Tiene vista de águila para juzgar a Venezuela, pero se convierte en un tremendo e incompetente miope cuando se trata de juzgar los acontecimientos, atrocidades y verdaderos crímenes que ocurren cotidianamente en otros países de la región
Cuando hablamos del tema de la doble moral aplicado frecuentemente por la derecha mundial (principalmente por Estados Unidos), nos referimos a su peculiar e impúdico tamiz para juzgar y agredir implacablemente a cualquier país soberano con la excusa más inverosímil posible. Pero luego, al quitarse las máscaras, ejecutan atrocidades en cualquier parte del mundo sin ningún remedo o compasión. Bombardear otros países, matando civiles, niños y mujeres como en Siria parece que encumbra a los generales norteamericanos. Qué puntería tan macabra tienen sus misiles inteligentes que solo matan gente inocente.
De esta doble moral parece haberse inoculado Almagro. De tanto lamer las pezuñas del Tío Sam solo tiene ojos para lo que le conviene. Tiene una vista 20/20 (visión perfecta) cuando se trata de escudriñar cualquier accionar del gobierno bolivariano. Más no es así cuando oculta en su maquiavélico guion las acciones golpistas y terroristas ejecutadas por la extrema derecha venezolana.
Almagro padece una miopía incurable. Sus prenociones y sus juicios de valor están completamente envenenados por el odio que le ha inoculado la derecha venezolana y sus lacayos vendepatrias. Ha perdido la ecuanimidad y ha acabado con cualquier atisbo de equilibrio e imparcialidad que le exigía el cargo institucional que representa. La OEA no es un partido político.
Almagro tiene vista de águila para juzgar (cual tribunal de la Santa Inquisición) a Venezuela. Pero se convierte en un tremendo e incompetente miope (como Míster Magoo) cuando se trata de juzgar los acontecimientos, atrocidades y verdaderos crímenes que ocurren cotidianamente en otros países de la región. Ni con guantes de seda se atreve Almagro a entrompar los actos criminales de sus socios de la logia del pacífico o las barbaries realizadas por el imperio norteamericano (Guantánamo, Libia, Irak, Afganistán, por ejemplo).
El caso de Paraguay es dantesco. Toda una historia tenebrosa omitida descaradamente del discurso viperino de Almagro. En este país, los senadores aprobaron, fuera de la Cámara y sin la presencia de su presidente, enmendar la constitución para meter coleadita la “reelección presidencial”. Esto generó que manifestantes le prendieran candela al Congreso, y la policía, en respuesta, disparó a total discreción, hiriendo a varios diputados y asesinando a un militante del Partido Liberal en medio de un asalto dentro de su propia sede. De la boquita de Almagro no salió ni un pequeño chirrido. Vino a hacerle la tarea Amérigo Incalcaterra, miembro de la oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, señalando que “un liderazgo social y político incitaba a la violencia y ese no es el camino”; detectaron que los “arrestados fueron detenidos de forma arbitraria y fueron objeto de golpes, torturas y tratos vejatorios”. Almagro debe aprender de la ONU a trabajar con ecuanimidad y entereza.
Otro caso omitido por Almagro es México. No se puede hablar de un Estado fallido; por el contrario, allí hay un narco Estado en perfecto funcionamiento, controlando el crimen organizado y el tráfico de drogas. El pueblo mexicano sufre de una cotidianidad llena de violencia, con asesinatos y miles de desapariciones (más de 26.000 personas “no localizadas”, coloca a México como “una gran fosa común”). Ni una página de los “sesudos” informes de Almagro comenta el generalizado colapso institucional, colmado de corrupción e impunidad con millones de personas sin acceso a la educación o a servicios básicos. Tampoco menciona la “violencia selectiva contra la prensa, periodistas y medios de comunicación” o su sistema electoral catalogado de los “menos transparentes, efectivos y confiables” del mundo. Si Venezuela fuera México, el miope Almagro ya hubiera pedido la intervención de los cascos azules de la ONU y las fuerzas especiales de la Otán. Pero no, Almagro tiene su odio perfectamente concentrado en contra de Venezuela.
Por último, quería señalar el peculiar caso de la Guayana Francesa (“departamento de ultramar” francés, modismo neocolonial para denominar este territorio que por décadas fue utilizado como un inmenso penal, como está bien retratado en Papillon). Pues este territorio francés en el noreste de América del Sur está viviendo inusitados días de disturbios, protestas y hasta una prolongada huelga general, exigiendo un plan de inversión de 2.500 millones de euros para permitir que la inmensa mayoría de sus 250.000 habitantes mejoren su calidad de vida con acceso a servicios básicos como agua potable y electricidad o combatan los altos niveles de desempleo y violencia.
Almagro nada dice sobre los justos reclamos de estos ciudadanos nacidos en territorio suramericano. Encontrándonos aquí nuevamente con el putrefacto tufito de la doble moral. Por un lado, Almagro debería presentar un “informe” sobre la situación de la Guayana Francesa a la Comunidad Europea para exigirles el respeto de los Derechos Humanos de sus connacionales, tal cual ellos permanentemente hacen interviniendo en nuestros asuntos internos. En segundo término, Almagro debería recordarle firmemente a Francia (en el mismo “informe”) que el Comité Especial de Descolonización de las Naciones Unidas ha recomendado que los países del mundo deben “contribuir a la eliminación de todos los vestigios de colonialismo que aún existen”. Si bien la Guayana Francesa no está formalmente incluida en la lista de los “16 Territorios No Autónomos”, bien podría la OEA ayudarlos a “deshacerse de su (odiosa) condición de colonia”, de ciudadanos de “ultramar”, de los últimos que quedan en pleno siglo XXI.
Nada de esto está entre las preocupaciones del señor Secretario General de la OEA. El miope Almagro solo tiene interés para lo contratado: hundir sus garras y descargar su odio contra Venezuela.
Richard Canan
@richardcanan