La lluvia no cesa y Herminia no deja de mirar a través de la ventana. La casa es humilde, las niñas duermen, todo es quietud.
Herminia está impaciente. Desde hace una semana la mujer está pensando en la propuesta de «El Ruso», de irse a trabajar para el hotel de mala muerte de la Baralt, pero enseguida el estómago se le revuelve de sólo pensar que tiene que dejarse manosear por los tipos que lleguen buscando prostitutas a la hora que sea.
A «El Ruso» le gusta tener mujeres en el hotel que se hagan pasar por aseadoras en los cuartos, pero que finalmente son trabajadoras sexuales listas para venderse. «El Ruso» se entiende con las mujeres y con los clientes, él es el que hace el pago final.
Cuando Herminia conoció a «El Ruso» las cosas se fueron dando una y otra vez entre ambos, pero luego ella se percató de que ese tipo de hombres nunca se enamora. Ahora ya Herminia no lo quiere, y no se ha dejado vender, pero ver a sus hijas comiendo sólo una vez al día, y tener que aguantarse el hambre a punta de mangos, ha sido difícil por estos tiempos.
Dibujando el barro
Mientras el agua cae y las gotas de lluvia van dibujando el barro frente a su casa, ella pasa los dedos por su cabello muy negro y largo, y los bucles que se le hacen de manera espontánea bajan y suben al antojo de su mano.
La pensadera atormenta a Herminia, ella sabe que si comienza a prostituirse no podrá salir tan fácil de las manos de «El Ruso» y su gente. Su cuerpo es esbelto, nadie pensaría que a sus 26 años de edad es madre de dos niñas de 10 y 12 años de edad. Su rostro es hermoso, hay quien le jura que ella se parece mucho a la fallecida cantante Selena.
Levantarse con el estómago vacío, pasar el día como fantasma, sin ánimo, pensando en cuál será su suerte y la de sus hijas, es la vida que Herminia quiere dejar atrás, y mientras analiza cada paso que ha dado y la situación que atraviesa actualmente, la joven termina asegurando que Dios no la quiere, eso se dice una y otra vez y luego envuelve su cabello en una cola, se mete en los únicos jeans que le quedan, y se sube sobre los suecos marrones que su hermana le regaló antes de morir.
La blusita negra medio larga le queda ancha, pero a ella no le importa cómo va a salir vestida, Herminia está segura de su belleza, de su andar y aunque no está en su mejor momento personal, está consiente de todas las miradas que su trasero y su busto siguen atrayendo.
La voz de Kelly
Mientras está por salir de la casa escucha la voz de Kelly, su hija menor: «Mami llega temprano oíste, te quiero contar una cosa hoy…Pero tienen que ser hoy mamá. Te amo ¿Oíste mamá?». Las palabras de su niña le llegan al alma a Herminia.
Sus hijas aprendieron con ella desde niña lo que significa el abrazo, el beso y la palabra te amo.
Saliendo del barrio Herminia va pensando las palabras con las que le va a llegarle a «El Ruso», va pensando en el manoseo que seguramente se va a tener que calar para poder comenzar el trabajo vendiendo su cuerpo, pero sabe que desde ése mismo día sus hijas van a dejar de pasar hambre. Ella sabe que podrá llegarle a Kelly con buenas noticias y también espera poder ahorrar para comprarle a Mariana, la hija mayor, el nebulizador del asma que ya se le está acabando.
Entre tanta pensadera Herminia comienza a sentir asco, pero no puede hacer nada más que aceptar el trabajo sucio y permitirle a «El Ruso» que negocie su cuerpo con el tiempo que la va a esperar en el cuarto en que se citaron.
Sueco roto
Hacía dos años que Herminia se había negado a dejarse vender, pero la vida llena de penurias que aguantan sus hijas le han sacado demasiadas lágrimas, y ahora que ni su hermana Maruja puede ayudarla, ya no ve otro camino diferente.
Y es que Maruja era el «paño de lágrimas» de Herminia, pero ella enfermó y el cáncer se la llevó en menos de un año.
Fueron días duros, llenos de desesperación y Herminia afirma no recordar a Dios ayudándola, según se dice una y otra vez. La muchacha va por todo el camino hablando con Dios, a veces peleando en silencio con Dios, a veces renegando y se desespera.
Uno de los suecos de Herminia se rompe en el camino, y ella está a punto de patear una caja que está en la calle en señal de desahogo a su rabia. Su mirada gira a un lado y se consigue con un letrero chiquito pegado en una pared, en el que se lee que solicitan mujer mayor de 25 años para la limpieza por días en una casa.
La dirección que se lee es cerquita de su casa. Herminia toma el papel, y se lo mete en el bolsillo, pero sigue pensando en «El Ruso» y su propuesta, que para ella es más «fácil y segura».
Aunque sabe que va tarde para su cita con el sujeto que la pondrá a trabajar como prostituta, Herminia tiene que sentarse en una placita un momento, para poder arreglar el sueco medio roto, hay que componerlo porque además de que no tiene más calzado decente, ése fue un regalo de Maruja y ella los ama. En otro momento ella hubiése llegado descalza a su destino, pero ahora algo le decía que esperara para arreglar el calzado como pudiera.
Luego de unos 10 minutos ya Herminia había logrado componer el roto de un lado del sueco para seguir andando.
Llegaría tarde, pero sí llegaría se decía ella una y otra vez. «El Ruso» era algo necio, mal carácter y misterioso, y ella no quería problemas con él, ni con el cliente.
10 minutos
Cuando Herminia llegó a la puerta del hotel no la dejaron pasar, alguien le dijo que hacía 10 minutos un sujeto solitario entró a un cuarto donde «El Ruso» esperaba a una mujer para entrevistarla para un trabajo, y lo asesinaron, al parecer fue una trampa para liquidarlo. Herminia sintió que su cuerpo comenzó a temblar, y se fue lo más rápido que pudo, sacó el papel de su bolsillo, lo leyó bien y buscó el número telefónico.
En el pantalón ella tenía 30 bolívares y buscó un puesto de teléfonos, hizo la llamada y alguien del otro lado del auricular sólo le preguntó: «¿Usted es la mamá de Kelly? Ella me avisó que usted nos iba a llamar hoy, el trabajo es para limpieza en la casa, y para cuidar a mi hijo todo el día ¿Vendrás hoy? Estoy pagando por día de trabajo si te interesa».
Herminia llegó a su casa y sólo atinó a llorar mucho y abrazar a su hija Kelly. Es desde ése instante en el que ella está segura que aunque mil veces haya tenido que desayunar comiendo un mango o hacer sólo una comida al día, hacer largas colas para encontrar algo de alimento, o llorar amargamente porque no podía cumplir alguna promesa hecha a sus muchachas, los caminos de Dios son misteriosos. «Si nuestra fe se mantiene intacta la tormenta pronto pasa», dice Herminia.
Nota: Cuidado en la Acera es un espacio en el que se mezclan realidad y fantasía en el ánimo de entregar a nuestros lectores una reflexión en torno a hechos reales, y desde el cual nunca buscamos lesionar a persona o institución alguna. ¡Hasta nuestra próximo historia!s
Por: Janeth Solórzano