La manifestación opositora del 1S, sobre todo comparada con la paupérrima demostración del gobierno, el mismo día, en la avenida Bolívar, nos confirma que la calle ya no es “revolucionaria”
Cualquier intento de restarle importancia o contundencia a la imponente manifestación cívica del 1S en Caracas luce, y es, francamente estúpido. Son palabras fuertes, lo sé, pero uno de los males que nos tiene arrastrando la “revolución” desde hace ya casi 18 años es el de habernos forzado, en demasiados casos, a dejar de llamar a las cosas por su nombre. Esas tergiversaciones, esas abusivas licencias en el uso de las palabras, e incluso las distorsiones del lenguaje que exhibe el oficialismo cuando se afana en construir sus surrealistas narrativas sobre cualquier suceso nacional, que al final del día no son más que distorsiones de la realidad que en éste se expresa, nos han hecho mucho daño ya.
Es una estupidez colosal, por ejemplo, decir que a la manifestación del 1S solo concurrieron unas 30.000 personas. También lo es afirmar, como se vio en las redes sociales con la promoción automatizada y posterior del hashtag “#1Svictoriachavista”, que la jornada había concluido en una suerte de reivindicación del chavismo y del madurismo, cuando la imbatible pared de la verdad demuestra precisamente todo lo contrario. La manifestación opositora del 1S, sobre todo comparada con la paupérrima demostración del gobierno, el mismo día, en la avenida Bolívar, nos confirma que la calle ya no es “revolucionaria”, que el pueblo está cansado de maldades, tonterías e ineficiencias, y que Maduro ha fracasado estrepitosamente en la defensa de lo que el oficialismo llama “el legado”. También fue una majadería épica la de servirse del día, obviando que la atención del mundo iba a estar puesta sobre nuestra nación, para amenazar con la eventual promulgación, inconstitucional por demás, de una fórmula que permitiese, con la anuencia del TSJ, allanar la inmunidad de nuestros disputados saltándose a la torera la Constitución. La rabieta huele, se ve y se revela como una patada de ahogado, absolutamente impropia en un régimen que se proclama “sólido” y “respaldado por el pueblo”, y así lo entendió el país y el planeta entero.
También fue una obtusa estupidez la movida de cerrar desde temprano los accesos a Caracas, como si eso fuese a detener a quienes estaban decididos a participar en la manifestación, que hasta a pie se animaron a llegar, o como si solo los que viven en la capital y que estaban dispuestos a participar, y participaron, en la protesta, no fuesen suficientes para demostrar que al poder, en Venezuela, ya se le acabó la gasolina. Al final del día, el esfuerzo fue inútil, y lo único que logró fue que a las claras violaciones a los DDHH a las que lamentablemente nos tiene acostumbrados el gobierno cada vez que el pueblo alza su voz, se sumara la de la restricción ilegal e inconstitucional de nuestro derecho al libre tránsito que, hasta dónde sé, no ha sido sujeto a excepciones ni a limitaciones formales de ningún tipo. Lo vio Venezuela y, para jaqueca de Maduro, lo vio el mundo entero.
No hay que escatimarle a la MUD sus méritos. Se puede ser crítico con ella, aunque algunos de sus miembros tiendan a recibir los cuestionamientos con la misma mala vena que tienen para las quejas los oficialistas, pero lo cierto es que demostró una monumental capacidad de convocatoria y, por encima de todo, coherencia. La actividad, como toda buena demostración ciudadana que se precie de serlo, tuvo su inicio, su clímax, y su final bien definidos. No hubo cartas bajo la manga ni sorpresas, y a nadie se le engañó. Haciendo una que otra salvedad estratégica, los objetivos generales, las actividades a desarrollar y la manera en que la protesta sería llevada a cabo eran del conocimiento de toda la ciudadanía y eso, definitivamente, contribuyó a su éxito. Unos cuantos, algunos presos del hartazgo, pero con buena intención, y otros radicalizados la estupidez, le reclamaron luego a la MUD “más contundencia” y hasta acciones no solo fuera del programa, sino fuera del marco constitucional. A estos, más que atacarlos, toca recordarles lecciones viejas, como las de abril de 2002, que ya debemos tener más que aprendidas, y también que esta carrera no es de velocidad, sino de resistencia.
Como notas negativas yo destaco, y aquí seguro alguno me caerá encima, la revelación anticipada y fuera de lugar de las pretensiones presidenciales de algunos voceros opositores. El 1S no era día para eso. Pretender llegar a ser presidente es derecho de cualquiera pero, en mi humilde opinión, aún hay mucha tela que cortar como para estar empezando a crear, en las filas políticas opositoras, asperezas innecesarias. El objetivo “A” no está cumplido, así que poco cabe decir aún sobre los objetivos “B” o “C”. También veo como negativo que algunas personas, no necesariamente “infiltradas”, ya finalizada la manifestación se hayan dado a la tarea de hacer “dibujo libre”, de espaldas al llamado al retorno a casa de la dirigencia política, empañando el éxito general de la protesta cuando ya el potente músculo opositor, y el evidente talante mayoritario y pacífico de quienes están en desacuerdo con Maduro, habían demostrado su verdad al mundo entero. La lamentable consecuencia de ello se evidenció en las más de 60 detenciones en Caracas, de algunos exaltados, es verdad, pero también de muchos inocentes que terminaron pagando platos que no rompieron. El destino de 23 de ellos seguía pendiente al cierre de estas líneas.
Más allá de esos detalles, el balance en general no puede ser más positivo. Una vez más el pueblo nos dio motivos para seguir adelante y, por encima de todo, para llamarnos, con todo orgullo y en mayúscula, venezolanos.
CONTRAVOZ/ Gonzalo Himiob Santomé / @Himiobsantome