El trance no es fácil, no admite dudas ni actitudes frágiles ante un régimen forajido que no admite transiciones, y solo impone su versión del diálogo sin condiciones
Los tiempos en historia son caprichosos. No se conjugan con la cadencia y las pausas de las reglas gramaticales. Más aún en política son dramáticos, cuando un régimen se resiste a morir ante una población decidida, que se ha manifestado claramente en los últimos 9 meses sin margen de duda dos veces, en las elecciones parlamentarias del 6D y en la marcha del 1S.
Para la MUD como cabeza visible de la oposición el reto es mayor, como lo es cumplir con la esperanza popular, inmensamente mayoritaria, de salir constitucionalmente de un Estado autoritario y corrupto en este 2016.
Como vemos, la encomienda exige una dirección política de pantalones largos, de tabaco en la vejiga y sin margen de error, con la contundencia del juramento y el deber constitucional. “Si así lo hiciereis que la patria os premie, si no que os lo demande”.
El trance no es fácil, no admite dudas ni actitudes frágiles ante un régimen forajido que no admite transiciones, y solo impone su versión del diálogo sin condiciones.
La visión de su futuro es inmolarse con la perversión y alevosía del malandro y el delincuente para mantener su botín, ya que no se puede hablar de ideario, ni de patria, a pesar de que llegaran al poder en nombre de una revolución y el socialismo del siglo XXI.
De allí que hurgar en nuestra historia del siglo XX permite ver más allá del bosque de incertidumbre ante un desenlace que no ocurre. La generación del 28 labró su camino al poder ante la posición de los restos del Estado gomecista en rechazar la implantación de un sistema democrático, lo que derivó en la denominada revolución de octubre de 1945, generadora de la constitución democrática de 1947.
Luego, la dictadura perezjimenista templó el acero de una generación política, que dio la estocada al militarismo tradicional y abrió la compuerta en 1958 al periodo político de convivencia democrática más largo de nuestra historia, a partir del pacto hegemónico del puntofijismo, que decantó a la mayoría de las instituciones sociales, económicas y partidistas en torno a un proyecto de país.
Como relevo del agónico estado puntofijista llegó la calificada por el chavismo revolución de febrero, que en lugar de redimir las ansias de cambio de la población, ha disuelto la nación y ha creado un monstruo de régimen, sembrador de odios y corruptelas, escenario dantesco que reclama un giro drástico en nuestro destino, en el objetivo de reconquistar la democracia y una economía próspera, digna de un país petrolero.
A esta cruenta realidad que estremece a todos no puede responderse solo con nombres de un cásting de candidatos a presidentes o gobernadores, exige una dirigencia de fuste, capaz de promover un acuerdo nacional que integre a todos los sectores dispuestos a reconstruir a Venezuela.
Entre tanto, la agonía del régimen se profundiza y se expresa en la ceguera y adulancia de corifeos ‘chupadólares’, que hablan de 30.000 en lugar de más de un millón de ciudadanos, quienes decidieron un jueves de septiembre rencontrar la patria perdida en todos los rincones de nuestra geografía.
Froilán Barrios