La pieza de Román Chalbaud, dirigida por Ibrahím Guerra, se exhibe en el Teatro Nacional hasta el 2 de abril
La Compañía Nacional de Teatro (CNT), liderizada por Alfredo Caldera, presenta en la caraqueña esquina de Cipreses a la conmovedora versión escénica que Ibrahím Guerra logró del texto El pez que fuma, del emblemático cineasta, dramaturgo y director Román Chalbaud, la cual podrá ser disfrutada por el público durante las funciones de las 5:00 de la tarde, sabados y domingos, hasta el venidero mes de abril, en el Teatro Nacional.
De esta manera ha comenzado el proceso de relanzamiento de la institución fundada por el Gobierno Nacional en el 22 de mayo de 1982, con el susodicho montaje de El pez que fuma, cuyo director Guerra no se quedó con el texto original que Chalbaud estrenó en octubre de 1968, sino que lo versionó para su nueva materialización escénica, conservando personajes y recreando además situaciones y acciones complementarias, hasta concretar así una puesta en escena espectacular que acentúa una visión humanística conflictiva para una Venezuela que, innegablemente, ha evolucionado durante los últimos 50 años y busca desesperadamente un mejor destino.
Pero, y hacemos énfasis en esto, el director Guerra propuso y logró, gracias al artista Armando Zullo, un dispositivo escenográfico que combina la cárcel y el burdel donde se desarrolla el montaje. A la usanza del gran director Carlos Giménez (Rosario, Argentina, 1946-Caracas, 1993), hizo construir una estructura escénica de tres pisos -hierro y madera- que combina las dos atmósferas y los dos espacios donde se gestan y se desencadenan, durante 120 minutos, las patéticas acciones de este trepidante melodrama, al tiempo que involucra a los espectadores gracias al efecto visual de una monumental puerta, que reproduce una gran rockola.
El director, creador del hiperrealismo teatral venezolano con su histórico montaje de A 2,50 la cubalibre (1982), ahora “mete conceptualmente” a la platea y los dos palcos en esa monumental caja rectangular de la cárcel y el burdel, de 10 por 11 metros, y lo hace participar a nivel conceptual y sensorial en todo lo que ahí pasa, incluso en las orgías que se “realizan”, con una cortina musical de tangos, rancheras y boleros como Uno, Hasta el último trago, Preso, El día de mi suerte y En el juego de la vida, interpretados por José Alfredo Jiménez, Daniel Santos y Héctor Lavoe, entre otros. Un montaje, pues, que estremece a la audiencia porque es visual, auditivo y sensorial, además de erótico, innegablemente. Un espectáculo que va más allá de una comedia criolla o de un sainete estructuralmente, un show teatral con observaciones sociológicas profundas.
Cuento y actores
La saga de El pez que fuma, que transcurre principalmente en la tarde-noche caraqueña del 10 de octubre del año 1968, y días siguientes, es, pues, un próspero bar de copas y prostíbulo, administrado por La Garza, quien confía en su amante de turno, Dimas, para que deposite las ganancias en el banco; pero él es un dilapidador del dinero ajeno y además la engaña con otras meretrices, como La colombiana del burdel “El canario”. Desde la cárcel, Tobías, examante de La Garza, conspira, y le manda un “Judas” (Juan), quien se encarga de emponzoñar todo y enamorar a la patrona del burdel. Dimas no se deja sustituir tan fácilmente y mata, sin querer, a la codiciada damisela; termina en la cárcel y deberá resolver su conflicto con Tobías. Pero el argumento es más denso, pues Chalbaud presenta a un exótico personaje, especie de astrónomo aficionado, quien sueña, junto con su compinche, Ganzúa, un discapacitado, en viajar a los espacios siderales, para lo cual se han inscrito en una cofradía. Son los únicos personajes puros, por así decirlo, quienes anhelan conocer otros países y otros mundos menos caóticos, más allá del burdel. Una esperanza en lontananza sideral.
Hay que subrayar que salvo algunos actores ya veteranos en las lides teatrales, el elenco lo integra una valiosa nueva generación, gente que en los próximos años deberá hacer el mejor teatro venezolano posible porque están adiestrados y además recibirán instrucción especial. Debemos resaltar, entre veteranos y nuevos, a Francis Rueda como esa Doña Bárbara que es La Garza, Luis Domingo Gonzalez, Ludwig Pineda y Aura Rivas como la sufrida hetaira apodada La argentina, y los jóvenes Arturo Santoyo, Francisco Aguana (ojo con este gran prospecto actoral), María Alejandra Télliz, Citlalli Godoy, Keudy López, Andy Pérez (un pivote del montaje), Jean Manuel Pérez, recreando al amadamado pianista, Marcela Lunar (quien se queda con Juan, el nuevo chulo del burdel) y Ángel Pelay (uno los clientes de aquel lupanar). Es una muestra de que el teatro nacional sí tiene futuro y artistas en formación.
COLUMNA EL ESPECTADOR / Edagar Moreno uribe