Hasta que no ocurra un cambio político radical, el pueblo estadounidense vivirá en estado de indefensión frente a la violencia generalizada y solo le resta invocar el sagrado lema acuñado en sus monedas: «In God We Trust» (En Dios confiamos)
Cada año, al menos una tragedia masiva por arma de fuego ocurre en los Estados Unidos de América. Esta vez un sujeto armado accionó este instrumento de muerte en un bar de Orlando, Florida, asesinando a medio centenar de personas e hiriendo a igual cantidad; mientras tanto no se observa ninguna reacción efectiva del Gobierno Federal para impedir que se cometan nuevas masacres.
Junio de 2016 ha traído un nuevo saldo mortal, en redes sociales aparecen millones de mensajes de condolencias, expresiones de dolor y críticas agudas contra la proliferación de armas y violencia ocupa las primeras páginas de la prensa estadounidense y acapara espacios en la televisión.
No se trata de casualidad, que la juventud de la primera potencia militar mundial tenga este alto índice de violencia; de hecho, hasta la presente fecha EE.UU. lidera el consumo mundial de drogas en lo que respecta a cannabis sativa (marihuana) y clorhidrato de coca (cocaína), y todo esto crea una descomposición social que se combina con la libre venta de armas de fuego y la violencia a punta de balas.
He conocido los males de EE.UU., no solo por estudios formales, sino por visitas a ese país y el aprendizaje de su lengua y cultura desde mi niñez. Hago constar que es terriblemente preocupante esa libre venta de armas que se practica legalmente en EE.UU. Tal fenómeno se origina en un error grotesco en el régimen jurídico de EE.UU. pero que se justifica de conformidad a su doctrina institucional de sociedad violenta y contraria al espíritu de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En efecto, como estudiosos del Derecho Comparado, sabemos que la Constitución de ese país es bastante compacta y concisa, que contiene 7 artículos y 27 enmiendas, de las cuales las 10 primeras integran la denominada «Bill of rights» (Declaración de derechos fundamentales) referidos a las garantías de los ciudadanos.
Pues de ese último segmento normativo conviene extraer textualmente lo siguiente: «Amendment 2 – Right to Bear Arms. Ratified 12/15/1791.
A well regulated Militia, being necessary to the security of a free State, the right of the people to keep and bear Arms, shall not be infringed».
El texto arriba señalado, corresponde a la segunda enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de América, el cual de seguidas traduzco literalmente:
«Enmienda 2. Derecho a portar armas. Ratificado el 15/12/1791. Una bien regulada milicia, es necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a conservar y portar armas no será infringido».
Es evidente que esta norma es aberrante si se le examina desde la perspectiva humanista de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, que promueve valores como la paz y la convivencia. La segunda enmienda constitucional gringa que como se ve tiene más de dos siglos de vigencia, es una prueba objetiva e irrefutable de la tradición agresiva, guerrerista y pistolera de la sociedad de EE.UU.
Si realmente se quieren evitar más muertes de multitudes inocentes y jóvenes autores de horrendas masacres, el ganador del Premio Nobel de la Paz y actual Presidente de EE.UU. Barack Obama debería promover ante el Congreso de su país la eliminación de esa abominable segunda enmienda, lo cual permitiría restringir el porte de armas que en la actualidad es libre en dicho territorio y está al alcance de todos los ciudadanos mayores de edad con el apoyo de vergonzosas entidades de extrema derecha como la Asociación Nacional del Rifle (NRA).
Hasta que no ocurra un cambio político radical, el pueblo estadounidense vivirá en estado de indefensión frente a la violencia generalizada y solo le resta invocar el sagrado lema acuñado en sus monedas: «In God We Trust» (En Dios confiamos).
Jesús Silva R.
aporrea.org