Hambruna 2.0
“Mamá”, gritó Albertico. Y Alejandra comenzó a temblar. “Ya es hora de comer”, advirtió el nene, entrando en una cocina sin ningún tipo de movimiento, sin una olla montada, sin una hornilla encendida
10:00 am
La caravana de taxistas era impresionante, rumbo al sepelio de Miguel en el Cementerio Jardines El Cercado de Guarenas.
Además de taxistas, el féretro de Miguel era acompañado por amigos de otras líneas de transporte público, de mototaxistas, una clara y contundente manifestación de dolor.
Pero era tan impresionante la cantidad de gente que iba al sepelio, que activó a los cuerpos de seguridad y, cuando la muchedumbre tomaba la Avenida Intercomunal Guarenas-Guatire, frente a la sede de la Universidad Nacional Experimental de la Fuerza Armada (Unefa), fue abordada por un comando de la Guardia Nacional Bolivariana.
Los taxistas, cuyo dolor expresaban a viva voz y a través de los graffitis pintados en los vidrios de sus autos, fueron al encuentro de la autoridad. “No vamos a permitir que tranquen la Avenida Intercomunal”, dijo un oficial ante la posibilidad de que aquel sepelio se convirtiera en protesta.
Por momentos hubo confusión, molestia, inconformidad, incertidumbre. Pero la Guardia no esperó y actuó más rápido. Prácticamente secuestró el carro fúnebre y se llevó su muerto, rumbo al Cementerio Jardines El Cercado, sin esperar a nadie.
Julia lloraba más que nunca. “No puede ser que ni siquiera nos dejen enterrar a mi muchacho con tranquilidad”, gritó. “¿Dónde estaban ellos cuando lo mataron?”, se quejó.
Mientras el cuerpo de Miguel iba rumbo al cementerio por el canal de 80, los taxistas, los autobuses y los motorizados trataban de salir de la confusión para seguirle el paso. No era momento de protestar, era momento de darle el último adiós al compañero.
6:00 pm
Mientras se acercaba la hora de la comida, la única del día, Alejandra se ponía más nerviosa, porque no tenía nada qué darle a Albertico. Ni siquiera sabía que decirle a aquel niño tan vivaz, que no tiene la culpa de su desgracia de no tener trabajo, de no tener comida.
“Mamá”, gritó Albertico. Y Alejandra comenzó a temblar. “Ya es hora de comer”, advirtió el nene, entrando en una cocina sin ningún tipo de movimiento, sin una olla montada, sin una hornilla encendida. “Ya va, ya te voy a hacer algo”, mintió Alejandra, pidiéndole a Dios que la iluminara a ver qué se inventaba. “Será salir a pedirle a alguien que me dé algo para darle a Albertico, a mendigar, no importa que yo no coma esta vez”, pensó.
En eso alguien tocó la puerta y ella le pidió a su niño que atendiera el llamado, como para distraerle la mente y no pensara tanto en comida. “Mamá, es mi tío Pedro”, gritó el niño. “Y te trajo algo”.
Alejandra vio en Pedro a su salvador. Su hermano se presentó en la casa con un kilo de harina, justo cuando ya no podía mentir más. “Aquí te traigo algo para que resuelvas”, dijo Pedro. Y ella, agradecida, no sabía si reir o llorar. “Dios aprieta, pero no ahorca”, se dijo para sus adentros, esperanzada.
Pedro, además, le dio unos realitos para que comprara un saladito para echarle las arepas, que aunque aquello servía solo para la cena y el desayuno del día siguiente, agradeció con todo su corazón.
8:00 pm
De regreso a su casa, Julia seguía con su dolor intacto. Pese a que el cuerpo de Miguel llegó primero al cementerio, solom al final sus compañeros le rindieron sus honores, lo bailaron, lo bebieron, lo lloraron, lo rieron. Algunos quemaron los cauchos de sus vehículos, otros simplemente gritaban, algunos escuchaban y reían con las grabaciones de su voz en el sonido interno que usan los taxistas para comunicarse.
Pero todos enmudecieron cuando Julia se abalanzó sobre la urna en el momento de la despedida. Las lágrimas inundaron el lugar.
Julia, abrazada fuertemente a aquella urna, le gritaba su amor a su hijo, a su nieto, a su todo. Su alma se le iba en esas palabras. Le juró que jamás lo olvidaría, que aspiraba volver a verlo en la eternidad.
Sentada en su cuarto volvió a recordarlo, recogió sus cosas y siguió llorando. Se quedó sola (vivían juntos), pero se dispuso a seguir adelante como un homenaje al mismo Miguel. El amor que le tiene da para eso y más.
“Su hermano se presentó en la casa con un kilo de harina, justo cuando ya no podía mentir más. ‘Aquí te traigo algo para que resuelvas’, dijo Pedro. Y ella, agradecida, no sabía si reir o llorar…”