Aquel 27 de febrero con boleros
Unos artistas criollos ensayan ambicioso montaje músico teatral, donde los ritmos caribeños son el telón de fondo de sus dramas personales en medio del efervescente caos social de 1989
La vida en un bolero es un espectáculo que se presenta del 10 al 28 de junio en el Celarg. Revela su autor, director, actor y productor general, Luis Carlos Boffill, que el montaje transcurre en la tasca “Brindis y boleros”, en un sótano del centro de Caracas. “Como la economía está golpeando los bolsillos del venezolano, realizan un ensayo general de la nueva producción que monta Basilio Estévez. El ambiente está tenso. Los artistas dejan aflorar sus conflictos individuales más que sus interpretaciones. Hay un caos general. Es 27 de febrero de 1989. Día del Caracazo”. Y ahí están los actores Luis Carlos Boffill, Grecia Augusta Rodríguez, Mónica Reyes, Jesús Javier Hernández, Sarah Scuzzarello, Nubia González, Victoria Sánchez y Rennier Lezama. Están vestidos y maquillados por Joseph Alcalá y se mueven en una escenografía creada por Ingrid Hernández, Las funciones son viernes y sábados 7 pm, domingos a las 6 pm.
Muchas obras
–¿Cuantas obras hasta ahora?
–No llevo una cuenta exacta. Debería preocuparme por contarlas uno de estos días. Pero renombrándolas en mi mente «creo» que pasan de 30 terminadas. Hay otras comenzadas que no he terminado. Todas escritas en Venezuela, que fue donde me sentí con la prudencia y madurez para asumir el reto. Además, este país me ha sido de gran inspiración.
–¿Cuántas representadas?
–Voy por 21 títulos presentados desde el 2007 a la fecha. Incluyendo las que he proyectado con mis estudiantes. He tenido la fortuna de estar en cartelera con hasta tres obras de mi autoría.
–¿Qué trata esta y qué ambiciona con ella?
–Es mi primera obra hiperrealista. Su composición dramatúrgica está compuesta para que el actor interactúe con el público como parte de la historia que se narra. No me interesa la política, de hecho, me encrespa. Aunque tampoco vivo exento de ella, pues más allá del artista está el ciudadano como ente de una sociedad. Una frase del filósofo Nietzsche cita: …»No es la historia la que se repite, es el ser humano que siempre es el mismo»… Y toma vigencia en el texto de manera predominante. Pues en un antes, un ahora, o un después, muchas son las personas que aún cuando admiten que su país atraviesa un caos extraordinario, están pendiente de sus problemas personales, y a éstos les dan prioridad sin entender que podrían tener solución si primero se ataca el mal común y mayor. En mi pieza, un grupo de artistas ensayan una producción de boleros en una tasca del centro capitalino, justo cuando en las calles el país se cae a pedazos (tomando de referencia el histórico Caracazo en 1989 de la Venezuela contemporánea), pero en su mayoría, cada personaje está inmerso en su propio problema restándole importancia a lo que acontece el país «de todos». Algo muy vigente en la realidad que hoy vivimos y el mismo comportamiento individual que seguramente se asumirá en un futuro por otros muchos. Solo intento demostrar que el ser humano puede sensibilizarse ante la barbarie y en algún momento dejar de pensar de manera individual para unirse por un bien común.
–¿Por qué insiste con la música y las canciones?
–Soy un ferviente amante de la literatura, el cine, el teatro, y por supuesto la música. Amo escribir, sean dramas o comedias, o infantiles. Pero ciertamente me formé en el Teatro Musical de La Habana. Y a pesar de interpretar muchos títulos tan clásicos y bellos de éste género, tuve un problema siempre con seguir haciendo «refritos» de Hollywood o Broadway. ¿Es que acaso los latinos no contamos con suficiente material e historia de un impresionante legado de músicos, autores, ritmos e intérpretes como para no hacer musicales que realcen nuestras raíces?
–¿Cuál es tu balance teatral?
–No me voy a referir solo a la región. Creo que le debo mucho a Venezuela y jamás tendré cómo saldar la deuda de darme cobijo, de traer libertad a mis alas y hacerme de un nombre que con muchísimo sacrificio, estudios que nunca terminan y muy poco de descanso, me he ganado como dramaturgo, actor, director, cantante, compositor y docente. Me siento realizado como hombre y como profesional en mis 51 abriles. Me siento bien, ¡muy bien! Pero aún inconforme, y eso, no creo que cambie.
De regreso
–¿Cuándo se marcha usted para Cuba o Miami?
–La mitad de mi vida la viví en mi Cuba natal, ese siempre será mi terruño extrañado y amado. Pero la otra mitad la he vivido en Venezuela. Mi personaje en «La vida en un bolero», Basilio Estévez dice en uno de sus parlamentos: “Claro que me duele vivir lejos de mi tierra, pero Venezuela es grande, y aprendí a amar su grandeza». No creo que me vaya nunca de aquí. Ya una vez lo hice, cuando salí de mi tierra. La sufrí mucho, y muchos sufrieron mi partida. Varios amigos, familiares o colegas me dicen que llegando a Estados Unidos de América tengo mis papeles por mi condición de cubano. Hasta envidian eso, hablando en buena lid. Pero particularmente no soy muy fanático del sueño americano, no creo mucho en él. No critico a quien lo haga. Pero he estado en Houston, Miami, New York y Los Ángeles. Jamás encuentras el candor y lo cálido del latino, ni siquiera en el propio latino que siente tu llegada como una sombra o amenaza. Y cito el pensamiento de mi apóstol José Martí: «Viví en el monstruo y conozco sus entrañas»… Además, no es lo mismo salir de Cuba con 27 años y 70 kilos, que emigrar a estas alturas con 51 años y 120 kilos.