Se ha escogido el camino de salir del Gobierno en 2017, por medio de la estrategia conocida como “revoluciones de colores” o “primaveras”, en las que un movimiento de masas pacífico, que dura semanas o meses, es combinado con acciones de violencia de calle de baja y mediana intensidad
La lucha por el poder entre oposición y gobierno ha tomado el sendero de la violencia de calle y se ha alejado en los últimos días del camino de las instituciones y procesos electorales. Unos aspiran a mantenerse en el Ejecutivo y otros a acceder a él. Una disputa que bien pudiera tener, de modo pacífico, una definición en las presidenciales de 2018. ¿Qué ha ocurrido, que ha provocado que el tren se descarrile?
El detonante ha sido la reciente sentencia del TSJ sobre la Asamblea Nacional, una suerte de raya amarilla que al ser traspasada ha dado lugar no a un simple estallido de protesta, sino a la reconsideración de la estrategia trazada por las fuerzas partidistas del campo opositor en 2006, con la candidatura de Manuel Rosales, que consistía en una acción dirigida a alcanzar un incremento del respaldo social, posiciones institucionales y el aumento del caudal electoral hasta una victoria en la contienda presidencial. Una larga marcha a través de las instituciones existentes, teniendo en cuenta sus limitaciones y también sus potencialidades.
Aunque el detonante señalado puede servir para la comprensión o justificación de una reacción de insurgencia momentánea, no explica el por qué la oposición ha decidido alejarse la ruta adoptada hace más de una década, precisamente en el momento en que está a punto de coronarla, en 19 meses, puesto que las probabilidades de que gane el candidato de la MUD en las elecciones de 2018 es muy alta.
El argumento de la raya amarilla transgredida no es suficiente explicación, ya que estaba claro que se adoptaba el camino electoral a pesar de “las rayas amarillas”, como “las condiciones electorales”, y, por lo demás, la situación institucional es más favorable hoy a la oposición que en 2006. Para que gane la oposición, o para que se celebren las elecciones en 2018, no se necesita una rebelión en 2017.
Sin embargo, la mayoría de las organizaciones de oposición ha decidido adoptar una ruta diferente a la que se venía siguiendo y se ha escogido el camino de salir del Gobierno en 2017, por medio de la estrategia conocida como “revoluciones de colores” o “primaveras”, en las que un movimiento de masas pacífico, que dura semanas o meses, es combinado con acciones de violencia de calle de baja y mediana intensidad. En estos casos, como lo muestran las experiencias en las que se ha aplicado esa estrategia, la finalidad es provocar un resquebrajamiento del estamento militar, lo que a su vez da lugar a un golpe que desaloja a quienes están en el poder.
Pero, ¿por qué acceder hoy al poder, en 2017, por la vía de un derrocamiento y sus posteriores elecciones, y no en 2018 sin recurrir al derrocamiento? A simple vista resulta incoherente y seguramente habría que analizar varias hipótesis para ver cuál es la razón de fondo. Pero lo que sí es evidente es que se ha impuesto el criterio de ciertos factores internos y externos, a pesar de que hay sectores de la oposición que apuestan a la alternancia pautada para 2018.