El Gobierno responde de manera absurda, diciendo que no hay crisis, agrediendo a los únicos que sí producen alimentos, y afirmando que “tenemos comida para alimentar tres países del tamaño de Venezuela”
I
El régimen no gobierna, y grita y manotea para disimularlo. En la calle, la indignación de la gente estalla en erupciones cada vez más agresivas por la falta de alimentos, por la falta de medicinas, por el hampa desatada, por la falta de gobierno. El régimen responde de manera absurda, diciendo que no hay crisis, agrediendo a los únicos que -como Empresas Polar- si producen alimentos, y afirmando que -gracias a las menguadas y corruptas importaciones oficiales- “tenemos comida para alimentar tres países del tamaño de Venezuela”. Mientras el régimen sigue viéndose a sí mismo en la truculenta programación de la TV oficial, oyéndose sus mentiras y tratando de creérselas, en la calle la olla de presión social está a punto de estallar. Antes, el reloj de la bomba del malestar social hacía “tic tac, tic tac…”; ahora ese mismo reloj anuncia el paso de los segundos con el atronador “boom” de la protesta en las colas, de las amenazas de saqueos, de la rabia de los apagones, del horror de los linchamientos…
II
Pero los tiempos de la política no son los tiempos de la gente. La Unidad Democrática, ciertamente, ha logrado avances notables, victorias importantes y ha demostrado capacidad de defender y ejercer las victorias que logra. Pero el nivel de deterioro de la economía, el colapso mortal de los servicios y el avance pavoroso de la inseguridad hace que muchísimos venezolanos estén hoy exigiéndole a la MUD y a la nueva Asamblea Nacional que le ponga un alto a este desastre. De poco sirve explicar que lo conquistado hasta ahora por la Unidad es el Poder Legislativo, y que para poner los correctivos que el país demanda con urgencia hace falta manejar las palancas del Poder Ejecutivo, y que para lograr eso es imprescindible convocar una consulta popular, y que a su vez para hacer esa consulta es necesario activar los mecanismos que, como el Referendo Revocatorio o la Enmienda Constitucional, aparecen en nuestra Carta Magna: el hambre entiende poco de esas razones, el dolor de las familias de los asesinados por el hampa, mucho menos…
III
Lo que está amenazado, pues, no es la estabilidad de un gobierno, ni la hegemonía de un partido, ni la ridícula pretensión de un individuo de ejercer un liderazgo que nunca tuvo. Aquí lo que está bajo amenaza es la paz de la república. Y está amenazada por un régimen que no es capaz de garantizar a los ciudadanos el acceso a los alimentos, ni a las medicinas, ni al agua potable, ni a la energía eléctrica… ¡Un gobierno que no es siquiera capaz de garantizar a sus ciudadanos el derecho a la vida, genera la ira popular! Y esa ira debe tener cauces pacíficos para expresarse de manera constructiva. Tales cauces existen. El Referendo Revocatorio es uno de ellos. Pero el régimen, en su infinita torpeza, los bloquea. De esta manera llegamos a esta situación insólita: en la Venezuela del 2016, el principal enemigo de la gobernabilidad democrática… ¡Es el gobierno!
IV
En este choque de poderes, cada lado exhibe precisamente aquello que no tiene. El verdadero “conflicto de poderes” que está planteado en Venezuela no es entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo, o entre el Legislativo y el Judicial. No es esta, definitivamente, una disputa entre escritorios y archivadores, entre pareceres leguleyos y plazos constitucionales. Aquí lo que está chocando es el poder de la gente que quiere cambio, por un lado, y el poder la cúpula ladrona e ineficiente que se resiste a perder sus privilegios, por el otro.
V
La cúpula ladrona es débil, muy débil… pero es eficiente disimulando esa debilidad: sus antiguas fortalezas (un liderazgo carismático que hipnotizaba a las masas, una factura petrolera que le permitía disimular a punta de billetes su ineficiencia y corrupción) desaparecieron. Ahora, en vez de líder tienen a un sujeto que en público se llama a sí mismo “becerro”, para vergüenza hasta de la Vaca Mariposa; en vez de dinero a manos llenas tienen el cinismo necesario para seguir viviendo ellos como reyes, mientras el pueblo no tiene ni con qué comer.
La cúpula corrupta intenta compensar toda esa debilidad haciendo uso y abuso de la violencia: tanto la violencia institucional que ejercen los burócratas, como la violencia callejera que ejercen sectores de la fuerza pública y pequeñas células terroristas integradas por individuos reincidentes en la agresión mercenaria. Ayuno de pueblo, carente de razones, huérfano de argumentos, el régimen se olvida de la “democracia participativa y protagónica” y se atrinchera tras los escritorios del directorio del CNE, tras las togas de la Sala Constitucional del TSJ y tras las bayonetas del Alto Mando Militar, olvidando que ninguna burocracia, civil o militar, puede sustituir el perdido favor del pueblo.
VI
A su vez, el país que quiere cambio es fuerte, muy fuerte… pero todavía no es eficiente exhibiendo y ejerciendo esa fuerza: su poderío consiste en la amplitud y profundidad social del apoyo al cambio. Somos mayoría en todas las regiones del país, en todos los sectores sociales, en todos los ámbitos políticos, incluyendo a nuestros hermanos de las bases oficialistas. Pero esa fuerza social, que se manifestó de manera contundente el 6D y se desparramó como una masiva inundación cívica el 27A, todavía no se ve expresada en la actitud de muchos ciudadanos ni en la capacidad organizativa de la dirección política. Unos y otros, tras 17 años defendiéndose de un proyecto que se decía mayoritario, no aciertan aún al ejercerse como la nueva mayoría nacional que ahora somos, y muchos siguen actuando como el sector acorralado que antes éramos. Ante cada triquiñuela del CNE, ante cada farsa leguleya del TSJ, algunos reaccionan desde la queja o el temor, en vez de accionar desde la certeza del poder que tenemos, el poder de la gente, el poder de la calle pacífica, organizada y contundente.
VII
Que el régimen pretenda ignorar que es minoría, y que la mayoría democrática no pueda hacerse valer, coloca al país al filo de la violencia. El único antídoto de la violencia es el diálogo, y el único “diálogo” posible y deseable es aquel que garantice que esta crisis se resuelva consultando la opinión del pueblo, para que su dictamen inapelable ratifique la condición minoritaria del régimen y la certeza mayoritaria del cambio. Para eso, la violencia oficial debe desactivarse, y la nueva mayoría nacional dará garantías de que la Venezuela futura no tendrá venganzas ni impunidades, sino justicia y convivencia. ¡Pa’lante!
EPÍGRAFE
“Ante cada triquiñuela del CNE, ante cada farsa leguleya del TSJ, algunos reaccionan desde la queja o el temor, en vez de accionar desde la certeza del poder que tenemos…”
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“En la calle la olla de presión social está a punto de estallar. Antes, el reloj de la bomba del malestar social hacía ‘tic tac, tic tac…’; ahora ese mismo reloj anuncia el paso de los segundos con el atronador “boom” de la protesta en las colas…”
Foto Edward Sarmiento