Hay que resaltar el camino gradual que se ha venido operando en la oposición venezolana desde sus posiciones como derecha neoliberal en la década de los noventas, a las que asumen ahora, pretendiendo revestirse con un traje de nueva derecha, adaptada a las circunstancias históricas
Si alguien tiene la iniciativa de preguntarle a los voceros de las distintas fracciones o tendencias que conforman el disímil mundo de la oposición venezolana acerca del punto de convergencia que los unifica, en los actuales momentos, la respuesta unánime que encontraría sería, sin duda alguna, la necesidad que sienten de sacar al gobierno del presidente Nicolás Maduro de Miraflores.
A decir verdad, esta aspiración ha estado presente desde los propios inicios del proceso bolivariano, cuando el comandante Chávez llegó, con el respaldo popular, a los recintos de Misia Jacinta. Y mire que con tal propósito han hecho los más enconados esfuerzos, legales e ilegales, felizmente, infructuosos; hasta llegaron a derrocarlo, en aquellos infaustos sucesos del 11 y 12 de abril de 2002, aunque solo por 47 horas, por la acción protagónica de la unión cívico-militar que, en gesta heroica aquel 13 de abril, que permanecerá imborrable en la memoria colectiva del pueblo venezolano, supo reponer, en forma inmediata, la vigencia constitucional y la soberanía popular.
Contradicciones en su seno
En la presente coyuntura, motivados por el triunfo obtenido en las elecciones parlamentarias del 6D, en las que obtuvieron la mayoría de la Asamblea Nacional, sienten que ahora sí, luego de 17 años de derrotas, les llegó el momento de coronar sus manifiestos deseos. Pero, al mismo tiempo, desde ese mismo instante comenzaron a aflorar las intrínsecas contradicciones que anidan en su seno.
Unas de carácter táctico que tienen que ver con el cómo concretan el objetivo planteado, ante lo cual manejaron diferentes acciones (renuncia forzada del Presidente, enmienda constitucional, referéndum revocatorio), que debían ser aderezadas con presión subversiva de calle, soportada esta, a su vez, en el malestar social creciente generado por la crisis económica empresarialmente inducida, la guerra mediática y psicológica, el desborde de la inseguridad, el cerco financiero y la presión internacional e imperial, incluidas, claro está, maniobras como la del retorcido Almagro en la OEA.
Contradicciones que al no conjugarse en una sola acción, les hizo consumir la mayor parte del plazo de 6 meses que a voz en cuello cacareó Ramos Allup el 5 de enero, en la Asamblea Nacional, para salir de Maduro, y que no les permitió ceñirse estrictamente a los lineamientos pautados en el Informe del Comando Sur de los Estados Unidos, que lleva por título “Operación Freedom 2 Venezuela”, en el cual se marcan los pasos que han de seguirse para derrocar al gobierno bolivariano, incluido, entre otros, el rol que le compete a la MUD, a la Asamblea Nacional y a los empresarios. Pero además no han podido “calentar” la calle como se les exige; de allí, por cierto, el por qué los yanquis se quejan de la ineficiencia política de la oposición venezolana.
Y otras de carácter más pedestre, pero no menos incidentes, relacionadas, por una parte, con las pretensiones de los distintos grupos opositores por ver quién, de entre ellos, alcanza o mantiene la direccionalidad de la acción política y, por otra parte, las ambiciones presidencialistas de sus “líderes”, entre quienes se asoman Ramos Allup, Capriles, María Corina Machado, Leopoldo López, Manuel Rosales, Lorenzo Mendoza y hasta el Chúo Torrealba, a quien ya le salieron al paso tildándolo como “simple comentarista de noticias”.
Tránsito gradual
Pero, mientras tanto, lo que hay que resaltar es el tránsito gradual que se ha venido operando en la oposición venezolana desde sus posiciones como derecha neoliberal en la década de los noventas, a las que asumen ahora, pretendiendo revestirse con un traje de nueva derecha, adaptada a las circunstancias históricas.
A este cambio, algún desprevenido podría interpretarlo como capacidad de adaptación de la oposición a las nuevas realidades políticas y sociales del país, pero, conociendo la trayectoria de los actores, la práctica política que los ha caracterizado y, sobre todo, los intereses de clases que encarnan, no cabe la menor duda, que responde a una postura oportunista con la que se pretenden camuflajear para luego, en el supuesto, de que alcanzaren el poder gubernamental, evidenciar sus verdaderos propósitos y naturaleza de clase, tan viejos, mezquinos y depredadores como los que la derecha y el imperialismo han exhibido tradicionalmente. Para tal efecto, anotamos lo siguiente:
Nueva derecha
Ya no postulan, como en la época del Consenso de Washington, la privatización de bienes y servicios del Estado, para aplicar el ajuste neoliberal, como panacea para el desarrollo del país. Ahora, moderadamente, plantean críticas al funcionamiento de empresas y servicios públicos.
Ya no demonizan las políticas sociales, más bien pretenden hacer suyas las Misiones más exitosas.
Aparentan, a nivel de la opinión pública, promover la defensa de la democracia y auspiciar un clima dialogante pero, por mampuesto, orquestan un golpe de Estado blando, porque el tradicional no tienen como instrumentarlo.
Hacen énfasis en los temas que angustian a la población (escasez, inflación, corrupción, inseguridad ciudadana, etc), pero no aportan soluciones.
Procuran capitalizar el descontento de las capas medias tradicionales y emergentes, atrayendo, particularmente, a las nuevas generaciones que no vivieron el pasado ominoso de cuando eran los dueños absolutos del poder.
Eclipsan sus propuestas de redistribución de los ingresos en detrimento de las clases populares y en beneficio del capital.
Ahora adoptan la simbología patria cuando anteriormente la desdeñaban y rechazaban.
En lo que sí ahora son más manifiestos es en la asociación que mantienen con el gobierno y embajada de los EE.UU. y sus agencias financistas e injerencistas. En este aspecto dejaron caer la hoja de parra de la vergüenza.
Pero, como reza el dicho popular y le gustaba decirles el comandante Chávez: por más que se tongoneen siempre se les ve el bojote.
“Procuran capitalizar el descontento de las capas medias tradicionales y emergentes, atrayendo, particularmente, a las nuevas generaciones que no vivieron el pasado ominoso de cuando eran los dueños absolutos del poder…”