Mariíta, que tampoco se le queda callada a nadie, le explicó muy convencida a su madre que «la nueva cédula» servirá para hacer más eficientes las misiones, la organización de los consejos comunales, la entrega de las bolsas de comida, «entre muchos otros beneficios»
7:00 am
Angélica es una de esas señoras dicharacheras, vecina de todo el mundo, amiga de todo el mundo, que a todo le busca la vuelta, que para todo tiene una respuesta. Para todo.
En días recientes, con el boom del carnet patriótico, se propuso hacer las diligencias respectivas junto a sus hijas, pero sin muchas esperanzas, sobre todo porque no sabe para qué servirá «el fulano carnet».
Se levantó muy temprano, llamó a sus hijas, entusiasmadas ellas, y se lanzaron a la Plaza Bolívar, sin desayunar, con el estómago vacío, porque la bolsa tenía más de un mes sin llegar.
Entusiasmadas solo sus hijas porque a Angélica, que sospecha de todo, alguien tendrá que explicarle qué va a poder hacer con la nueva tarjeta.
«¿Este carnet no será para hacer una lista como cuando fueron a ofrecernos los apartamentos que todavía estamos esperando?», le preguntó a la menor, Mariíta, quien se cansó de hacer vigilias en un terreno baldío y aún no tiene casa. «Porque, que yo recuerde, te llamaban a reuniones solo cuando había algún proceso electoral cerca; de resto se olvidaban de tí», comentó agriamente la mujer alegre, la amiga de tosos, sin perder su sonrisa.
Angélica siempre carga plata en la cartera, una reservita, para, por lo menos, tomarse un cafecito en la calle. «Será que aguantamos la pela a ver si sacamos el carnet; ojalá nos sirva para algo».
Mariíta, que tampoco se le queda callada a nadie, le explicó muy convencida a su madre que «la nueva cédula» servirá para hacer más eficientes las misiones, la organización de los consejos comunales, la entrega de las bolsas de comida, «entre muchos otros beneficios», argumentó.
«Mija, será que a tí te van a enterrar en urna blanca, porque a estas alturas no tienes apartamento, sufrimos para conseguir comida, las bolsas no nos llegan a la puerta de la casa con regularidad y si nos quejamos de las misiones o de que no hemos sido beneficiadas con esos instrumentos, en el Consejo Comunal se molestan y nos amenazan con no beneficiarnos con los beneficios que nunca nos han dado», explicó Angélica. «Yo, en realidad, no estoy motivada a sacar ningún carnet; eso lo que va a lograr es una nueva división del país, una nueva división entre venezolanos. Ahora vamos a ser unos ‘pela bolas’ sin carnet, y quienes lo saquen unos ‘pela bolas’ con carnet, porque ahí no te van a depositar plata ni vas a dejar de hacer cola. Eso es una forma más de contarte», se quejó.
4:00 pm
Las colas en las paradas del Sistema Integral de Transporte Superficial (Sitssa) en la estación Miranda del Metro de Caracas son cada vez más pesadas. No es por lo largas que son, porque cuando llega un bus, la gente se monta como sea, apretada, como sardinas en lata, y la cosa baja; sino por lo pesadas que son por el tiempo de espera. Si bien a principios de año se hizo un esfuerzo y ese tiempo de espera bajó un poco (había menos gente en la calle), la cuestión ya es igual que antes, dos horas para esperar un autobús, tienen aire solo en los cauchos y los televisores siempre están apagados.
Una tarde de estas, Ismael se metió en la cola de Guarenas, larga ella, y acomodaba sus cosas para ponerse sus audífonos (como siempre lo hace), cuando escuchó una conversación telefónica. «Mi amor, cómo estás, es tu mamá», escuchó que dijo la señora detrás. «Bueno, pero por lo menos estás bien. Yo sé que no hay comida, mija, pero tenemos que echar para adelante. Ya yo voy para allá, móntame una olla con agua que te voy a hacer una sopa cuando llegue», agregó. «¿Cómo que no tienes nada? Tranquila, chica, manda a comprar un cubito con mi nieto, que cuando llegue te hago una sopa de cubito para que comamos todos».
Aquella expresión sorprendió a Ismael y a varios en la cola, pero todos asintieron que la señora tiene inventiva y que, por lo menos, aquel cubito le daría algunas calorías a los más pequeños de la casa.
7:00 pm
Cansada, Angélica regresó a casa con sus hijas ya tarde en la noche, aún sin probar bocado, aunque se tomó un cafecito y compartió un pan con ellas. Un pan con lengua, sin nada.
Irónica, increpó a sus muchachas. «Ahí está, ya tenemos el fulano carnet; ojalá nos sirva para algo y que no se convierta en una nueva herramienta para saber si uno está o no con ellos, en una habladera de paja», les dijo. «Mami, ya tú vas a ver que ahora sí vamos a conseguir; confía un poco», contestó Mariíta. «Sí, ta’bien, mija, mientras tanto nos comemos un cable; debe ser que un carnet va a resolver la situación», se quejó nuevamente. «¿Y para qué carajos tenemos la cédula, pues?», se preguntó.
Cronica de la Calle / Edward Sarmento /@edward42