Betancourt y Caldera, a pesar de instrumentar doctrinas diferentes, ejecutaron bajo el paraguas de una política exterior común y muy propia del Estado venezolano
Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, cada uno a su tiempo y con su propio estilo, definieron sendas doctrinas en cuanto a la política exterior aplicada por Venezuela durante sus respectivos gobiernos. Ciertamente estamos hablando de estadistas. A Betancourt le tocó enfrentar las embestidas al unísono de los sectores más reaccionarios de la derecha y los más violentos de la izquierda; los primeros compungidos por la nostalgia del poder perdido y los segundos afiebrados por la agitación e inestabilidad que impulsó la “Revolución Cubana”, sintiéndose predestinados a “tomar el cielo por asalto”.
Ante este cuadro tan complejo y amenazante para la naciente democracia venezolana el presidente adeco enarboló la bandera de su “Doctrina Betancourt”, promoviendo el aislamiento de todos los gobiernos de origen autocrático: comunista o militarista, para generar un amplio ambiente de solidaridad democrática en el continente. Allí queda el histórico capítulo de la ruptura de relaciones diplomáticas y consulares con el gobierno cubano el 11 de noviembre de 1961. Cabe recordar que el gobierno fidelista de Cuba tenía por detrás el poderoso apoyo de la Unión Soviética; por ello es bueno destacar, que sin alaridos ni berrinches, Betancourt tuvo los pantalones bien puestos a la hora de defender la democracia venezolana y continental.
Por su parte; el presidente copeyano Rafael Caldera, comprendiendo el agotamiento de la “Doctrina Betancourt”, facturó un viraje diplomático estratégico al blandir la “Doctrina Caldera”, dándole aliento a una política de “solidaridad pluralista” continental, distención de las relaciones con los países que tenían gobiernos de facto, incluyendo a Cuba, la incorporación de Venezuela al Pacto Andino, la firma del protocolo de Puerto España para buscar mejores condiciones de negociación al diferendo limítrofe con Guyana. En fin, mientras la “Doctrina Betancourt” habría fuego diplomático a todo gobierno que no fuese democrático para evitar que la epidemia tiránica se propalara en el continente; “La Doctrina Caldera” se apuntaló en el principio democristiano de “la justicia social internacional” soportándose en los pilares del “pluralismo ideológico” y “la solidaridad pluralista” para atraer a la órbita democrática a naciones con gobiernos de naturaleza autoritaria o comunista; estrategia que recogió buena cosecha en Centroamérica y Chile.
Lo importante, en grado superlativo, de todo esto, es que tanto Betancourt como Caldera, con sus respectivas doctrinas defendieron los valores democráticos en el continente, en el mundo y el derecho irrenunciable de los venezolanos a vivir en democracia. Por una parte, y por la otra tuvieron el talento de insertar a Venezuela en el ecosistema internacional sumando aliados, amigos y socios. Me atrevería a decir que tanto Betancourt como Caldera, a pesar de instrumentar doctrinas diferentes, las ejecutaron bajo el paraguas de una política exterior común y muy propia del Estado venezolano durante los cuarenta años que van de 1958 hasta 1998: promoción, defensa y consolidación de la democracia política, social y económica en la región y en el planeta entero.
Esta breve retrospección tiene mucho sentido cuando vemos el drama aislacionista en el que se encuentra el gobierno de Maduro. Ni haciendo el más creativo ejercicio de imaginación podemos afirmar que el presidente Maduro tiene una doctrina internacional, a pesar de haber sido canciller de la República antes de asumir la primera magistratura nacional. Hoy los venezolanos no tenemos la menor idea de hacia dónde va Maduro, más allá de sus chascadas sobre la confabulación financiera internacional en contra de Venezuela. Los estados de excepción en la frontera colombo-venezolana, las provocaciones del gobierno guyanés para debilitar nuestra legitima reclamación sobre nuestro esequivo. La evidencia de que Venezuela está “fuera de juego” ante la nueva alianza entre Obama y los Castro, es decir entre Cuba y los EE. UU., tras bastidores, sumémosle a ese pacto la aquiescencia de la Unión Europea, los estratégicos movimientos internacionales del Papa Francisco, la zozobra del gobierno brasileño que parece llevarse por delante no sólo a Rousseff sino también a Lula, la moderación uruguaya, el ostracismo chino y las penurias rusas, además de la solidaridad inoficiosa de las voces cada día más irrelevantes de Correa, Evo y Ortega, dejan a Venezuela metida en una orfandad internacional patética.
En ese contexto tan adverso, Maduro y su gobierno no ven hacia adentro, es decir, hacia Venezuela, no buscan unificar al país para superar las abultadas dificultades. El gobierno de Maduro actúa con la torpeza de un elefante en una cristalería, todo lo rompe, a todos nos agrede, todo lo divide. La debilidad internacional del gobierno de Maduro solo la puede rebatir un atolondrado fanático, y su fortaleza interna es una ficción. Parece que nadie se lo dice o a él no le da la gana escucharlo. Ante tanta estupidez importantizada, sigo insistiendo en la necesidad de un nuevo pacto de Punto Fijo para Venezuela, no una repetición, las realidades son distintas, pero la inspiración unitaria debe ser la misma. Venezuela necesita un nuevo pacto si queremos salir bien librados de esta. ¡Adelante!
Roberto Enríquez