Todos los seres humanos nacemos esclavos del pecado, es la herencia que recibimos de la desobediencia de Adán y Eva y así lo aseguran las Santas Escrituras en el versículo 23, capítulo 3, de la Carta a los Romanos: “por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”.
Aunque el hombre trate de borrar esa herencia pecaminosa con ritos, tradiciones, sacrificios, promesas y buenas obras; nada podrá liberarlo de la esclavitud del pecado, ni no reconoce que es pecador, se arrepiente y recibe al Señor Jesucristo como su único y verdadero Señor y Salvador.
“Pues si por la transgresión de uno, solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y el don de justicia”, versículo 17, capítulo 5, Carta a los Romanos.
Quienes viven en pecado están encarcelados y bajo el dominio de Satanás; están sujetos a sus reglas y permiten que él domine sus vidas alejándolos de Dios y llevándolos al infierno.
Una señal del abandono divino de cualquier sociedad o pueblo, es la obsesión a la inmoralidad sexual y a la perversión.
Y esa es una realidad que vemos cada día en el mundo actual, con sus consecuencias devastadoras que causan muerte, enfermedades, miseria y destrucción moral.
“El que practica el pecado es del diablo”, aseguran las Santas Escrituras en el versículo 8, capítulo 3, Primera Carta de Juan.
En el evangelio de Marcos 2:17: Jesucristo nos dice: “…no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. Si eres esclavo del pecado, solo el Hijo de Dios puede darte la libertad que estás buscando.
El cristianismo no es una religión, es entregar nuestra vida a Jesucristo y aceptarlo como nuestro Señor y Salvador.
Dios te bendiga y te guarde. Hasta el próximo encuentro con La Palabra de Dios. Lic. Beatriz Martínez (CNP 988) beaperiodista@hotmail.com