El más grande
La grandeza de un hombre no se mide solamente por su trayectoria en el campo donde se ha destacado. Hay que ir más allá…ponderar todas y cada una de las acciones de una vida, que como la de Muhammad Ali estuvo repleta de acciones trascendentes. Jamás Sugar Robinson escaló un peldaño similar
Estos últimos años han sido duros y terribles si nos ponemos a contar las ausencias de los seres que forman parte de nuestro entorno.
La vida, con el pasar de los días, se nos está convirtiendo en un laberinto insospechado. Cada ser humano tiene su pequeño mundo, como nos enseñó el maestrazo Hermann Hesse cuando a los 14 años comenzamos a interesarnos por la literatura.
Todo ese enjambre de ideas y sensaciones coinciden en algo inalterable: la vida se nutre de etapas en la medida en que avanza el implacable tiempo que nos pasa con velocidad trepidante, dejando estelas agradables y momentos ingratos, digamos que el equilibrio que caracteriza a la existencia.
Hoy en la primavera de la madurez tenemos que confrontar con las pesadumbres de los amigos y seres queridos que se nos van a otra dimensión de lo desconocido.
La de hoy no pretende ser una crónica sombría ni trágica. Eso es menester del talento del excelso letrado Horacio Quiroga, de quien me encuentro absolutamente distante.
Uno simplemente es un emborronador de textos que le da rienda suelta al oficio de escribir, por eso hay momentos en donde la musa está más sensible que otros días.
Y tiene que ser así cuando de un sopetón nos dejó Alberto Sarmiento, junto a quien dí mis primeros pasos en el boxeo organizado o el viaje eterno de Beto Perdomo cuando aún esa garganta enunciaba con emoción sus característicos ramalazos, al igual que la partida del primo Abraham, que nos transportó a los tiempos de la infancia, ya con la noble tía Teresa navegando por el cielo que se ganó con su vida llena de bondad o la sorpresa navideña que nos dio Jorge Valerio, un guiaquerí noble, puro y sincero.
Como si fuera poco, al abrir la semana se escapó mi colega presidente de la Cámara de Turismo de Anzoátegui, Gabriel Laclé.
Y ni hablar del vuelo de Gilberto Mendoza y del hombre de la música que sacudió y sacude al mundo, Alfredo Escalante.
Así también ocurre con los grandes personajes que trascienden fronteras, como el incomparable Cassius Marcellus Clay, quien en pleno uso de razón abrazó el islam para ser por siempre Muhammad Ali, uno de esos hombres que se queda conectado desde el primer día y a quien le debía mi modesto tributo escrito.
Probablemente y desde el punto de vista deportivo, para algunos Muhammad Alí no fue el mejor boxeador de todos los tiempos.
Los polémicos de siempre anteponen, y hasta con argumentos de peso, a Sugar Ray Robinson, que comparativamente hablando en materia de récords, tuvo registros más significativos.
Pero lo deportivo a nuestro juicio no es el único argumento para calificar a uno por encima del otro.
Robinson ciertamente hizo más peleas que Alí y tuvo una trayectoria impecable, pero jamás pudo alcanzar la trascendencia del nativo de Louisville, que fue genio y figura en lo político, en lo social y en lo deportivo.
Ali desafió al ‘stablishment’ y a todo el poder imperial en clara rebeldía contra el racismo y las injusticias.
Se negó a ir a la guerra para no ser cómplice de la matanza de inocentes.
Salió de la cárcel para soportar los ganchos y los uppers de Joe Frazier.
Llevó la televisión al boxeo y la convirtió en espectáculo de masas. Abrió el camino a los deportistas afrodescendientes. Sus peleas fueron comparables en audiencia con la llegada del hombre a la luna.
Su lengua fue justa a su medida. Impuso aquello de pronosticar el round en el que iba a aniquilar al adversario.
Demostró que no era un Alien, sino un hombre de carne y hueso cuando le tocó el momento más gris de su carrera… la retirada.
A Robinson siempre respetó y admiró, pero hoy el mundo, las nuevas generaciones y los que están por venir conocen más de Alí que de Sugar. Es la realidad.
En lo social, Ali se perdió de vista y en lo deportivo cabría preguntarse si Robinson hubiese soportado los uppers de Joe Frazier, los ganchos de George Foreman, el ímpetu de Sonny Liston o la agresividad de Ken Norton y Michael Spinks.
Habría que poner a prueba su mandíbula.
El solo hecho de dudar, ya de por si echa por tierra culquier especulación.
Por eso cuando se hacen las comparaciones hay que ser cuidadosos y entender que científicamente estas nunca serán exactas.
Muhammad Ali fue el más grande. Nadie como él.
Fue el hombre capaz de reinvindicar al pueblo de Zaire y unificarlo en torno a su figura… fue el que se atrevió a decir que nunca lo habían invitado a la Casa Blanca, pero en cambio estaba orgulloso de ir a la «Casa Negra» de Zaire.
Ali estuvo en Venezuela. Robinson murió quizas sin saber donde queda esta patria que está frente al Mar Caribe…
Por todo esto y por mucho más, Alí fue el Más Grande.
Eso sí, con el respeto que me merecen quienes tienen el derecho a disentir de mi opinión… Son crónicas de lo cotidiano.
“Alí desafió al ‘stablishment’ y a todo el poder imperial en clara rebeldía contra el racismo y las injusticias. Se negó a ir a la guerra para no ser cómplice de la matanza de inocentes…”