No son ni el insulto, ni la ofensa, ni la calumnia expresiones de libertad. Además mancillan la dignidad de quienes han sido difamados. No olvide que usted tiene esa misma dignidad por ser imagen y semejanza del creador.
Aunque esta carta apareció en la prensa nacional, ya que rueda en las redes sociales desde el viernes en la mañana, aprovecho mi columna dominical para hacer un desagravio público a nuestros cardenales Jorge Urosa Sabino y Baltazar Porras. Lo hago como cristiano, como hombre de fe, y como venezolano, más allá de las ideologías.
Yo, en mi plan de fablistán y revisando archivos que me manda Cicerón, este me recuerda el paso de Hugbel Roa por el Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), cuando presentó su trabajo sobre la elaboración del presupuesto de la nación. ¿Saben cuál fue el resultado de dicho trabajo? ¿Saben quién pagó su postgrado en el IESA? ¿Qué se sabe de él en Trujillo? Son muchas las interrogantes, pero ese no es el tema de hoy.
Por ahora les dejo el texto de la carta pública de monseñor Mario Moronta Rodríguez para el señor Hugbel Roa, diputado de la Asamblea Nacional.
De mi consideración:
No suelo ni escribir ni responder «cartas públicas». Pero la intervención suya en la Asamblea Nacional este jueves 13 de octubre me obliga a dirigirle esta misiva pública por tres razones: una, ya que usted tuvo una intervención también pública donde hace mención de dos hermanos míos en la fe y la caridad, los cardenales Jorge Urosa y Baltazar Porras. Otra, porque los juicios emitidos en esa intervención contra ellos son difamatorios y ofensivos. Y la tercera, porque siendo pastor del pueblo de Dios, en comunión con mis hermanos obispos, tengo el derecho y el deber de cuidar al pueblo de Dios en su conocimiento de la verdad.
El Santo Padre Francisco ha vuelto a manifestar su cariño hacia Venezuela al designar a Monseñor Baltazar Porras, arzobispo de Mérida, entre los nuevos cardenales. Es un regalo para la Iglesia y para todas las personas de buena voluntad que han recibido con beneplácito y alegría esta noticia: así se ha visto reflejado en tantísimas y variadas manifestaciones desde el pasado domingo 9 de octubre. A la vez, es un signo de esperanza en estos duros momentos de crisis que ataca la serenidad y la sana convivencia de todos quienes vivimos en Venezuela.
De acuerdo a lo que usted se atrevió a señalar en su intervención en la AN, compruebo que es de las pocas personas que no recibieron bien ni aceptaron la noticia ya reseñada. Usted puede hacerlo y hasta manifestar su desacuerdo. Pero eso no justifica el empleo de términos injuriosos, ofensivos y difamatorios contra los cardenales Urosa y Porras. Usted ha tenido la osadía de calumniar. Para los creyentes en Dios, la calumnia es un grave pecado; y para todo ciudadano la difamación es un delito que debe ser sancionado según lo establecido en las leyes del país. Como tal, entonces también obliga a quien la ha emitido a asumir su responsabilidad y a reparar el daño moral consecuencia de tan bochornoso acto.
Le escribo públicamente para manifestarle mi repudio a su difamatoria declaración. Usted, además de ofender a Dios y a los señores cardenales, ha ofendido al pueblo venezolano creyente. Espero me lo permita, ha ofendido su propia inteligencia (de usted) ya que una persona que actúa racionalmente, aun cuando no esté de acuerdo con decisiones como las del Papa, no se vale de la irracionalidad de la calumnia.
Le escribo para que sepa que Baltazar y Jorge, con quienes comparto el ministerio episcopal en comunión con el Papa, son mis hermanos en la fe y en la caridad pastoral. Soy testigo de excepción -no sé sí usted pueda decir lo mismo- de la dedicación de ambos por el país y por la Iglesia. Con ellos comparto las alegrías y gozos, las esperanzas y angustias de nuestro pueblo golpeado en estos momentos. Somos servidores de todos, incluso de quienes no piensan como nosotros.
Le escribo en nombre de tantos hombres y mujeres, creyentes o no, que ven reflejadas en sus palabras sentimientos que no posibilitan el encuentro, el diálogo y la reconciliación. Sus palabras dirigidas en contra de mis hermanos, sencillamente, atentan contra la verdad. Y el evangelio nos enseña que solo la verdad nos hace libres (Jn 8,32). No son ni el insulto, ni la ofensa, ni la calumnia, expresiones de libertad. Además mancillan la dignidad de quienes han sido difamados. No olvide que usted tiene esa misma dignidad por ser imagen y semejanza del creador.
Le escribo para tratar de hacerle entender que ha caído en un gravísimo error. Asimismo le invito a salir de él. Por ello, así como tuvo la osadía de emitir juicios difamatorios, tenga la gallardía de pedir disculpas públicamente y reparar el daño moral causado. De hacerlo, por favor no lo haga porque se lo pide este pobre mortal, sino hágalo porque la gente sana de este país lo espera, y atrévase a hacerlo con temor de Dios en su nombre y como ejercicio del mandamiento del amor que todo lo puede.
Le escribo, finalmente, para hacerle ver que su actitud (acompañada de otros gestos de violencia), lejos de servir de modelo para el pueblo, lo distancian. Hoy se requiere en Venezuela de dirigentes que le den garantía a la gente para ir hacia adelante y así lograr superar la crisis que nos golpea. Pero no es con la calumnia ni con la difamación como van ser aceptados por el pueblo quienes deben ser ejemplo de buena educación, ciudadanía y de respeto de las personas, comunidades e instituciones. Si usted se atreviera a pedir disculpas, ganaría mucho más que con la postura hasta ahora demostrada.
Quiero que sepa que les he manifestado mi fraterna solidaridad a los cardenales Jorge Urosa y Baltazar Porras. Lo hago ante usted y ante quien sea necesario. Ellos son mis hermanos y la ofensa difamatoria hacia ellos también es hacia mi, como lo ha sido para los miembros de la Iglesia y tantas personas de buena voluntad.
Aunque no lo crea, estoy orando por usted para que cambie sus expresiones y actúe en sintonía con la verdad. Le pido al Dios de la vida y de la verdad le otorgue la gracia de su perdón y le ilumine con la luz de su sabiduría.
Con mi atento saludo
Mario Moronta
Obispo de San Cristóbal
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ACALZONQUITAO DOMINICAL – Wilmer Suarez