No puedo más que sorprenderme cuando escucho al padre de Manuela Bolívar, Didalco, amenazándonos y amenazándola con “elevar una consulta” ante el TSI (ahora es Tribunal Supremo de Injusticias, aunque les y nos duela) para que la Asamblea Nacional, de la que su hija es digna representante electa por el pueblo soberano, sea “abolida”
Movida por el amor, en nuestro caso por el amor a su país, una indómita y luminosa Julieta, o Tisbe si se la prefiere, desafía a su padre. Lo desobedece y sigue un camino distinto del que su progenitor hubiera deseado para ella, y se crece en él. El padre, presa de su ceguera, desespera, y hace hasta lo imposible para truncar los sueños de su hija.
Esas historias siempre terminan mal. Esperemos, sin embargo, que nuestra historia real no termine con arrepentimientos tardíos de padres que solo abren los ojos cuando ya es demasiado tarde, ni mucho menos con un puñal, literal o metafórico, horadando el pecho de la valiente doncella. El final del drama real, ojalá distinto del de las ficciones y mitos con los que se asemeja, es aún incierto.
Adelanto que estas líneas las escribo sin haberle pedido permiso a Manuela Bolívar, que en esta entrega identifico con Julieta y con Tisbe. A ella la conozco desde hace mucho, pues fue protagonista esencial de aquella generación estudiantil de oro que, aunque ya había mostrado su valía antes, se reveló en todo su esplendor en 2007, alcanzando metas y victorias que ninguna de las fuerzas políticas tradicionales estaba en condiciones de alcanzar en ese momento.
Si con un par de palabras me tocase describirla, tendría que decir que Manuela es brillante y valiente como pocas. Es una gran mujer, inteligente y preparada, ahora una madre abnegada y también una diputada de muy alto vuelo. También, y “that is the question”, es una hija de la que cualquier padre tendría que sentirse absolutamente orgulloso.
Por eso no puedo más que sorprenderme cuando escucho a su padre, Didalco Bolívar, amenazándonos y amenazándola con “elevar una consulta” ante el TSI (ahora es Tribunal Supremo de Injusticias, aunque les y nos duela) para que la Asamblea Nacional, de la que su hija es digna representante electa por el pueblo soberano, sea “abolida” por estar incursa, en su decir, en “usurpación de funciones”, en violaciones graves a la Constitución y en “traición a la patria”.
En otras palabras, para Didalco Bolívar, su hija, y el cuerpo legislativo del que ella forma parte, son unos criminales. No sé si el exgobernador esté al tanto, pero la “usurpación de funciones” en nuestro país es un delito que según el Art. 213 del Código Penal puede acarrear una pena de hasta seis meses de prisión, lo cual parece poco, y hasta una mueca, hasta que vemos que el otro delito atribuido a su hija y a los demás diputados demócratas, el delito de “traición a la patria” previsto en el Art. 128 del mismo Código Penal, puede alcanzar la sanción más alta que nuestra Constitución y nuestras leyes permiten para cualquier hecho punible: la pena de treinta años de presidio.
Shakespeare y Ovidio hubieran tenido mucha tela que cortar en esta tragedia, harto conocida por los venezolanos. La mácula “revolucionaria”, que ya ha demostrado ser solo una continua reedición populista de experimentos fallidos, ha roto no solo a Venezuela, sino a familias enteras, en pedazos.
Cuando todos deberíamos estar halando la carreta en el mismo sentido, cuando el barco a punto de naufragar, si es que ya no encallado y haciendo agua, más nos necesita unidos, la estrategia oficial sigue siendo la de separarnos, como ciudadanos, como compatriotas, como hermanos, como padre e hija. ¿Qué puede estar pasando por la mente de Didalco Bolívar? ¿No se da cuenta del inmenso riesgo al que expone a lo más sagrado que un hombre puede tener, que es un hijo, o en este caso, una hija?
No hablemos solamente de que en este país de desatinos es posible que la propuesta del padre prospere, a despecho de su manifiesto carácter antidemocrático y, ahora sí, francamente inconstitucional, lo que abriría la jaula de los lobos policiales, fiscales y judiciales contra Manuela, que podría terminar, por soñar con una Venezuela distinta de la que su padre aspira mantener “como sea”, vistiendo de rosa, pero en el INOF; hablemos también de la jauría furiosa que puede creerse el cuento y que, siguiendo la consigna obtusa de que es “pacífica pero está armada”, como ocurrió con la quema del Reichstag en la Alemania de 1933, o con la toma del Congreso en la España de 1981, puede terminar incendiando nuestra AN, o disparando dentro del hemiciclo con su hija, la madre de su nieto, adentro.
No hay “fidelidad al líder” ni “línea del partido” que justifiquen un acto tan aterrador y antinatural. Sin familia no hay patria, sin hijos no hay futuro, y no fue Chávez, señor Bolívar, el que recién nacido le llenó el pecho como nadie se lo había llenado jamás. Dios le proteja y le evite la tragedia real de tener que explicarle a su nieto, si es que las consecuencias inimaginables de su barbaridad se imponen, que su mamá no está, que está presa, que tuvo que huir o que no pudo realizar sus sueños, solo porque usted prefirió ser político antes que ser padre y puso su lealtad y su amor donde no debía. Ojalá no tenga usted que arrepentirse de haber sido la mano que hundió el puñal en el pecho de su hija.
“No hay ‘fidelidad al líder’ ni ‘línea del partido’ que justifiquen un acto tan aterrador y antinatural. Sin familia no hay patria, sin hijos no hay futuro, y no fue Chávez, señor Bolívar, el que recién nacido le llenó el pecho como nadie se lo había llenado jamás…”