No es solo que ya las estaciones no tienen escaleras mecánicas suficientes en actividad y que no hay aire acondicionado en ninguna parte, sino que tiene que caerse a tabla con cuanto buhonero, vendedor, cantante, rapero, o cualquier pedilón encuentra a su paso
8:00 am
Sea la hora que sea, digan lo que digan los boletines de prensa emitidos desde las oficinas del Metro de Caracas, Miguelina ya está acostumbrada a lo que se va a conseguir apenas aborde un vagón.
No es solo que ya las estaciones no tienen escaleras mecánicas suficientes en actividad y que no hay aire acondicionado en ninguna parte, sino que tiene que caerse a tabla con cuanto buhonero, vendedor, cantante, rapero, o cualquier pedilón encuentra a su paso.
«Una ayudita pa’l cieguito, por favor», escucha apenas aborda un tren en Plaza Venezuela. Y observa a un hombre con ojos abiertos y hasta normales, con un bastoncito, tropezando a todo el mundo. «Una ayudita pa’l cieguito, por favor», decía y ella, desconfiada, le veía a los ojos. Recuerda que en esos vagones ve gente de todo tipo, pidiendo de todo, para comer, para dormir, para salud, para pagar un hotel para pasar la noche.
«A cien el bolimbomba», le grita un joven casi en el oído y Miguelina se estremece. «En los comercios y las tiendas le quitan 150, lleve su bolibomba», siguió diciendo el muchacho, hablando más fuerte que el audio interno, que lo interrumpía: «Estación Chacaíto».
Apenas entró, el cieguito pisó a varios y estuvo a punto de atropellar a una niña, pero un pasajero le advirtió. Cambiando la voz, preguntó: «¿Qué pasó?» Cuando entendió, volvió a afinar sus cuerdas vocales y repitió: «Una ayudita pa’l cieguito».
11:00 am
Antes del mediodía, Miguelina llegó a su casa, apurada para hacer el almuerzo. Peleando con lo que no consigue y con lo que no puede comprar, ya no haya qué hacer para distraer la mente, para no deprimirse con la situación del país.
Antes de empezar a cocinar, encendió el televisor, sintonizó el programa Portada’s, de Venevisión, y escuchó el cuento de un maracucho.
«Este era un maracucho que no tenía trabajo», dijeron en la tv. «Y la mujer lo corrió de la casa, lo conminó a conseguir trabajo. Entonces el hombre, decidido, se fue a la calle y, después de tanto buscar, solo consiguió una chambita, pero como torero».
Miguelina detuvo lo que estaba haciendo y prestó atención. «Listo para trabajar, al maracucho le ponen su traje de luces y lo lanzan a su nueva tarea, cual Cantinflas, su primer día de chamba. Al rato, llega a su casa bien estropeado y la mujer le pregunta: pero, mi amor, ¿te cogió el toro? Y el hombre respondió: eso fue lo único que le faltó al malayo toro ese».
Por un segundo de su vida, Miguelina soltó una buena carcajada y estuvo por un rato riendo con la ocurrencia del chiste televisivo. Hasta lo agradeció, de verdad, por cambiarle la rutina de la amargura.
6:00 pm
Pasado el trago amargo de inventar para hacer la comida, Miguelina lavó la ropa de los niños y en la tarde, listos los quehaceres de la casa, se dispuso a ir a casa de su mamá. A encarar otra vez a aquella jauría de pasajeros, buhoneros y pedilones del Metro.
Apenas entró, una mujer que parecía que no se había bañado en años, con una niña de meses en brazos, dio las buenas tardes. «Soy una mujer enferma, no tengo trabajo y no tengo para comprar comida, no tengo nada que darle a la niña. Si se fijan, tengo un problema en mis piernas, porque una es más larga que la otra, pero además mi niña tiene problemas de adaptación, por lo que no puedo trabajar», contó. «Si me pudieran ayudar con algo, una galleta, un dinerito que les sobre, un pedazo de pan, se los agradecería, no me da vergüenza hacer esto por mi hija», explicó. «Yo vivo en un hotel, pago 1.600 bolívares diarios y tengo que salir a pedir todos los días para pagar eso y para comer», agregó.
Con todas estas historias, mucha gente se mete la mano al bolsillo y regala alguito, saca lo que puede. Pero Miguelina no lo hace, siempre desconfía de todo lo que le dicen. Y además se pregunta dónde está el Gobierno para ayudar a esa gente, dónde está la brigada creada por el Metro para evitar que cosas así sucedan, para canalizar la ayuda.
Cuando ya se iba a bajar, se montaron dos chamos, violines en mano, y entonaron nada menos que La vaca mariposa, de Simón Díaz.
«Si se fijan, tengo un problema en mis piernas, porque una es más larga que la otra, pero además mi niña tiene problemas de adaptación, por lo que no puedo trabajar…»
Edwar Sarmiento