Hay que ser bien cara dura para calificar como dictadura el gobierno del presidente Nicolás Maduro
Un sector de la oposición venezolana, el más decididamente ultra radical, en su empeño por procurar el derrocamiento del gobierno presidido por Nicolás Maduro, ha identificado su práctica política en una consigna: No + Dictadura, de clara vocación subversiva del orden constitucional. Con la misma expresa su interpretación de la realidad nacional, y al mismo tiempo le señala el camino a seguir a sus adherentes en la tan ansiada y esquiva materialización de alcanzar el control político del país.
Cara dura
Dicho sector, conformado por las agrupaciones políticas Voluntad Popular (Leopoldo López), Vente Venezuela (María Corina Machado), Alianza Bravo Pueblo (Antonio Ledezma), empresarios y comerciantes, más un grupo de militares retirados, las infaltables ONGs, prelados de la jerarquía eclesiástica, articulistas y comentaristas de medios, ciertos vivianes emigrados y algunos cuantos intelectuales orgánicos, de esos que se han colocado, sin mayor rubor, al servicio del imperialismo y de la burguesía parasitaria, hace cuestión de fe el catalogar como dictadura el régimen político vigente en nuestro país.
A nuestro entender, hay que ser bien cara dura para calificar como dictadura el gobierno del presidente Nicolás Maduro, algunos, más modositos(as), provenientes del mundo intelectual, no se atreven a hablar de régimen dictatorial directamente, aunque sí se apresuran a calificarlo como de marcada tendencia hacia un autoritarismo progresivo.
Está clara la intencionalidad política que mueve a quienes instigan y postulan la fulana tesis. No es que no sepan lo que es una dictadura, no es que no estén conscientes que en Venezuela estamos muy lejos de vivir o de padecer una dictadura. No, eso lo tienen perfectamente definido y despejado y por estar conscientes de ello es que actúan con tanta impunidad, prevalidos del convencimiento de que el gobierno y las instituciones del Estado, garantes del juego democrático, no van a proceder en contra de su libertad ni mucho menos de su integridad física, como sí ocurría cuando muchos de quienes hoy dirigen la oposición eran gobierno en los aún frescos tiempos de la cuarta república.
Cosas de locos
Pero, con esta contumacia, actúan con la finalidad de influir sobre sus seguidores, en especial en los más jóvenes, a quienes les han creado la matriz de que vivimos en una férrea dictadura, en la que sistemáticamente se violan los derechos humanos, en la cual la libertad de expresión está conculcada, en la que no existe autonomía de los Poderes Públicos, sino que el resto está sometido a la acción omnímoda del Poder Ejecutivo, es decir, de Maduro, y en la que, por tal situación, se hace necesario cualquier iniciativa tendente a derrocar un régimen que oprime a la sociedad.
Parece cosa de locos, pero, con la poderosa maquinaria mediática de la cual disponen tanto a nivel local y, sobre todo, en el ámbito internacional, recrean una realidad virtual, es decir, una tergiversación de la realidad, una realidad irreal que les sirve de asidero para justificar las distintas desventuras que cada cierto trecho se les ocurre implementar.
Prácticamente, desde el inicio del período bolivariano, hace ya 18 años, han venido instrumentando las más disparatadas acciones, naturalmente infructuosas, para la desesperación de quienes la conciben, y ahora, sintiéndose reforzados con la crítica situación que en el orden socio-económico atosiga a la población, intentan una vez más desencadenar un escenario levantisco desde el cual propiciar el zarpazo que les permita hacerse con el poder del país, por supuesto, aparentemente, sin medir las consecuencias que tal desatino podría generar.
Prueba irrefutable
Evidentemente tenemos problemas económicos con graves apremios sociales, el desabastecimiento de productos, alimentos y medicinas, la especulación con los precios, la angustia y las colas que padece la gente no se pueden desconocer; allí están como testimonio incontrastable de lo que, en ese aspecto, acontece en el país. Pero la pregunta indagatoria que hay que formular es: en dónde está la génesis de esa situación y la respuesta precisa, contundente, la encontramos en el ilustrativo diálogo registrado en publicitado audio, en el cual Lorenzo Mendoza (Polar) le confiesa a su panita Ricardo Hausmann (FMI) que «lo mío es la guerra económica”. En otras palabras, a confesión de partes, relevo de pruebas. El burgués parasitario mayor le reconoce a un agente del capital financiero transnacional que son ellos, la burguesía parasitaria, los que están detrás de la guerra económica que padece el pueblo, para doblegarlo y someterlo a sus planes de reconquista del poder del país.
Esa confesión es una prueba irrefutable de lo que está realmente en juego. Por una parte, la burguesía hace su principalísimo aporte para intentar encrespar los ánimos de la población y, por otra parte, la derecha opositora hace el suyo desarrollando iniciativas de carácter político, como las que han emprendido, últimamente, desde que tomaron el control de la Asamblea Nacional, especialmente el sector ultra radical que desesperadamente hace llamados al pueblo a tomar las calles a hacer presión hasta que salga “el dictador”, reforzando tal aspiración con las indignas y antipatrióticas solicitudes que le formulan al gobierno de los Estados Unidos, ayer Obama hoy Trump, para que intervenga, cual padre salvador, en nuestro país. El último intento de la señora Tintori de López es patético en ese sentido.
Blanda democracia
Pero para el desencanto de los ultras radicales, el pueblo no les responde. Sencillamente porque no hay correspondencia entre la realidad virtual de la que ellos se alimentan y la realidad verdadera, que es la que vive un pueblo consciente de las dificultades y esperanzado de que las mismas van a ser y están siendo superadas. Antes que en una dictadura estamos en una blanda democracia que todavía no ha procedido contra los que impúdicamente conspiran contra ella. Hasta cuándo