No puede considerarse un cambio de gobierno como una ruptura, porque no hay una inclinación mayoritaria en la población a favor de romper con los patrones básicos de las políticas públicas de izquierda
El debate político en curso muestra, más allá de las apariencias, que un conjunto de valores y principios propios de la tradición del pensamiento progresista ha sido internalizado por la mayoría de la población y que a su vez parte importante de las élites políticas se han plegado a ellos, bien sea por convicción o interés, sobre todo si aspiran a tener un sólido piso electoral.
De esto es muestra el debate en la Asamblea, donde resaltan iniciativas de la mayoría parlamentaria que adopta la perspectiva característica de la izquierda favorable a la distribución de la riqueza, democratización de la propiedad y extensión de la participación de las llamadas clases subalternas en las decisiones políticas. Es lo que en la actualidad se ha denominado pensamiento populista.
Leyes propuestas como la de la Gran Misión Vivienda, la de cesta ticket, la de otorgamiento de la propiedad de la tierra de las zonas urbanas a sus ocupantes pueden obedecer a fines discutibles, pero intentan mantenerse dentro de esos parámetros.
Incluso la ley de referendos, que tiene obviamente un propósito inmediato o circunstancial, lleva implícito el reconocimiento del rol protagónico del pueblo y que a éste corresponden las decisiones y no a las clases dirigentes o meritocracias.
Ya nadie discute, o al menos no se dice públicamente, que la educación y la salud deben ser gratuitas y que el Estado debe proveerlas.
Ese no era el ambiente dominante en el momento en que se aprobó la actual Constitución, cuando eran muy fuertes las corrientes ideológicas que se oponían a los “subsidios”.
En aquel entonces en la élite dirigente estaba muy extendida la ideología de la privatización de los servicios de salud y de las pensiones. Se consideraba que cada quien debía recibir atención médica dependiendo de su riqueza o ingresos, y que el acceso a los institutos de educación debía ser pagado.
Era la mentalidad en boga en los medios de comunicación, la dirigencia de los partidos y las ONG dedicadas a la actividad política. Hoy, al contrario, todo el debate sobre la condición de los hospitales, la atención médica y la escasez de medicinas es favorable a la distribución gratuita de medicamentos y a los subsidios.
Por esta razón, no puede considerarse un cambio de gobierno como una ruptura, porque no hay una inclinación mayoritaria en la población a favor de romper con los patrones básicos de las políticas públicas de izquierda.
Lo que exige la mayoría electoral que pudiera llegar a respaldar a la oposición es una gestión y una forma de gobernar distinta, pero no principios diferentes.
Si la oposición llega al gobierno con un discurso propio de los valores del sistema actual no dispondría de la base electoral para gobernar con otros principios. En consecuencia, no debe hablarse de “transición”, sino de alternancia dentro del sistema.
“Lo que exige la mayoría electoral que pudiera llegar a respaldar a la oposición es una gestión y una forma de gobernar distinta, pero no principios diferentes…”
Leopoldo Puchi