La Venezuela de los últimos días ha visto crecer exponencialmente su grado de anomia, ante la pasiva mirada de unas autoridades que no tienen ni idea de su razón de ser
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, anomia es ausencia de ley. También, y según la misma fuente, la anomia es “un conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación”.
Lamentablemente, la Venezuela de los últimos días ha visto crecer exponencialmente su grado de anomia, ante la pasiva mirada de unas autoridades que no tienen ni idea de su razón de ser.
Las situaciones de violencia que han costado vidas y devastado comercios en diversos lugares de nuestra patria, hablan de una degradación extremadamente grave en nuestra condición ciudadana.
Especialmente en Ciudad Bolívar, donde los hechos tuvieron proporciones inocultables, se puede medir no solamente hasta dónde puede llegar la anomia que ya está en marcha desde hace rato, sino la imposibilidad de atajarla si seguimos por el mismo rumbo.
Anteriormente hemos dicho que quienes administran actualmente a la nación tienen vocación de dirigirse sin freno hacia una “tormenta perfecta” y lo sucedido recientemente lo corrobora.
No solamente se trata de que el dinero no alcance, es también la orden y contraorden de sacar de circulación los billetes de 100 bolívares, el hecho de no saber cuánto vale la plata o aún peor, no tener siquiera idea de si vale algo.
Ante la falta de piso que tiene la ciudadanía cuando del aspecto económico se trata, se superpone el empeoramiento de las condiciones de abastecimiento de los alimentos. No hay dinero en el bolsillo, o simplemente no vale, no hay comida.
El desmantelamiento del contrato social en nuestra tierra data de mucho tiempo atrás, y tiene que ver con el mismo funcionariado que viola la norma, que se vanagloria de ello, que lo hace público y que dice: “Sí, lo hice, ¿y qué?”
Tiene que ver también con ese desgraciado episodio del 27 de febrero de 1989, el llamado “Caracazo”, un accidente histórico que jamás ha debido ocurrir y que ha sido irresponsablemente vanagloriado como gesta heroica, cuando ha debido ser analizado y desmenuzado como un accidente histórico que encendiera las alarmas ante los errores que como colectividad hemos cometido.
Si no hay gobierno que cuide, que administre, que propicie el bienestar ciudadano; si sencillamente no hay nadie que guíe a una sociedad hacia el crecimiento y hacia el establecimiento de patrones que permitan aspirar con un mínimo de certeza al bienestar, la sociedad se desmantela, como está sucediendo con la venezolana a paso de vencedores.
Se suma a todo lo que sucede, la incertidumbre. La vocería oficial no declara, dice una cosa un día y lo contrario al siguiente; o sencillamente ignora el pandemónium nacional y se dedica a hablar de sus batallas de fantasía sin dar la menor respuesta útil a la gente.
Otra consecuencia de la fractura nacional que estamos padeciendo hoy es la desinformación. El aparato represivo se ha dedicado a criminalizar la información, embargándola y reservándola para fuentes oficialistas. Al sol de hoy, el mundo entero se pregunta qué es lo que realmente ha acontecido en Ciudad Bolívar y otras urbes durante los últimos días.
Los medios tienen vetada la cobertura, so pena de multas impagables o de cierres mediante sofisticados artificios legales. Tenemos que armar el rompecabeza de la realidad a punta de fragmentos que obtenemos en las redes sociales, a través de fotografías y videos ciudadanos, que son la única contrapartida al blackout noticioso que sufrimos los venezolanos.
Los medios internacionales son los que mejor reflejan lo que sucede puertas adentro en el país, dado que ellos sí pueden armar el citado rompecabezas que para quienes estamos dentro de las fronteras permanece incompleto.
¿Cuántas personas perdieron la vida? ¿Cuántos comercios cerrarán para siempre? ¿Cuántas personas abandonarán el país tras lo sucedido?
El condenable Caracazo nos dejó una lección de destrucción y devastación que vuelve a repetirse: los comercios vandalizados son insustituibles en las comunidades que ahora dejan de atender. A todas las dificultades para procurarse el sustento en la Venezuela actual, se suma hoy el cierre de puntos de venta.
La responsabilidad última es de quienes acumulan todo el poder acumulable. ¿Qué dicen? ¿Qué hacen? ¿Por qué llegamos a esta tristeza y esta vergüenza? ¿Alguien da una explicación? ¿Alguien asumirá responsabilidades?
Quisiéramos pensar que, tras haber llegado a semejante nivel de anomia, esto se detendrá aquí; pero lo que se ve en el horizonte no permite ni de lejos el optimismo. La destrucción de Venezuela sigue adelante.