La reducción drástica de nuestros patrones de consumo toca un aspecto vital, casi sagrado en la cultura venezolana, como lo es la ingesta puntual y generosa de alimentos
Vivir en Venezuela en la actualidad es una experiencia dura, aplastante y agotadora. Vertiginosos cambios que alteran intensamente nuestra vida cotidiana, nuestras formas de relacionarnos, nuestras rutinas. Una suerte de electro shock social y cultural, un vendaval de situaciones caóticas entremezcladas y recurrentes nos coloca en estado permanente de conmoción.
La reducción drástica de nuestros patrones de consumo toca un aspecto vital, casi sagrado en la cultura venezolana, como lo es la ingesta puntual y generosa de alimentos.
La misma crisis nos lleva a implantar un micro régimen de racionamiento que nos hace reducir las cantidades y los usos de todo lo que consumimos diariamente.
Frente a la escasez y al altísimo costo de la vida hay que establecer necesarias medidas para que lo poco que se consigue alcance equitativamente para todos.
La misma escasez nos saca de nuestros usuales recorridos para terminar en una cola que repentinamente encontramos con la venta de alguno de los pocos productos alimenticios o de higiene personal que se puede conseguir.
Es casi imposible mantener un ritmo y un plan determinado ante tantas carencias e imprevistos.
El carencialismo como forma de vida se ha impuesto vertical y dramáticamente, colocando a la población a actuar y pensar exclusivamente en función del resuelve y la búsqueda del consumo alimenticio o de la medicina diaria.
Un sometimiento vertical que prende y eleva los índices de incertidumbre, de ansiedad y de angustia colectiva en el propio pueblo venezolano.
Una suerte de hartazgo social ante la coyuntura económica, política y social se respira en el ambiente por donde habitan y transitan las mayorías ya no tan silenciosas de este noble y generoso país.
Una acumulación de impotencia, desesperanza y descontento se anida en toda la geografía nacional. Ante este cuadro sombrío y devastador, el gobierno ofrece mágicamente el Carnet de la Patria como una de sus últimas cartas para manipular con las necesidades de la gente y como instrumento de control y cooptación política.
La política social nuevamente se pone a un costado para dar paso a propuestas improvisadas poco viables y que no atacan ni resuelven los problemas de fondo.
Ninguna política avanzada y coherente, ningún proyecto serio y fundamentado para capear el temporal. Con operativos de tinte populista se desarrolla buena parte de la intervención del gobierno hacia los sectores más necesitados. En síntesis: ninguna señal de cambio de la fracasada política económica que nos lleva inexorablemente al abismo.
Las reiteradas violaciones de la Constitución en los últimos tiempos y las dos últimas sentencias promulgadas por el Tribunal Supremo de Justicia han prendido las alarmas nacional e internacionalmente marcando un punto de quiebre en la dinámica política actual. La mayoría de la población se está pronunciando y está dispuesta a echar el resto en las calles y avenidas de todo el país.
Estos días santos y no tan santos han sido una muestra fehaciente de que se abrió una válvula de escape difícil de sellar. No obstante, el gobierno no puede seguir criminalizando ni satanizando la protesta como un problema de minorías enceguecidas y llenas de odio y los sectores partidistas de la oposición-oxigenados momentáneamente frente a los errores garrafales del gobierno- deben deslindarse definitivamente de actitudes violentas y posiciones intervencionistas e interpretar la voluntad y el sentir democrático del pueblo venezolano si es que desean convertirse en una real opción de poder.
¿Cómo entonces procesar e integrar en el aquí y ahora toda esta avalancha de situaciones acumuladas y en pleno desarrollo? ¿Cómo abrir un camino en medio de tanta aridez y conflictividad social? ¿Cómo superar este estado de desintegración social (anomia) y cabalgar sobre experiencias de aprendizaje e inteligencia social que nos puedan ofrecer nuevos referentes éticos-políticos de participación de convivencia y de redemocratización de la sociedad venezolana?
A mi entender, estos son puntos claves de una agenda de discusión a tono con el espíritu de cambio instalado en todo el país. Un nuevo y cimentado liderazgo político con una clara conciencia del momento y las circunstancias debe configurarse como uno de los grandes retos para iniciar un verdadero proceso de recuperación y reforestación del país.
Es hora de que los diversos actores de la sociedad venezolana se hagan sentir no sólo en las calles, sino también en la definición y construcción de acuerdos y proposiciones como ejercicio clave para que la democracia entre en un proceso de resurrección y no siga siendo una pieza comodín de la retórica del discurso político dominante (Psuv-MUD) ni mucho menos una vana y efímera ilusión.
Nelson Oyarzábal
aporrea.org