El salario mínimo se mantiene en 40 mil 638 bolívares; por lo cual el estipendio a través de los cesta tickets casi lo triplica
Orgullosamente, los medios de comunicación afines al gobierno anuncian el incremento del bono alimentario conocido como cesta ticket –incluso lo califican como socialista- de 63 mil 700 bolívares a 108 mil bolívares. Así mismo, se pudo conocer en la misma ocasión el aumento de la unidad tributaria de 177 a 300 bolívares.
Por supuesto, desde la óptica oficialista, toda esta información se presenta a manera de una colección de logros. Y la vehemencia en defender estos hechos nos invita a revisarlos, para ver cuán enferma se encuentra nuestra economía.
Lo primero que llama la atención es el hecho de que, de esta manera, el grueso del ingreso de los trabajadores venezolanos pasa a ser percibido bajo la modalidad de cesta ticket. El salario mínimo se mantiene en 40 mil 638 bolívares; por lo cual el estipendio a través de los cesta tickets casi lo triplica.
Entre las verdades que se intenta que perdamos de vista, está el hecho de que el sueldo mínimo no alcanza para nada, ni siquiera para comer, y esta es una de las verdades reveladas por la desproporción entre el mencionado ingreso y el ticket de alimentación.
Por otro lado, recordemos que lo percibido a través de los cesta tickets no entra en el cálculo de los beneficios laborales, con lo cual el grueso del ingreso de los trabajadores quedaría fuera de estas figuras que existen para protegerlo.
Por si fuera poco, el entregar una proporción tan alta del ingreso en una figura que solamente sirve para adquirir comestibles, nos hace preguntarnos: ¿qué sucede con las demás necesidades de la gente? ¿Con el calzado, la ropa, el transporte, el techo?
Ya no hablemos solamente de lo inalcanzable que es al día de hoy una vivienda propia para el venezolano, sino también de la imposibilidad de costear incluso un alquiler. Del hecho del hacinamiento de las familias, que deben convivir compartiendo una vivienda con padres y hermanos, ante la imposibilidad de fundar un hogar propio, de cara a la realidad social que hoy se vive en nuestro país.
El mismo incremento de la unidad tributaria a casi el doble, es el reconocimiento explícito de la inflación que asola al país y que el gobierno no ha podido atajar con órdenes ni con decretos. Muy por el contrario, el indetenible aumento de precios tiene que ver en mucho y definitivamente, con los desaciertos administrativos de quienes hoy conducen al país.
Desde el miedo que crean con declaraciones tremendistas hasta la persecución al aparato productivo, pasando por las numerosas trabas burocráticas de la intervención del Estado en los procesos de producción, todo lo que ha intentado hacer el gobierno para supuestamente mitigar la agobiante inflación no ha sido más que intentar apagar un incendio con gasolina. Y a las cifras nos remitimos, así como a la realidad que hoy sienten los venezolanos en sus bolsillos.
¿Se puede ahorrar? ¿Se puede pensar en apartar una parte del ingreso mensual con el fin de acumular la inicial para un techo? ¿De dónde se sacaría este monto, si como el mismo gobierno lo ha reconocido, prácticamente todo el ingreso mensual va a parar a alimentos?
Otra de las esperanzas para el venezolano era la acumulación de beneficios como utilidades y prestaciones, para con ellos satisfacer esos otros bienes a los cuales tiene derecho, como un vehículo o la misma vivienda. Pero bien sabemos ya que el monto referencial para estos derechos laborales es mínimo con el nuevo sistema de remuneración; con lo cual se anula de facto otra de las esperanzas que el pueblo tenía para incrementar su calidad de vida.
Por si todo esto fuera poco, la medición mensual que hace el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FMV), sobre el comportamiento del precio de los alimentos, reportó que el precio de la Canasta Alimentaria Familiar (CAF) alcanzó 544.990 bolívares en diciembre de 2016; con un aumento de 18,4 % o de 84.609 bolívares con respecto a noviembre de 2016.
Agrega el estudio que fueron necesarios 20,1 salarios mínimos -que se encontraban en 27.092,10 bolívares mensuales en el momento- para poder adquirirla. En lo referido a la variación anual, se trata de un aumento de 482,3 % entre diciembre de 2015 y diciembre 2016.
Con estas demoledoras cifras que avasallan todo lo anunciado por el gobierno, vemos que la realidad del trabajador está literalmente en los límites de la supervivencia. Los aumentos son literalmente, sal y agua.
Quienes hoy llevan las riendas de nuestra economía están entrampados en sus propios disparates; pero lo que es peor, insisten en arrastrar a los ciudadanos a un rosario de penurias que podrían ser evitables si se deja de lado la terquedad y se piensa más en el país que en un proyecto político inviable.
«Ya no hablemos solamente de lo inalcanzable que es al día de hoy una vivienda propia para el venezolano, sino también de la imposibilidad de costear incluso un alquiler…»