Los opositores, todos, sin excepción, embriagados de soberbia y afectados de ceguera política y desesperación, asumieron que desde el poder legislativo podían avasallar sin mayor resistencia a los otros poderes públicos
Hemos venido sosteniendo, en varias notas de prensa, que la oposición venezolana, al realizar una lectura equivocada de los resultados de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre del 2015, concibió una línea de acción política que la ha conducido a cometer gruesos errores.
Sí, en esta falla de origen está el quid de la cuestión, de la que por cierto no está exento el imperialismo, con todo y sus “tanques de pensamiento”.
Es un hecho cierto e indiscutible que la oposición, representada en el conglomerado de la MUD, ganó ampliamente los comicios de diciembre pasado con lo cual alcanzaron el control del poder legislativo nacional y, a partir de allí, se planteó, sin más, la conquista del poder central.
Embriagados
Los opositores, todos, sin excepción, embriagados de soberbia y afectados de ceguera política y desesperación, asumieron que desde el poder legislativo podían avasallar sin mayor resistencia a los otros poderes públicos y, violentando el orden constitucional, coronar la aspiración que han ambicionado durante 17 años, como es la de colocar a uno de los suyos al frente de la Presidencia de la República, para reposicionar el poder burgués-imperial sobre el país y dar así al traste con el proceso de transformación que ha significado la revolución bolivariana para la sociedad venezolana.
Dicho sea de paso, hay que apuntar que el imperialismo, embriagado, también, de soberbia y prepotencia, efectivamente, creyó que había llegado el momento de saldar cuentas con el indómito pueblo que el centauro Chávez había sacado del letargo; consideraron en Washington que estaban dadas las condiciones para retomar el control de Venezuela a través de la interpuesta alianza opositora.
A la coyunda oposición-imperialismo le dio por descontado que el resultado electoral del 6D era expresión manifiesta de una rotura del vínculo que se había enhebrado entre el pueblo y el proyecto político bolivariano, que la sólida identidad del pueblo trabajador con Chávez y lo que él representaba en el imaginario colectivo se había resquebrajado de tal manera que se abría, en consecuencia, la oportunidad de provocar el derrocamiento del gobierno chavista de Nicolás Maduro; aprovechando para presentar tal logro ante la opinión pública mundial como demostración del rechazo de los pueblos a los proyectos políticos que, como el chavista, implicaran de alguna forma una ruptura con el orden de dominación imperial.
Creyeron que el malestar creciente en la población, generado por las dificultades que ocasiona la escasez premeditada de alimentos, medicinas y demás productos básicos, las angustiantes colas y los altos precios inducidos, causales del descontento que se manifestó en la votación del 6D, sobre todo en la abstención de más de 2 millones de electores chavistas, sería caldo de cultivo suficiente para una disposición social a confrontar el régimen chavista.
Subterfugios
Asumieron que, como se dice en buen criollo, la falta de papa, ciertamente, necesidad humana primaria, bastaría para desencadenar un movimiento levantisco, con ribetes insurreccionales, como los moldeados concienzudamente por el imperialismo en distintas latitudes, como en el caso de las llamadas primaveras árabes en el Medio Oriente o las revoluciones de color del centro este europeo.
Con esta lectura de la realidad socio-política del país se lanzaron engolosinados los opositores desde el mismo acto de instalación de la nueva Asamblea Nacional, a principios de enero, a proclamar, por boca de Ramos Allup, la salida del gobierno en el plazo de 6 meses que luego, en el mayor de los paroxismos (Freddy Guevara, dixit) redujeron a 30 días; para ello esgrimieron distintos instrumentos (renuncia, enmienda, crisis humanitaria y revocatorio) que si bien contemplados en la Constitución, la manera de plantearlos no se correspondían con las pautas constitucionales, sencillamente porque dichos instrumentos no eran más que subterfugios con los cuales enmascarar el plan insurreccional que consideraban macerado con los resultados electorales del 6D y el descontento social.
Madurez política
Pero no entendieron que esos resultados, tanto por los votos populares a favor de la oposición como por la abstención del chavismo, no son expresión de una identidad con el escondido programa neoliberal de la MUD ni con las pretensiones de regresión que animan la componenda imperial-opositora; que esos resultados indican, más bien, un llamado de atención popular a la dirección de la nación por una acción más enérgica y efectiva que le garantice la materialización de los derechos contemplados en la programática y suprema CRBV.
Y el comportamiento del pueblo, en el tiempo transcurrido desde las elecciones del 6D, al desoír el llamado de voceros opositores a la desobediencia civil y a la insurrección, fehacientemente patentizado en la derrota sufrida el pasado 1º de septiembre y días subsiguientes, lo que evidencia es su deseo a preservar la paz y a mantenerse en el cauce democrático, demostrando de esta forma la conciencia y madurez política acumulada en estos tres lustros de revolución democrática bolivariana.
Qué remedio
Según los cálculos de los estrategas opositores bastaría una chispa para encender la pradera, pero para su desencanto y mayor desesperación han transcurrido 9 meses y sus augurios no se materializan, así como los del Ministerio de Defensa estadounidense, que a través de su Comando Sur también se atrevió a señalar que el gobierno de Maduro salía en el marco de los meses de julio-agosto, según las directrices que habían trazado. Y más aún, en esos cálculos también eran partícipes, entre otros, sesudos economistas, como el renegado Felipe Pérez Martí, quien auguró la caída del gobierno en los 6 primeros meses del año pero que, ahora, qué remedio, extendió el plazo para el segundo semestre de 2016. La ambición de poder los junta pero el diablo les hace proferir augurios que no se cumplen. Amén.
NOTAS PARALELAS / Miguel Ugas