Maestras y maestros son forjadores de la personalidad, de la identidad de clase, de la identidad nacional, del espíritu humanista de generaciones enteras
Maestro: el que tiene la experticia, el que enseña, el principal en un oficio, el grado mayor en filosofía, el que tiene méritos relevantes, son algunas de las definiciones de esa hermosa palabra. Sin duda, es un mérito relevante acompañar en su proceso educativo a los niños, niñas y jóvenes de nuestra patria. Eso hace a las mujeres y a los hombres que ejercen la docencia sujetos protagónicos de la sociedad.
Ellas y ellos no solo enseñan, ellas y ellos también son madres y padres de nuestros hijos e hijas. Infinidad de veces las y los hemos visto consolar el llanto de un niño, de una niña, compartir el pan con un estudiante, hacerse amiga o amigo del joven para encausar su rebeldía hacia lo grande, hacia lo hermoso, como decía nuestro padre Bolívar.
Maestras y maestros (en este hermoso concepto incluyo a todas y todos los que ejercen el arte de educar) son forjadores de la personalidad, de la identidad de clase, de la identidad nacional, del espíritu humanista de generaciones enteras. No solo depende de ellas y ellos, pero en lo esencial nosotros somos hechura de la madre, el padre, la maestra o el maestro que tuvimos o no tuvimos.
Hoy en el día en que se les honra en Venezuela -en homenaje al valiente grupo de maestros que un 15 de enero de 1932, en medio de la oscurana que representaba la brutal y pro imperialista dictadura de Gómez, se organizó para luchar por una educación que iluminara la patria- queremos reiterar el compromiso de la revolución bolivariana con quienes están, como decía el comandante Chávez, llamados y llamadas a mantener encendido en nuestros niños, niñas y jóvenes el fuego sagrado de la patria.
El futuro de Venezuela y de la sociedad humana dependerá, en mucho, de los educadores y educadoras que tenemos y que tendremos. Por ello merecen, rescatando la frase bolivariana de Angostura, “el amor maternal” del Estado y más allá de toda la población.
Es indispensable para una sociedad valorar, cuidar y proteger a los hombres y mujeres que de manera amorosa enseñan y aprenden junto a nuestros muchachos y nuestras muchachas. Duele mucho cualquier agresión, de cualquier tipo, contra una maestra o un maestro.
Como hijo de maestra, como alumno de buenas maestras y buenos maestros a lo largo de mi vida, tengo plena conciencia de la tarea que he asumido. Vaya responsabilidad. Que Dios nos ilumine.
«El futuro de Venezuela y de la sociedad humana dependerá, en mucho, de los educadores y educadoras que tenemos y que tendremos…»
Elías Jaua Milano