“Cuando estaba por salir a la calle, unos antisociales entraron al comercio y comenzaron a atracar a todos. Neida, asustada como los demás, se dispuso a entregar todo. Y lo hizo, pero se quedó con la bolsita, la cuidaba celosamente…”
7:00 am
Con sus ocho meses de embarazo a cuestas, Luisa Mercedes se levantó muy temprano para ir a comprar comida en una tienda de Makro. Llegó como a las 7 de la mañana y ya la cola era larga. Llevó agua embotellada, una sillita plegable y un abanico, dispuesta a pasar todo el día en esa tarea.
Y así fue, pasó todo el día. Como están las cosas, a nadie le importa si usted tiene 15 meses de embarazo, tiene los pies hinchados como un ñame o está botando líquido, se le rompió la fuente. Nada, haga su cola.
El caso es que el esposo de Luisa Mercedes, un médico cubano ya con varios años en el país como parte de la Misión Barrio Adentro, estaba de viaje en su natal Cuba para reportar sus actividades en Venezuela y para visitar a su familia, claro está.
La pesada carga provocó que Luisa Mercedes estuviera constantemente comunicada con su familia. “Aquí nadie tiene consideración de nadie”, le escribió a su hermana Magna, quien le devolvió un guiño porque no sabía qué decirle.
Fue un día pésimo para Luisa Mercedes. No solo el peso de la barriga, los pies hinchados y el impenitente calor de estos días, sino que no tenía la plata completa para adquirir los alimentos, se le apagaron los dos teléfonos y se le acabó el agua.
Regresó a su casa tarde, tipo seis de la tarde. Cuando se quitó la blusa, en la espalda se le notaban las marcas de la jornada.
3:35 pm
Todas las personas presentes en el consultorio de oftalmología reían a carcajadas, al punto que la doctora tuvo que abandonar por un momento su trabajo para ir a ver qué sucedía.
Neida esperaba su turno para ser atendida. Y también reía. Una señora sentada muy cerca de ella echaba un cuento que llamó la atención de todos.
Según contó, una tarde cualquiera en Caracas comenzó a sentir unas ganas increíbles de ir al baño. “Vamos a buscar un restaurante, algo, porque no aguanto más”, le dijo a su compañero de vida, Manuel, quien compartía las compras esa tarde.
Consiguieron que les prestaran un baño, pero tenían que consumir algo. “Compra un refresco mientras yo voy al baño”, le dijo a Manuel. “Y déjame llevarme una bolsita, porque me dejaron usar la poceta, pero solo para orinar”.
La señora se tiró el mandado completo en el baño, pero, responsable de sus actos, echó los desperdicios en la bolsita para cumplir el trato con la gente del establecimiento. “En la calle busco la basura y la boto”, pensó a barriga descargada y se dispuso a retirarse.
Cuando estaba por salir a la calle, unos antisociales entraron al comercio y comenzaron a atracar a todos. Ella, asustada como los demás, se dispuso a entregar todo. Y lo hizo, pero se quedó con la bolsita, la cuidaba celosamente.
Cuando el delincuente se percató del hecho, de su actitud, se la quitó de las manos a la fuerza y la metió en un bolso donde estaba todo lo robado.
En el consultorio, hasta la doctora reía de solo pensar la cara que debieron haber puesto los hampones cuando advirtieron el contenido del atraco, cuando sacaban cuentas. Sin saber si el cuento de la señora era verdad o mentira, Neida ya no puede dejar de sonreir cada vez que tiene que ir al oftalmólogo.
7:30 pm
El esposo de Luisa Mercedes regresó hace dos días de La Habana, dispuesto a retomar su vida en Venezuela, dispuesto a seguir disfrutando a su familia, su esposa, su hija, pero sin dejar de pensar algunas situaciones que lo increparon en la isla.
Yangel, hiperquinético como el que más, advierte que aquí se vive una crisis muy fuerte y entiende que se puede poner peor a corto plazo. “Te vendo el rancho, barato, lo termino y te lo vendo”, le dijo a su cuñada Maribel, quien, sorprendida, no sabía si aquello era en serio o en broma. “¿Es en serio, te quieres ir?”, le increpó la chica, a sabiendas que aquí tiene una familia, pero allá también. “Si la cosa se pone peor, me regreso a Cuba, pero claro que me llevo a tu hermana a tu sobrina”, aclaró.
“En el consultorio, hasta la doctora reía de solo pensar la cara que debieron haber puesto los hampones cuando advirtieron el contenido del atraco, cuando sacaban cuentas. Sin saber si el cuento de la señora era verdad o mentira, Neida ya no puede dejar de sonreir cada vez que tiene que ir al oftalmólogo…”