Es la máxima podredumbre que ha aplicado el madurismo, y su confesión de que sus días en el poder están en cuenta regresiva
El madurismo ha llegado al paroxismo político. Ante la pérdida de apoyo popular, y el saberse perdido ante cualquier evento eleccionario, ha inventado el más humillante de los instrumentos de inscripción forzosa en su corriente política, utilizando una simbiosis entre chantaje y amedrentamiento para obligar al pueblo, plagado de necesidades sociales, a tener en la mayoría de los casos, que desprenderse de su dignidad para sumirse ante los deseos de la cúpula inmoral de un gobierno.
El madurismo es tan torpe en cada una de sus declaraciones que cuando dice que va a registrar 5 millones de familias con los nuevos instrumentos «gubernamentales», acepta, si promediamos cuatro personas por familia, que 20 millones de venezolanos están en la línea de la pobreza, es decir, al asumir, que el país tiene aproximadamente unos 30 millones de habitantes, daría como resultado que el 75 % de la población vive en condiciones infrahumanas. O sea, que mientras Maduro se jacta en afirmar que hasta «redujo» la pobreza en 2016, cuando hemos afrontado en combinación tanto la inflación más alta, como la caída económica más pronunciada de nuestra historia, la propia praxis del gobierno revela todo lo contrario; verbigracia, un aumento considerable de quienes ni siquiera pueden alimentarse y menos satisfacer otras necesidades.
Quienes integran el gobierno con esta acción también demuestran lo inútil que ha sido la administración pública en el desempeño de sus funciones, cuando ni siquiera confían en el Consejo Nacional Electoral (CNE) y menos en el Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería (Saime) como garantes de la residencia y el ejercicio ciudadano de los venezolanos, o simplemente intentan desde inicios de este año realizar los movimientos ilegales de posibles votantes hacia aquellos espacios en los cuales presentan mayor debilidad numérica, de acuerdo con los resultados electorales que obtuvo el madurismo en diciembre de 2015, los cuales representaron para ellos una estruendosa derrota.
El madurismo pretende con las nuevas entregas tecnológicas, que incluso superan con creces la composición y estructura de la cédula de identidad de los venezolanos; lo cual también deja al descubierto que el documento legal que rige la identificación de cualquier persona en el país (connacionales o extranjeros), conviene tenerla en un degradante formato, porque con ello, las cedulaciones rápidas o «express» no tienen inconveniente alguno, máxime en fechas cercanas de comicios nacionales, regionales o municipales.
Nicolás Maduro y sus zascandiles piensan que recurriendo desde la más sentida de las necesidades humanas, es decir, el hambre, pueden controlar y orientar el voto de los potenciales beneficiarios de una tarjeta de identificación en relación con sus cálculos políticos. Intentan corregir «como sea» los regalos que otorgaron en vísperas de las elecciones de la Asamblea Nacional, verificando de manera directa, hasta el desplazamiento de quienes en lo sucesivo se «beneficien» de unos ingresos que apenas permitirán comida por unos días a tales familias, porque aunque les vendieran los llamados Clap en sus propias residencias, el resto del dinero tendrá que ser gastado en otras necesidades de transporte, educación, o salve Dios que sea de salud. Es decir, mientras piensan que el hambre les va a reportar votos, ese mismo pueblo sabe que están siendo despreciados, vejados y destruidos por el gobierno en su condición de vida.
El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), aquella organización de la cual Jorge Rodríguez se jactaba en decir que tenía 7 millones de inscritos, ha quedado reducido, si es que lo logra, a 5 millones de personas registradas de manera obligada, lo que tampoco les garantiza reciprocidad en sus mezquinos intereses de clientelismo político.
Mientras ello ocurre, el país continúa en su marcha autodestructiva, generada por el efecto de nefastas políticas públicas, tanto en lo económico como en lo social, razón por la cual la inflación, la escasez, la delincuencia, la corrupción y la pobreza son el único camino que vemos los venezolanos, mientras Maduro y sus huestes neototalitarias se mantengan en el poder.
El carnet antipatria ha sido la concreción del más perverso de los mecanismos partidistas que gobierno alguno haya empleado para restringir los derechos fundamentales de los ciudadanos, desde lo más intrínseco del ser: la necesidad de comer para poder vivir.
El carnet antipatria es un mecanismo de sobrevivencia humana para algunos y de único interés político para otros.
El carnet antipatria es la máxima podredumbre que ha aplicado el madurismo, y su confesión de que sus días en el poder están en cuenta regresiva, porque el hambre del pueblo se ha convertido en su peor enemigo. A propósito de ser ciego, quien tenga ojos que vea.
Javier Antonio Vivas Santana
aporrea.org