La semana pasada hablamos del pecado que traemos al nacer por la desobediencia de Adán y Eva y de la necesidad de ser perdonados y recibir la salvación y la vida eterna a través del Señor Jesucristo, quien restableció con su muerte y resurrección, la relación entre el ser humano y el Padre.
En las Santas Escrituras, podemos encontrar muchos versículos que hablan de este tema y de lo efímero de nuestro tiempo en el mundo terrenal.
Jesucristo narra una aleccionadora parábola en el evangelio de Lucas, capítulo 12, versículos 16 al 21: ……”la heredad de un hombre rico había producido mucho y él pensaba dentro de sí diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo donde guardar mis frutos? Y dijo, esto haré: derribaré mis graneros y los edificaré mayores y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes y diré a mi alma: alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años, repósate, come, bebe y regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a buscar tu alma. ¿Y lo que has provisto de quién será? Así es el que hace para sí tesoros y no es rico para Dios”.
Como dijimos en la columna anterior, nadie sabe cuándo, cómo, ni donde se va a morir, pero lo que sí sabemos es que ese momento llegará sin avisar y debemos estar a cuentas con Dios, prepararnos para cuando nos toque estar ante su presencia y nos pida cuentas de que hicimos en esta vida.
“Sólo borraré de mi libro a quien haya pecado contra mí”, versículo 33, capítulo 32 del libro de Éxodo.
Sólo Jesucristo tiene el poder de limpiar con su sangre nuestros pecados, perdonarnos y garantizarnos la vida eterna en el cielo.
El cristianismo no es una religión, es entregar nuestra vida a Jesucristo y aceptarlo como nuestro Señor y Salvador.
Dios te bendiga y te guarde. Hasta el próximo encuentro con La Palabra de Dios
Lic. Beatriz Martínez (CNP 988)
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