de todos los derechos humanos es el derecho a la vida. En nuestro país, todos los días recibimos el impacto noticioso de cómo ese derecho tan fundamental que es el derecho a la vida es violado y vulnerado.
El acontecimiento más reciente es lo ocurrido en la humilde población de Tumeremo en el estado Bolívar. Una masacre que pone de manifiesto lo peor de la condición humana. El desprecio a la vida envuelve también un desprecio absoluto a la dignidad de la persona.
En la cultura cristiana creemos que cada persona, por humilde que sea su condición social, tiene una inmensa dignidad. Cada ser humano es hecho a imagen y semejanza de Dios. Es criatura de Dios. Es hijo de Dios. Todos somos hermanos porque compartimos el mismo padre. De allí surge el sentimiento de igualdad y de fraternidad universales, mucho antes de que en 1789 fueran proclamados los derechos del hombre y del ciudadano por la Revolución Francesa con su consigna de libertad, igualdad y fraternidad. Y mucho antes de la declaración universal de los derechos humanos, que acompañó al nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas en San Francisco, California, en 1948.
Tampoco se respeta el derecho a la propiedad. En una sociedad moderna, organizada y civilizada, es indispensable que se respete la vida y se respete la propiedad.
En la Venezuela contemporánea existe un irrespeto total por el derecho a la propiedad. Prevalece el robo en todas sus manifestaciones, desde el robo que se perpetra desde las alturas del poder hasta los robos y atracos que afectan a toda la población, cualquiera que sea su nivel social o su condición económica.
Lo que debería ser un país de vida, de progreso, de respeto a los derechos humanos y a la propiedad, se ha convertido en el imperio de la muerte, del atraco, de la mentira y del desconocimiento de los derechos fundamentales de la persona.
El país necesita un rearme moral. Que prevalezca la honestidad, la verdad, la sinceridad, el respeto al derecho ajeno, la defensa del estado de derecho y la vigencia de las normas de una convivencia civilizada.
Seguiremos conversando.
Eduardo Fernandez
efernandez@ifedec.com