La violencia criminal es un ataque directo a la felicidad de las madres, mientras que el desabastecimiento y la especulación desestabilizan su tranquilidad
Elías Jaua Milano
Mi generación, la de los 90, se fue a la lucha revolucionaria tarareando, a nuestras madres, la canción de Alí Primera “Madre, déjame luchar”. No teníamos otra opción, a pesar de la angustia y el dolor que les ocasionamos para siempre. Ellas, para no dejar solos a sus hijos e hijas e inspiradas en las luchas de Madres de Plaza de Mayo, se sumaron al caudal popular que a final de los años 90, bajo el liderazgo del comandante Chávez, le abrió caminos pacíficos y democráticos a la revolución que sus muchachos y muchachas se atrevieron a soñar.
Por eso, al triunfo de la revolución bolivariana, el comandante Chávez tuvo como centro de su atención a las mujeres, especialmente a las madres. En primer lugar reconociéndolas, constitucionalmente y en la práctica, como protagonistas políticas en la sociedad y a partir de allí cobijándolas, a ellas y a sus hijos e hijas, con el más amplio e integral sistema de protección social que hayamos conocidos en nuestra Madre Patria, Venezuela.
Esa seguridad que progresivamente, en revolución, fue alcanzando la mamá venezolana, en torno a que sus muchachos y muchachas podrían estudiar de manera gratuita, de contar con un sistema de salud universal, de poder alimentarlos como Dios manda, de ver cómo se ampliaban las condiciones de igualdad para progresar y vivir bien; ha sido vulnerada de manera perversa por quienes quieren restaurar el sistema de desigualdad y exclusión.
La violencia criminal es un ataque directo a la felicidad de las madres, mientras que el desabastecimiento y la especulación desestabilizan su tranquilidad. Se trata de una gran maniobra para derrotar la fortaleza moral de la madre venezolana, que pasó de ser acompañante de sus hijos e hijas “cabezas calientes”, a ser la protagonista en la construcción de una sociedad próspera para todos y todas.
Por más difícil que sea lo que hoy estamos pasando, que lo es, y pidiéndoles perdón por los errores y los dolores, las llamamos a un sublime aliento para salir de esta compleja situación, sin sacrificar lo bueno que hemos logrado con ustedes al frente. Madre, madres, vamos a seguir luchando por la alborada de un mundo nuevo. Mil bendiciones para ustedes.