En el bus solo se oía llanto, mientras el chofer parecía no inmutarse, solo obedeciendo órdenes de los malhechores. Ni siquiera le pidieron el teléfono y tampoco pudo ver si le quitaron la plata porque apenas levantó la cabeza uno de los tipejos le dio con la cacha de la pistola
Ruperto venía “tranquilo como tranquilino” en la ruta del bus que conduce de Los Teques a Caracas. Eran las 9 de la mañana. Apenas tomó asiento en la buseta, intentó reclinar el sofá de la vetusta unidad cuya silla prácticamente estaba en los hierros, pero no tuvo éxito. La manilla estaba rota de raíz.
Dos minutos después, una señora de cierta corpulencia le pide permiso para sentarse a su lado. La “comodidad” comenzó a estrecharse.
Pero nada, ya Ruperto estaba listo y haciendo cálculos para llegar a Caracas en aproximadamente 45 minutos. Eso si no hay cola, porque esa carretera Panamericana cuando no está trancada, está colapsada.
Ya cuando el colector “pasó martillo”, tarifa ajustada, por cierto, Ruperto sacó su Nokia, le enchufó los audífonos y comenzó a buscar la música que lo iba a acompañar rumbo a la capital. Se detuvo en el siempre vigente Rubén Blades, quizás el mejor exponente de la cotidianidad latinoamericana de los 80 y 90.
Primero se fajó con “Pedro Navaja”, luego vino “Todos Vuelven”, le tocó el turno a “Ojos de Perro Azul” y llegó el momento de cerrar los ojos para inspirarse más y hacer del viaje algo placentero, en medio de todo. La música continuó y llegó el momento de oir otro de los clásicos del cantautor panameño, un hombre de un denso catálogo urbano.
Cuidado en el barrio
cuidado en la acera
cuidado en la calle
cuidado donde quiera
que te andan buscando…
Por tu mala maña…
De pronto, así de improviso, un fuerte olor a pólvora por percutir le hace un llamado de atención. Al abrir los ojos, incrédulo observa que tres hombres, tres mozalbetes, digamos, tienen sometido al autobús pistola en mano.
“Oigan bien lo que le vamo a decí”, dice el líder de los malamañosos.
“Quiero que todos entreguen lo que tienen y lo echen en este bolso. Quieto es quieto, el que no obedezca, lo coso a plomo”.
Ya Ruperto no tenía ni el Nokia ni los audífonos. Se los arrancaron de un plumazo.
A lo bestia.
Ya le habían vaciado los bolsillos y arrebatado su bolso. Rubén Blades, obvio, se fue con su música a otra parte.
Ruperto apenas pudo ver de reojo a su compañera de asiento, que era una mata de nervios. En el bus solo se oía llanto, mientras el chofer parecía no inmutarse, solo obedeciendo órdenes de los malhechores. Ni siquiera le pidieron el teléfono y tampoco pudo ver si le quitaron la plata porque apenas levantó la cabeza uno de los tipejos le dio con la cacha de la pistola.
-Baja la cabeza, becerro…
Los Pedro Navaja modernos, a la usanza de los años 2000, hicieron caída y mesa limpia, pero lo peor fue que un disparo de una de esas manos nerviosas se les escapó a uno de los malhechores y agredió a una estudiante en la espalda.
La película duró 10 minutos, pero para Ruperto fueron siglos en medio de una cola donde actuaron con total naturalidad, salvo la infortunada acción del disparo escapado.
Al final, los amigos de lo ajeno se bajaron del bus en las cercanías del barrio y comenzaron a bajarse lentamente, no sin antes advertir: “Si gritan, si hacen algún movimiento extraño, los vamos a moler a plomo”.
¡Santa palabra!
Al retomar la normalidad, la acción inmediata fue contra el chofer, por pararse en un lugar no permitido para subir a éstos Pedro Navaja de nuevo cuño.
El conductor solo se limitó a presentar excusas. “Me pidieron parada y paré el bus”.
En medio de la impotencia, la arrechera y el nerviosismo, un señor setentón, con cigarro en mano y cara de pocos amigos por la extenuante cola, pasaba lentamente en su antiguo Fairlane 500 oyendo a volumen inusual la tradicional pieza de Al Hoffman y Dick Manning: ”Se necesitan dos para el tango”.
Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia.
…Son crónicas de lo cotidiano.
Arena y Cal: nos tomamos seis meses sabáticos y estamos de vuelta con estas crónicas. Imposible vivir sin ejercer el oficio de escribir. Y menos con la insistencia de mi amigo, el del estanque, deseoso de datearme.
“Los Pedro Navaja modernos, a la usanza de los años 2000, hicieron caída y mesa limpia, pero lo peor fue que un disparo de una de esas manos nerviosas se les escapó a uno de los malhechores y agredió a una estudiante en la espalda…”