«En el Hospital General Guarenas-Guatire no la pudieron atender porque los quirófanos no están operativos, ya que, semanas atrás, el hampa se robó los aparatos de aire acondicionado…»
6:00 am
A la Chiqui, una chama joven residente de un barrio de Guatire, le llegó la hora de parir su segundo retoño, por lo cual llamó a su esposo, a su mamá, y a sus hermanas, para que la ayudaran en esta empresa tan difícil.
Arreglados todos los asuntos, la canastilla, el taxi, los reales, salió rumbo al Hospital General Guarenas-Guatire en busca de atención.
Pero en lugar de ser atendida, para la Chiqui comenzó un verdadero calvario, una total incertidumbre.
En el Hospital General Guarenas-Guatire no la pudieron atender porque los quirófanos no están operativos, ya que, semanas atrás, el hampa se robó los aparatos de aire acondicionado.
La Chiqui aceptó la razón y decidió dirigirse al Hospital de los Seguros Sociales Luis Salazar Domínguez de Guarenas. Pero cuando llegó le dieron la segunda mala noticia del día. Tampoco la podían atender, debido a que los quirófanos estaban contaminados.
La chama, fiel seguidora del gobierno de turno, siempre creyó en la red ambulatoria y el sistema de salud prometido por su presidente eterno. Pero hoy lo que siente es frustración.
El problema se le complica a la joven porque su parto no podía ser natural, sino que, por el contrario, su doctora de cabecera le indicó que necesitaba de una cesárea para solventar el trance.
2:00 pm
La Chiqui siguió su peregrinar. «Bueno, será que la llevamos al Hospital Domingo Luciani», comentó la señora Iraly, la madre angustiada.
Y hacia allá se dirigieron. Pero solo para recibir otra mala noticia. De las malas. Resulta que en el Hospital de los Serguros Sociales ubicado en El Llanito les dijeron que no tenían incubadores y por eso no la podían atender.
«¿Pero qué es esto, pues?», se preguntó, molesta y angustiada la señora Iraly, viendo la cara de asustado de Pedro, el papá de los helados.
No les quedó otra que pensar en otro centro de salud. Alguien se les acercó y les recomendó que se fueran hasta el Hospital Pérez Carreño, «a ver si tenían suerte».
Y finalmente tuvieron suerte. En el Pérez Carreño ingresaron a La Chiqui, le hicieron los exámenes correspondientes y le hicieron su cesárea sin mayores complicaciones. La cara le cambió. La expresión le cambió a todos. Y no era para menos. La llegada de un niño siempre es motivo de alegría.
Al salir del Domingo Luciani y ya en ruta hacia el Pérez Carreño, el esposo de La Chiqui tuvo la peregrina idea de pasar por el Hospital Clínico Universitario, pero el taxista les recomendó que no lo hicieran, les advirtió que iban a perder su tiempo. «Ese hospital también se está cayendo, como todos».
8:00 pm
En la cola de los autobuses del Sistema Integral de Transporte Superficial S.A. (Sitssa) en la estación Miranda del Metro de Caracas, sucede de todo a cualquier hora, cualquier día, en cualquier momento.
La gente pelea a los coleados, discute con los operadores de la compañía que intentan organizar la cola, pero que no organizan nada, y algunos hasta se insultan.
Eduardo, asiduo usuario de esos autobuses, ha visto algunos cambios últimamente, para bien de otros, de unos pocos, por supuesto, en el sentido de que hay un grupito de personas que llega, a la hora que llegue, y se sube a las unidades con ventaja e incluso viajan sentados. Con su cara muy lavada, observa cómo esas personas ahora son amigos de los operadores. Antes no. Incluso, identifica a un muchacho que, en un momento dado peleó con uno de ellos, pero ahora llega, se coloca en la cola de empleados y siempre viaja sentado. «¿Será que se hizo novio de alguno de ellos, los soborna o qué?», se preguntó Eduardo un día de estos, observando la impunidad de la coleada y la cara de gafo, de «yonofuí», que pone el jovencito cuando se sube a la unidad. Solo que a veces no puede escapar de la gente. «¡Ese chamo está coleado!», grita uno. Y gritan todos. Pero nunca pasa nada. Siempre ganan los coleados y los operadores del Sitssa.
«La Chiqui, fiel seguidora del gobierno de turno, siempre creyó en la red ambulatoria y el sistema de salud prometida por su presidente eterno. Pero hoy lo que siente es frustración…»
Edwar Sarmiento