Cuando no es el mismísimo presidente, o el secretario de Estado, o el subsecretario de Estado para América Latina, el jefe del Comando Sur, o el de la Cuarta Flota, surge algún funcionario de medio pelaje manifestando el infaltable enfoque yanqui sobre determinado aspecto del acontecer nacional
Ya para los venezolanos, sobre todo para quienes no tenemos vocación de pitiyanquis (Mario Briceño Iragorri), se ha hecho una costumbre observar cómo los gobiernos estadounidenses expresan su injerencista inquietud acerca de la situación política nacional.
Cada cierto tiempo, voceros gubernamentales estadounidenses dejan caer ante los medios una declaración o una nota de prensa denotando la “preocupación” de EE.UU., es decir, de su gobierno, acerca de la realidad nacional, por supuesto, siempre en tono de observación, de reclamo o de amenaza a nuestras legítimas autoridades. Y ello sin que nadie, a nivel oficial, haya solicitado tal opinión; simplemente se asume, a motu proprio, el derecho de abrogarse la potestad de opinar sobre los asuntos internos de nuestro país.
Cuando no es el mismísimo presidente, o el secretario de Estado, o el subsecretario de Estado para América Latina, el jefe del Comando Sur, o el de la Cuarta Flota, surge algún funcionario de medio pelaje de la secretaría de prensa de la Casa Blanca, del Pentágono o del Departamento de Estado manifestando el infaltable enfoque yanqui sobre determinado aspecto del acontecer nacional.
Hipocresía gringa
En la más reciente oportunidad, el 28 de octubre, el vocero de la consabida preocupación gringa fue Josh Earnest, portavoz de la Casa Blanca, quien, en rueda de prensa, manifestó: “Seguimos preocupados por la situación en Venezuela y seguimos urgiendo al Gobierno y al pueblo venezolano a resolverla a través de la negociación, sin recurrir a la violencia”. Una expresión aparentemente neutra, en la que se aboga por el diálogo, pero, evidentemente, está cargada de veneno, pues, intenta contraponer al gobierno, por un lado, y al pueblo, por otro, como que si el gobierno no fuese expresión del pueblo venezolano.
Pero lo que realmente hay que resaltar en la inveterada preocupación gringa es la hipocresía que la envuelve, porque si algo debemos tener claro los nacidos al sur del Río Grande, a la luz de la historia, es la práctica de los gobiernos imperialistas estadounidenses de desarrollar una política dual, ambigua, en su relación con los pueblos y naciones latinoamericanas y caribeñas.
Mientras muestran una postura aparentemente suave, condescendiente pero intimidante, por otra parte asoman la real política de la intromisión y la agresión directa. Es la práctica conocida como la de la zanahoria y el garrote que tantas veces han puesto en acción, de acuerdo con las circunstancias, con la región latinoamericana y caribeña que, desde hace dos siglos, han venido considerando como su patio trasero, o se doblega o la someten.
En nuestro caso, durante el período chavista la dualidad estadounidense se ha manifestado de manera permanente sin llegar, aún, a la agresión directa pero ha estado allí como espada de Damocles con su amenaza latente y lacerante.
Orden Ejecutiva
Todavía está fresca la imagen chambona y grotesca de aquel embajador yanqui, Charles Shapiro, a quien la dirigencia opositora no escatimaba gestos para demostrarle su genuflexión, haciéndose presente en Miraflores, en las primeras de cambio, para reconocer como presidente al espureo e indecoroso Pedro «el breve» Carmona, en los infaustos días de abril de 2002. Ese embajador, el 11 de abril, era el que le daba órdenes directas, por vía telefónica, al mando (Vivas y Forero) de la Policía Metropolitana para que reprimieran de manera cobarde e inmisericorde a ambos bandos del pueblo caraqueño y al mismo tiempo se mostraba ante los medios de comunicación, exigiéndole al gobierno bolivariano del Comandante Chávez, un comportamiento democrático y respetuoso de los derechos humanos; imposible más dualidad.
En la actual coyuntura, cuando se agudiza la tensión en el país, en la cual los sectores apátridas opositores, apoyados y financiados por el gobierno estadounidense, a través de la Usaid y tantas otras agencias injerencistas, mantienen en jaque al gobierno chavista y legítimo de Nicolás Maduro, cuando sobre el país pende la Orden Ejecutiva de Obama en la que se califica a Venezuela como una amenaza para la seguridad de los Estados Unidos, cuando el Comando Sur mueve sus piezas como tenaza amenazante y mantiene un arco de bases militares alrededor del territorio nacional, cuando todo ello y más acontece, el gobierno estadounidense, con su disfraz de corderito, predica el diálogo como fórmula para que los venezolanos dirimamos nuestras diferencias; fórmula dialogante que los yanquis, realmente, no practican sino que utilizan acomodaticiamente según sean sus intereses.
Declive imperial
Está claro que el imperialismo no deposita todos los huevos en una única canasta, siempre maneja varios escenarios, priorizando en un momento determinado el que más convenga a sus objetivos estratégicos, que en el caso venezolano, es el de obstruir y derrocar el proyecto bolivariano por lo que este representa y proyecta hacia la región latinoamericana.
El imperialismo, en declive producto de las contradicciones que le son inherentes a su pérdida de influencia en el mundo, en la que están surgiendo nuevos polos de referencia que ponen en cuestión la hegemonía norteamericana, no puede aceptar ningún atisbo de soberanía en lo que históricamente ha concebido como su patio trasero, es decir, la zona de influencia natural en la que se surte de materias primas, vuelca su mercadería decadente e invierte sus capitales excedentes obteniendo pingües ganancias; imponiendo, sin chistar, sus designios sin mayores contratiempos y utilizando el garrote cuando así lo requieran las circunstancias.
Esto explica la arremetida desestabilizadora que han desatado en contra de varios gobiernos progresistas del continente y, en particular, aquí en Venezuela donde no cesan de manifestar su “preocupación” por el acontecer nacional pero sin dejar de azuzar la desestabilización con la que aspiran reposicionarse del control del país que el arisco Chávez, caribe al fin, les quitó de las manos.