Tanto daño nos han y nos hemos hecho que nos resulta muy difícil aceptar, según la preferencia política que se tenga, que en todo grupo de seres humanos, en “los demás”, en “los otros”, en los que no piensan como uno, también hay matices
“Diálogo” no es una mala palabra, aunque en nuestra Venezuela polarizada y áspera, a muchos les suena a insulto. Es una palabra hermosa.
Su significado literal indica que es una “plática entre dos o más personas que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos”. Por supuesto, un diálogo fructífero y exitoso, especialmente en momentos de grave crispación, no se queda en ese mero intercambio, sino que logra superar las barreras de las mutuas animadversiones y ubica a los interlocutores en un necesario plano de igualdad en el que lo importante no es tanto lo que nos diferencia, sino lo que nos identifica.
¿Es posible un diálogo en Venezuela? La respuesta es muy difícil. Las radicalidades de cada bando, de entrada, responderán que no, que es imposible. Los oficialistas recurrirán a sus manidos, y en general falaces, argumentos sobre el talante supuestamente antipatriótico, antidemocrático y hasta criminal de los opositores, de todos ellos y hasta de los que no lo sean, pero igual respondan al mote coyuntural de “enemigos de la revolución”.
Los opositores radicales, por su parte, elevarán de inmediato la muralla de un ya muy pesado y demostrable memorial de agravios que, de manera también general, atribuirán sin distinciones a todo el que milite o haya militado en las filas rojas o hasta a los que mil veces hayan tenido que tragar grueso, por ejemplo, en un cargo público solo porque de allí es que obtienen su sustento.
Tanto daño nos han y nos hemos hecho que nos resulta muy difícil aceptar, según la preferencia política que se tenga, que en todo grupo de seres humanos, en “los demás”, en “los otros”, en los que no piensan como uno, también hay matices, diferencias e individuales formas de ver la realidad que pueden ser distintas de las nuestras, pero que son también humanas (nótese que no digo ni “mejores” ni “peores”) y dignas de respeto.
Pero si en esa estéril diatriba nos quedamos, si no somos capaces de superar tales limitaciones, la imagen que siempre nos devolverá el cuadro será la de dos lobos mirándose con rabia, babeando, gruñéndose y mostrándose mutuamente los colmillos, mientras “la presa” (permítaseme la expresión, me refiero a la paz de nuestra nación) se nos va a todos de las manos, nada más.
Nadie dice que será fácil, mucho menos en Venezuela. Todos, absolutamente todos, estamos de una u otra manera marcados por los desatinos, las carencias y las desgracias que nos han tocado en mala suerte en los últimos lustros. Cargamos, además, el lastre de lo que nosotros mismos y los demás nos hemos y nos han impuesto sobre cómo debemos valorar y ver a los opuestos. Y es verdad, humanamente es muy difícil desprenderse de eso sin más, es muy difícil bajar la guardia y ponerse en sintonía con aquellos que seguramente no estaríamos dispuestos a invitar a nuestra mesa ni a nuestro hogar o con los que en cada bando identificamos, pues así lo hemos decidido y aprendido, como los culpables de todos nuestros males.
Pero la cruda realidad nos está sobrepasando. El hampa desbordada no anda preguntándote si eres rojo, amarillo o azul, el hambre no conoce de ideologías ni obedece discursos políticos, y cuando te estás muriendo en un hospital porque no te llegan las medicinas te importa un pepino, por ejemplo, si el revocatorio va o no va. Por eso el diálogo no solo es posible, hoy por hoy es absolutamente necesario. El barco se nos está hundiendo, a todos, y es hora de que todos nos pongamos de acuerdo para salvarlo del inminente naufragio.
Pero además, el diálogo es indispensable, y lo es porque negarse a dirimir nuestras diferencias a través del diálogo es obligarnos a dirimirlas por las malas y violentamente. Cualquier alternativa a una solución dialogada, puesta la mira en el bien común, es aterradora y nos lleva directamente a las balas, a la muerte y al caos. Ese costo es demasiado alto.
¿Es eso en realidad lo que queremos para nosotros, para nuestros hijos y para nuestro país?
“Si en esa estéril diatriba nos quedamos, si no somos capaces de superar tales limitaciones, la imagen que siempre nos devolverá el cuadro será la de dos lobos mirándose con rabia…”