Si una situación de este calibre es capaz de hacer entrar en caos a cualquier nación del mundo, qué podemos decir de Venezuela, agobiada por la inflación y la inseguridad, con los servicios bancarios colapsados por la falta de mantenimiento
Ya lo que está sucediendo en Venezuela va mucho más allá de lo que se puede esperar de una administración incapaz.
Desde hace rato parecemos estar entrando en algo más cercano a la ciencia ficción o al teatro del absurdo, que a medidas gubernamentales con un mínimo de coherencia.
La más reciente, entre el cúmulo de penurias que agobian la cotidianidad de los venezolanos, es la tan improvisada como inexplicable recogida de los billetes de cien bolívares.
Ante el asombro internacional, los que vivimos en esta tierra asistimos a uno de los más desquiciados episodios, entre tanto episodio desquiciado, de estos tiempos revolucionarios que corren.
Hay que salir a toda velocidad a depositar todos los billetes de mayor denominación que hasta ahora había tenido nuestra economía, y que hacerlo en 72 horas; se anuncia en un fin de semana seguido por un lunes bancario y a muy pocos días del 15 de diciembre, que no es precisamente cualquier quincena.
El gobierno del presidente Nicolás Maduro se ha justificado denunciando que mafias en la frontera colombo-venezolana acaparan bolívares y en especial, el billete de 100, para adquirir bienes subsidiados en Venezuela que luego revenden en Colombia con enormes ganancias.
La medida gubernamental se basaría por tanto en la búsqueda de crear dificultades logísticas para dichos traficantes, que habrán quedado en posesión de un gran volumen de billetes, lo cual explicaría la escasez de los mismos en el circulante.
Parece una explicación con cierta lógica; pero va mucho más allá. Resulta que la capacidad de quienes hoy administran al país para crear tormentas perfectas, solamente es superada por ellos mismos.
Porque si una situación de este calibre es capaz de hacer entrar en caos a cualquier nación del mundo, qué podemos decir de Venezuela, agobiada por la inflación y la inseguridad, con los servicios bancarios colapsados por la falta de mantenimiento, con cajeros y puntos de venta inutilizados ante la escasez de repuestos y con una ausencia de efectivo que ya nos traía por la calle de la amargura desde hace rato.
Eso para no hablar de la insistente emisión de dinero inorgánico, que ha sido reiteradamente denunciada por los especialistas en la materia, como una bomba de tiempo, o más bien como una explosión en cámara lenta que ya venimos padeciendo.
Y es que cabe preguntar entonces por qué se mandan a recoger esos billetes de mayor denominación, justamente poco después de su atropellada impresión en grandes volúmenes para paliar las enormes necesidades de efectivo, en una población que ya se ha acostumbrado a cargar morrales llenos de dinero para hacer sus compras más elementales.
Todo este panorama es la confirmación de que no hay planificación y de que no se sabe lo que se está haciendo.
Y si bien es cierto que en Venezuela hay enormes distorsiones con pandemias como el contrabando, también es verdad que todo el complejo caos que vivimos día a día, es creación y responsabilidad exclusiva de quienes han timoneado al país por 18 años.
¿Que estamos sumergidos en distorsiones enormes? Sí, y se ha dicho hasta el cansancio; como también se ha advertido tempranamente lo errado del rumbo y las posibles soluciones, que no son escuchadas por quienes nos conducen a toda velocidad hacia el despeñadero y ahora pretenden apagar el incendio echándole más gasolina.
Mientras tanto, esperamos el nuevo cono monetario, que confirma lo que todos ya sabemos: el bolívar fuerte es pasado y hemos experimentado la devaluación más estruendosa de la historia de Venezuela, consecuencia de desatinadas políticas económicas, de la pésima administración, del despilfarro y de la persecución a la empresa privada, de la desconfianza que ha ahuyentado las inversiones y ha colocado el riesgo-país en niveles estratosféricos.
Todo esto se sabe en el alto gobierno, donde unos se debaten entre seguir tercamente hacia adelante o rectificar y reconocer el cúmulo de errores; y otros más no tienen ni la más remota idea de qué es lo que sucede o cómo atajarlo para que no nos sigamos hundiendo.
Y, por supuesto, se abre un complejo rosario de preguntas ante lo que viene: ¿llegarán a tiempo esos billetes?, ¿podrán ser eficientes para sustituir la enorme masa que dejará de circular?, ¿cuánto tiempo tardarán en perder su valor, cuando nos engulle la mayor inflación del mundo?, ¿las nuevas denominaciones son suficientes y eficientes ante la actual realidad venezolana?
No dudamos que algún día, algún productor de cine se inspire en la increíble historia que atravesamos los venezolanos de estos tiempos para construir un universo que seguramente le valdrá unos cuantos premios Oscar al mejor guion; aunque esto no es una fantasía, sino una lamentable realidad.
«La capacidad de quienes hoy administran al país para crear tormentas perfectas, solamente es superada por ellos mismos…»
David Uzcátegui