Lo que un día luce como un revés puede al día siguiente tornarse en una importante ventaja y, al contrario, lo que en un momento se percibe como un beneficio puede, a veces casi de inmediato, convertirse en un perjuicio
La reciente resolución del Consejo Permanente de la OEA es muy interesante. Obviando los muchos matices que pueden discernirse en los breves párrafos que la componen, tanto el gobierno como la oposición democrática no han demorado mucho en deducir de su texto, cada uno por su lado, una victoria. Según el gobierno, “ganó Venezuela”, según un grueso sector de la oposición, palabras más, palabras menos, también “ganó Venezuela”. Si la resolución resulta auspiciosa, lo es por motivos muy diferentes, al menos en mi criterio, de los que se alegan de manera sesgada en cada caso.
En las relaciones entre los países las historias no se cuentan en “blanco y negro”. Los grises y las policromías siempre están presentes. Lo que un día luce como un revés puede al día siguiente tornarse en una importante ventaja y, al contrario, lo que en un momento se percibe como un beneficio puede, a veces casi de inmediato, convertirse en un perjuicio.
Dicho esto, comencemos por lo elemental: aunque suene manido, la OEA no es un “club de ciudadanos”, no es una “congregación de los pueblos de América”, sino un “club de gobiernos” (nótese que deliberadamente eludo la palabra “Estados”). Pese a las florituras con las que se lo adorne, allí los que se reúnen son los gobernantes de América para decidir qué es lo que más y mejor les conviene a ellos mientras están en el poder, que no es necesariamente lo que es mejor ni más conviene a sus pueblos, y normalmente (ya esto lo he cuestionado en otras oportunidades) el interés que priva en esos intercambios internacionales es el comercial, no el humanitario.
Por eso no sorprende que ante la contundente solicitud de Almagro los representantes de los integrantes de ese exclusivo “club” hayan huido hacia adelante poniendo, en primer término, sus propias bardas en remojo. A ninguno de los países que integran la OEA le interesa que se siente un precedente como el que Almagro pretendía para Venezuela. Al menos, no iban a “jugarse las de Rosalinda” hasta que eso no fuese absolutamente indispensable para resguardar sus propios intereses comerciales, que no para proteger al pueblo de Venezuela que, aunque duela, en esas ecuaciones es en general una variable menor.
La resolución, es cierto, neutraliza de momento la posibilidad de una suspensión de Venezuela en el organismo merced la activación de la Carta Democrática, y en este sentido el gobierno “ganó”, pero solo si ese era su objetivo a corto plazo. A mediano y a largo plazo nada le garantiza que eso no vaya a cambiar. Almagro, por su parte, no ha sido “derrotado”, como algunos podrían pensar. La verdad es que si él no se lo juega el todo por el todo, en la OEA aún se estaría debatiendo si es real o no la crisis en Venezuela. Su planteamiento trazó una línea en la que los gobernantes de la región se vieron obligados a tomar postura, lo cual hicieron, dejando claro que aunque no están dispuestos aún a sacar su artillería pesada, saben que en Venezuela las cosas van mal, y muy mal.
En este sentido, fue el gobierno venezolano el que resultó “derrotado”, y para que no quepa duda, la OEA le ofrece a Venezuela su apoyo “para la búsqueda de soluciones a su situación”, y este es un reconocimiento internacional muy importante, pues aunque se haya utilizado la palabra “situación”, la verdad es que no son las “situaciones” las que se resuelven, sino los problemas. En Venezuela, en consecuencia, hay problemas, y de eso ya no hay duda.
Además, hay que ver más allá. Para un gobierno que en general se niega con inhumana terquedad al diálogo y hasta a reconocer la existencia y la verdad de los opuestos, la resolución es un gancho directo a la boca del estómago. En los cuatro puntos decididos la palabra, la herramienta, la propuesta dominante es “diálogo”. Al gobierno venezolano se le amarró sin posibilidad de escape a esas siete letras que debe respetar, so pena de pasar a mayores. El mensaje, sutil, pero con un fuerte olor a ultimátum, está muy claro.
“En los cuatro puntos decididos la palabra, la herramienta, la propuesta dominante es ‘diálogo’. Al gobierno venezolano se le amarró sin posibilidad de escape a esas siete letras que debe respetar, so pena de pasar a mayores…”