José Antonio Rodríguez Vega era considerado como una persona muy educada, trabajadora y hasta un buen marido por todos sus conocidos y vecinos, pero el 19 de mayo de 1988 fue arrestado mientras paseaba y tras su detención confesó sus horrendos crímenes
José Antonio Rodríguez Vega, apodado “El Mataviejas”, fue un asesino en serie español que acabó con la vida de al menos a 16 ancianas, con edades comprendidas entre los 60 y los 93 años, en Santander, provincia de España, entre agosto de 1987 y abril de 1988.
Rodríguez Vega nació en Santander (Cantabria, España). Odiaba a su madre, a la que temía por un lado y se sentía sexualmente atraído, por otro. Tal sentimiento de odio se inició cuando ésta lo echó de casa por agredir a su padre gravemente enfermo. Vega comenzó su carrera criminal violando a varias mujeres hasta que el 17 de octubre de 1978 fue arrestado y condenado a 27 años de prisión, quedando identificado como el “violador de la moto”.
Sin embargo, gracias a su encanto, consiguió que todas sus víctimas, menos una, le perdonaran, lo que en el Código Penal Español anterior al de 1995 eximía de la responsabilidad penal en ciertos delitos. Esto, sumado a su buen comportamiento en prisión, hizo que sólo pasara ocho años en la cárcel.
De seductor a homicida
Tras cumplir su condena sale en libertad, pero su sorprendida esposa, Socorro Marcial, le abandona y se lleva al único hijo de la pareja. Entonces él se buscó como compañera a una mujer con deficiencias mentales. Lleva una doble vida: se esfuerza de ser un marido modelo, mientras no deja de ser un violador al acecho.
Su explosión asesina fue algo que se reveló de una forma repentina. Todo empezó cuando tenía 30 años, el 15 de abril de 1987. Acabó con la vida de una prostituta de 60 años tras mantener relaciones sexuales con ella y esta primera muerte marcó todas las demás. Una vez convencido de que su mayor placer lo obtenía con mujeres que no pudieran defenderse, emprendió un camino sin retorno.
Rodríguez Vega se dedicó a ganarse la confianza de ancianas solitarias. Primero las observaba y estudiaba sus costumbres, y luego hacía un seguimiento minucioso de sus futuras víctimas. Una vez que tenía suficientes datos sobre su forma de vida, las abordaba. Para que las elegidas no dudaran en abrirle la puerta de su hogar, se hacía pasar por el reparador de la televisión o algún otro servicio similar.
El otro recurso más empleado era su profesión de albañil. Hablaba con ellas, se ofrecía a acompañarlas, se ofrecía a solucionar cualquier problema de tuberías que tuviesen en su casa y después, incluso, las visitaba. Una vez dentro de las casas, las asaltaba sexualmente y les daba muerte tapándoles las vías respiratorias. Pero antes de desatar la agresión física propiamente dicha, empezaba haciendo caricias, las tocaba, y en el momento en que provocaba la repulsión de la víctima, es cuando se lanzaba en un ataque violento. Finalmente, siempre se llevaba alguna pertenencia a modo de recordatorio.
Los crímenes se iban sucediendo, pero Vega, cuidadoso, no dejaba huellas. A pesar de seguir un mismo modus operandi en todos los casos, tal era su pulcritud que los familiares de las víctimas no conseguían convencer a la policía que se trataba de crímenes y no de muerte natural. Parecía una extraña epidemia que acababa con las vidas de las ancianas de Santander.
El tipo de muerte que les inflingía consiguió despistar incluso a los médicos, que durante los primeros asesinatos dictaminaron como fallecimientos naturales lo que no eran otra cosa que los crímenes del llamado “Landrú Cántabro”. Éste tapaba la nariz y la boca de las ancianas, impidiéndoles respirar y así les provocaba un edema pulmonar con paro cardíaco. Las víctimas presentaban escasos signos de violencia y también los forenses determinaron muerte natural en la mayoría de los casos.
Finalmente, la policía se dio cuenta de una coincidencia: en varios de los domicilios se habían llevado a cabo reformas de albañilería, lo que fue orientando a los investigadores hasta que Vega empezó a cometer algunos errores que acabarían delatándolo, pues en la casa en la cual asesinó a Margarita González, de 82 años, la policía encontró signos de violencia en lo que otra vez parecía un caso de muerte natural.
En su siguiente crimen dejó sangre en el cadáver de Natividad Robledo, una viuda de 66 años, que mostraba claramente haber sido violentada. A otra de sus víctimas se le encontró la dentadura postiza clavada dentro de la garganta hasta que, en una de las casas, fue hallada una tarjeta con el nombre y dirección del presunto culpable y poco después se produjo la detención.
El 19 de mayo de 1988, José Antonio Rodríguez Vega era detenido y confesaba sus crímenes a la policía. Cuando se registró su apartamento, la policía se encontró con un cuarto decorado en rojo en el que guardaba su secreto. Antonio tenía expuesta una colección de fetiches pertenecientes a sus víctimas, su particular museo de los horrores: joyas, televisores, alianzas, porcelanas, imágenes de santos, cada uno de ellos en memoria de los asesinatos que había cometido.
Sin embargo, durante el juicio celebrado en Santander a finales de noviembre de 1991, niega todo por lo que se le acusa y dice que las 16 muertes por las cuales fue condenado se produjeron a causas naturales. Rodríguez Vega se descubrió allí como un ególatra con afán de protagonismo que miraba fijo a las cámaras, sin huir ni taparse, deseoso de que se conociera su cara.
Era sin duda el rostro de un asesino imperturbable, sonriente y cínico ante los insultos de los familiares de las víctimas, que alardeaba del perdón que le concedieron las mujeres que violó y de ser recibido después en las casas de esas mujeres. También alardeó de no tener problemas sexuales, afirmando que hacía el amor todos los días. Luego declaró que actuaba movido por un sentimiento de odio hacia su suegra y hacia su madre, a la que temía por un lado y por la que se sentía atraído sexualmente desde niño.
Los informes psiquiátricos lo consideraron un perverso sexual, una máquina de matar que no distinguía el mal y por ello fue sentenciado a más de 400 años de cárcel. Desde entonces, ha ido de cárcel en cárcel estudiando derecho, pues sigue negando los crímenes y se ha empeñado en demostrar que es inocente.
Edda Pujadas
@epujadas