Un «poder» que no puede garantizar ni la estabilidad política, ni la gobernabilidad económica ni la convivencia social, es una estructura perniciosa, que daña a todos los que afecta y que corrompe, desprestigia y arrebata el futuro a todos aquellos en quienes se apoya
Un régimen que amenaza a Juan Barreto, que allana la sede de Marea Socialista, que insulta a Miguel Rodríguez Torres y llama «traidores» a una variada gama de ciudadanos que van desde Vladimir Villegas hasta Ana Elisa Osorio pasando por el mayor general Clíver Alcalá y por los exministros Jorge Giordani y Héctor Navarro, entre muchísimos otros personajes, es evidentemente una estructura política incapaz de garantizar la más elemental gobernabilidad al interior de sus propias filas. Pero si además ese régimen es también incapaz de contener la inflación y de frenar el avance mortal del hampa, es lógico afirmar que estamos ante un desgobierno moribundo: en efecto, un «poder» que no puede garantizar ni la estabilidad política, ni la gobernabilidad económica ni la convivencia social es una estructura perniciosa, que daña a todos los que afecta y que corrompe, desprestigia y arrebata el futuro a todos aquellos en quienes se apoya. Cuando éstos últimos se dan cuenta de esa realidad, la represa se fractura y el régimen cae. En consecuencia, lo responsable es prepararse para el cambio…
Deben prepararse para el cambio
El oficialismo es mucho más que el diosdado-madurismo. Bajo el rótulo de «oficialismo» podemos ubicar desde personas que en alguna ocasión se vieron atraídas y hasta cautivadas por la figura política de Hugo Chávez y su mensaje, hasta grupos de poder que a la sombra de esa figura política y de su gobierno hicieron grandes negocios, adquiriendo flotas pesqueras, medios de comunicación, compañías aseguradoras, fincas, haciendas y un largo etcétera. Para unos y otros, es decir, tanto para los que alguna vez creyeron en el discurso de Chávez como para los que utilizaron ese discurso para hacer inmensas ganancias, hoy el diosdado-madurismo es un estorbo, por razones distintas pero coincidentes: para el chavista de a pie, Maduro es «una raya», una vergüenza, algo indefendible, la suma de todo lo corrupto y todo lo ineficiente que puede ser un gobierno; para el boliburgués, Maduro es incapaz de garantizar continuidad en la seguridad de los negocios, y es por el contrario un dato de profunda inestabilidad en el país. Por la mezcla de ambas circunstancias es que en la dirigencia política del oficialismo ya se levantan voces acusando a Maduro de «usurpar la representación del chavismo»…
Para ese sector de venezolanos, minoritario pero respetable, lo pertinente es prepararse para el cambio, y eso significa en términos concretos no obstaculizar el Referendo Revocatorio y, tras su resultado, proceder a redefinir, reordenar y relanzar su proyecto político, ubicado en la nueva realidad venezolana y con un nuevo equipo dirigente que merezca al menos el beneficio de la duda.
Los militares también
La Fuerza Armada Nacional pertenece a todos los venezolanos. Definir a la FAN como «socialista» o «chavista» es una violación, no por reiterada menos grave, del 328 Constitucional. El empeño oficialista de presentar al sector castrense como una especie de «partido militar» aliado a lo que ellos llaman «revolución» ha terminado por convertirse en una amenaza para la institución militar misma y un motivo de profundo desagrado para la familia militar, porque el desprestigio galopante de esa supuesta «revolución» puede terminar afectando a toda la FAN, con el consiguiente daño no solo para la institución, sino para la república toda.
Ante esa situación, lo pertinente para los militares venezolanos es prepararse para el cambio, seguros de que el triunfo democrático permitirá que nuevamente la FAN sea una institución querida y respetada por todo el pueblo y no solo por un partido, y en la certeza de que la Unidad Democrática es una fuerza que sabe distinguir con precisión entre lo militar como expresión institucional y el militarismo como degeneración politiquera.
Y la Unidad…
Ante la inminencia del poder son muy distintas las conductas de la política y las pulsiones de la pre-política: para la política, la cercanía del acceso al poder impone la necesidad de construir consensos, fortalecer alianzas y construir una visión compartida que permita no solo «llegar al poder», sino también la factibilidad de mantenerse en él, ejerciéndolo para cumplir un programa de recuperación económica, inclusión social y reinstitucionalización democrática. En cambio, para la prepolítica la inminencia del poder supone, en vez de la construcción de consensos, la definición del tema de la «hegemonía»; lo que a su vez se traduce no en el fortalecimiento de alianzas sino en el establecimiento de relaciones de subordinación de todos los factores con aquel que ejerce la «hegemonía». Finalmente, la manera prepolítica de hacer las cosas termina determinando que, como guía para la conquista y ejercicio del poder, se tenga no una visión compartida del proceso de cambios, sino la imposición de la perspectiva -muchas veces errática y siempre sectaria- del grupo o «líder» que ejerce la «hegemonía».
De la prepolítica chavista venimos, hacia el cambio democrático vamos. Por eso, para la Unidad Democrática prepararse para el cambio significa fortalecer los mecanismos y modos de hacer unitarios; desechar el caudillismo y el sectarismo como lo que son: datos de la cultura política chavista que es indispensable vencer y superar; seguir avanzando en la construcción de una visión compartida de la transición democrática y del posterior proceso inclusivo de reconstrucción nacional; consensuar esa visión compartida de la Unidad Democrática sobre el proceso de cambio con todo el país, incluyendo de manera destacada a sectores que hasta el pasado reciente hayan podido estar bajo la influencia cultural, política o clientelar del proyecto totalitario.
En definitiva, para la Unidad Democrática «prepararse para el cambio» implica ratificar la convicción de que probablemente solo se camina más rápido, pero juntos se llega más lejos. Y reiterar la certeza de que la Unidad no es un trapo que en ocasiones se puede ondear como bandera y otras se pueda usar como un coleto, sino que es una exigencia histórica de los venezolanos. La unidad de los demócratas no se puede romper. Tampoco se puede secuestrar. Porque la Unidad (como el Referendo Revocatorio, como la Constitución, como la FAN, como el país) le pertenece al pueblo. ¡Pa’lante!
EPÍGRAFE
“Maduro es incapaz de garantizar continuidad en la seguridad de los negocios, y es por el contrario un dato de profunda inestabilidad en el país…”
FOTO palacio-de-miraflores
“Se impone la necesidad de construir consensos, fortalecer alianzas y construir una visión compartida que permita no solo ‘llegar al poder’, sino también la factibilidad de mantenerse en él…”