Todo listo para que Ibrahim Guerra muestre la popular pieza teatral de Román Chalbaud en una producción de la nueva Compañía Nacional de Teatro
El quinto montaje de la obra El pez que fuma, de Román Chalbaud, con el cual se relanza a la Compañía Nacional de Teatro, bajo la dirección de Ibrahim Guerra, se realizará en el Teatro Nacional, producido por el Centro Nacional de Teatro, que comanda Alfredo Caldera, a mediados del venidero mes de noviembre.
Turbios amores
El pez que fuma es un próspero bar de copas y prostíbulo, o burdel, administrado por La Garza, quien confía en su amante de turno, Dimas, para que deposite las ganancias en el banco; pero este es un dilapidador del dinero ajeno y además la engaña con otras meretrices. Desde la cárcel, Tobías, examante de La Garza, conspira, y le manda un “Judas” (Juan), quien se encarga de emponzoñar todo y enamora a la patrona del burdel. Dimas no se deja sustituir tan fácilmente y mata, sin querer, a la codiciada dama; termina en la cárcel y deberá resolver su conflicto con Tobías.
Ha dicho Chalbaud que “escribo mis obras a partir de los personajes que me invento, después los uno y nace toda la obra. Esos entes teatrales me dictan lo que quieren ser y así los presento. No intento explicar mis obras teatrales, ni tampoco mis películas, dejo que el público las vea, las digiera y saque sus propias conclusiones. Los prostíbulos son sitios donde, especialmente los hombres, se drenan pasiones y se trata de conseguir por horas ese amor que se sale no solo por la boca. Hay muchos sueños o anhelos que ahí se forjan o que naufragan. El poder y el amor son las dos grandes pasiones de los seres humanos y eso ahí está muy bien marcado o definido. Además, a todos nos atrae un burdel, porque en esos antros pasan muchísimas cosas. En estos tiempos hay otros sitios o espacios que han intentado sustituirlos, pero los lupanares siguen existiendo. El teatro es un espectáculo y los venezolanos son muy inteligentes y agarran todo lo que unos les dice y lo reitero yo que tengo más de medio siglo en estos avatares del teatro y el cine, además de la televisión”.
Cuatro montajes
El estreno de El pez que fuma se hizo para la temporada de El Nuevo Grupo, en el teatro Alberto de Paz y Mateos, en 1968, y contó con un elenco maravilloso: Gloria Mirós sustituyó a Hilda Vera, quien después protagonizó la versión cinematográfica; trabajaron, entre otros, Hermán Vallenilla, Rafael Briceño, José Ignacio Cabrujas, Humberto Buonocuore, Maira Chardiet, José Luis Silva, Hercilia López, Rodolfo Parra, Nirma Prieto, Alexander Milic, Raúl Medina, William Moreno y debutó José Salas, quien además diseñó el vestuario y la escenografía. “Yo la dirigí”, dijo Chalbaud.
Nunca más montó su burdel, pero sí dejó que otros lo hicieran: en 1994, Cabrujas lo escenificó en el teatro El Paraíso, y ahí trabajaron, por cierto, Mimí Lazo como La Garza y Luis Fernández era Juan, quienes hoy son asombrosos esposos y grandes trabajadores del teatro; en la temporada 2009, Dairo Piñeres lo montó en la sala Rajatabla para la graduación de los alumnos de Unearte. Y durante la temporada 2013, nada menos que en el teatro Trasnocho, lo mostró Elba Escobar. “Para mí son tres, de verdad, hasta ahora y el que firma Elba Escobar”.
Catia y no La Guaira
Román Chalbaud, para que la historia teatral sea clara, comenta que nunca visitó ni tampoco sabía la historia del prostíbulo venezolano “El pez que fuma”. Supo que había existido y hasta tomó notas de algunos detalles sobre sus administradores y el tipo de clientela que tenía, porque un taxista, negro y anciano se lo contó durante una noche del año 1953, tras llevarlo a la plaza Sucre para que se reuniera con sus compañeros de trabajo de la Televisora Nacional, en el bar “El Canario”. Gobernaba el general Marcos Pérez Jiménez y la Seguridad Nacional, policía política del régimen, hacía honor al nombre, al menos en Caracas. Ese lupanar, que nunca vio, pero que se lo describieron o pintaron con muchos detalles, funcionó en las inmediaciones de la plaza Sucre y fue muy famoso durante la dictadura del general Juan Vicente Gómez. Le gustó su nombre, resultaba absurdo, poético y visto ahora hasta resulta garciamarquiano por ese realismo mágico que evoca: un pez fumador o fumón. Pero fue 15 años después, de tal revelación en Catia, que terminó y estrenó su obra, a la cual bautizó El pez que fuma, porque además transcurre en un burdel. Comentó que el original burdel “El pez que fuma” no estaba en La Guaira, existió en Catia, y dejó huellas o secuelas; en las inmediaciones de La Guaira sí existía otra mancebía famosa, “La Pedrera”, “donde rodaron la versión cinematográfica de El pez que fuma, hacia 1976 y 1977. “Nuestro público tiende a confundir la realidad con el cine, eso hasta es bueno a veces. Supe, años después, que en Francia hubo, o todavía existe, un burdel llamado El pez que fuma. En francés, por supuesto”, dijo.
EL ESPECTADOR / E.A. Moreno-Uribe